jueves, octubre 01, 2009

Entre el cielo y el suelo: Tales de Mileto, movilidad y conocimiento


Bien conocida es la anécdota que nos transmite Platón en el Teeteto (174a) sobre Tales de Mileto -al que se llamó de entre todos, al primero que generalizó la investigación de la naturaleza (phisikoi historías)-:

«Como también se dice que Tales, mientras estudiaba los astros… y miraba hacia
arriba, cayó en un pozo, y que una bonita y graciosa criada tracia se burló de
que quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a
sus pies.» (DK 11 A 9, Los Filósofos presocráticos, Ed. Gredos, fr. 10,
trad. Juliá y Eggers Lan)

Muy a parte de cualquier consideración de si esta anécdota fuese verdad o fuese una mera fabulación a costa de la figura del sabio

(es ya bien conocido que en la época clásica, la figura de Tales –una figura que
entre los atenienses debería tener un cierto exotismo debido a su origen jónico-
era un especie de prototipo de científico –p. e., este fragmento de las Aves de
Aristófanes, en una conversación en que Metón da cuenta de la manera correcta de
medir el aire: «METÓN: Mido por medio de la regla recta, de modo que el círculo
se convierte en cuadrado… / PISTÉTERO: ¡Este hombre es un verdadero Tales!» (
Los
Filósofos presocráticos
, Ed. Gredos, fr. 31, trad. Juliá y Eggers Lan), y aunque
el episodio es claramente burlesco, deja clara constancia de la manera en que
Tales era tratado entre un público medio),

además de que, por lo general, todas estas discusiones de si es verdad o mentira que, efectivamente, en algún punto situable de la historia, el buen milesio anduviera caminando por ahí mirando quién sabe cuál constelación cuando de pronto, ¡zaz! que se cae en un pozo en el momento justo en que una esclava tracia estaría fregando o haciendo labores propias de esclavas y, efectivamente, la muchacha se riera del sabio y que esa risa fuera movida por que « quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a sus pies»; y en fin, que el decir de estas cosas si son ciertas o falsa (pasatiempo favorito de nuestros filólogos y ordenadores de textos y doxografías) distrae tanto y tan estúpidamente que al final uno no acaba haciéndose cargo de lo que está tratando de decirnos la anécdota en sí misma.

Por ello vamos a ir recogiendo testimonios y hasta pseudo-fragmentos de Tales de Mileto, importándonos muy poco la docta opinión de los filólogos de si esta palabrita que se usa aquí es demasiado moderna para haberla podido usar un jonio del s. VI a. C., o si la supuesta Astronomía náutica que se le atribuye en Diógenes Laercio (I, 23) era más probablemente de Foco de Samos y que es prácticamente seguro que el primero de los investigadores de la naturaleza –siempre utilizando la terminología peripatética- nunca haya dejado nada escrito y únicamente podamos estar seguros de que dijo algo sobre el agua y realizó varios experimentos de geometría… es decir, que no nos vamos a ocupar históricamente de la figura de Tales

(ya que eso, ¿quién lo duda?, sería generar más y más Realidad –aunque hacia
atrás, tal y como lo hacen nuestros arqueólogos y prehistoriadotes que al
encontrar un huesito o un triangulito fragmentado de una vasija en la Anatolia,
ya nos ofrecen imágenes prístinas de civilizaciones e Historias-)

sino que más bien vamos a ‘hablar con Tales’ o por lo menos a hablar con los testimonios que nos han llegado de él y ver qué podemos sacar de las cosas que nos dicen que decía –sin importarnos si las dijo o no- y de qué manera podemos servirnos de ellas para atacar la Realidad.


Mantengamos pues esta anécdota en la mente: Tales cayéndose a un pozo y la esclava burlándose de él.

No es poco significativa la anécdota en sí misma… no sólo por lo pedagógico del cuento, sino por sus elementos: Tales de Mileto y el cielo / la esclava y aquello que tenía junto a sus pies.

(Sin pararnos demasiado en hacer análisis psicoanalíticos, que ciertamente por
lo general conllevan un cierto grado de ‘Realidad’ que la verdad me desagrada
mucho, podemos incluso ver de qué manera el Cielo es siempre el Poder del
Hombre, esto es, el Poder de la recreación de la Realidad y el Suelo, la Tierra,
es siempre mujer –y mujer dominada, esto es, esclava- y aún así se ríe)…

Pero esta anécdota cobra mucho más sentido si leemos unas supuestas palabras que el buen Laercio nos deja constancia en el pasaje en el que se ocupa sobre las posibles obras escritas de Tales:

«Según otros sólo escribió dos obras: Sobre el solsticio y Sobre el equinoccio, por qué estimó que lo demás es incomprensible (sigo la trad. Ed. Alianza, de García Gual, aunque con ciertos arreglos… lo llamativo es que el traductor en la versión entrecomilla lo que aquí subrayamos, cosa que le da un carácter de fragmento, aunque para lo que nos ocupa innecesario)


Cuando juntas un testimonio y otro, la risa de la esclava se tiende a contagiarse.

Más allá de las concepciones griegas del Universo y el cielo (que culminan y terminan con Aristóteles –ya que, creo yo, que el sistema ptolemáico ya forma parte de otra cosa, de otra inquietud que no tiene nada que ver con la teoría, sino con el arte de la predicción astronómica para la utilidad en la navegación-) que siempre tratan de reflejar al cielo con la uniformidad y claridad del kósmos –esto es, del orden-; lo que está diciendo es que sólo lo divino, lo ordenado, lo de arriba –lo que raya en lo ideal- es únicamente lo cognoscible, lo que se puede conocer. Mientras que lo de abajo, lo que está pululando junto a los pies, lo que está sumido en un movimiento sin fin –aunque entendamos movimiento como mera indeterminación y no movimiento como lo entendería Aristóteles-, los esclavos, las mujeres, lo ilimitado del mundo encerrado en el misterio, está libre del sometimiento a la delimitación que requiere el saber.

Naturalmente estas son sólo metáforas más o menos válidas, pero no son del todo inadecuadas para guiarnos la manera en que debamos atacar la Realidad: por un lado tenemos al cielo / Dios / orden / filósofo / señor / amo / conocimiento / arriba / yo / conciencia / voluntad / Idea / la seriedad / muerte / individuo, etc. y del otro tenemos al suelo / lo pagano / lo sucesivo / ¿el poeta? / la mujer / la esclava / el misterio / abajo / ello / subconsciente / ¿deseo? / razonamiento / la risa-alegría / vida / pueblo, etc.; y aunque hay ciertas cosas que podrían discutirse largamente y pueda que no sean del todo adecuadas, nos sirve bien como mapa de lo que decía.

(Quizá lo que sí hay que decir es que este mapa no quiere constituir ninguna
dicotomía o dialéctica simple; esto es, no quiere decir que lo que se opone al
Señor sea la Mujer en tanto que Mujer tiene que imponerse sobre el Señor y la
lucha es de igual a igual Hombre v.s. Mujer y Mujer v.s. Hombre, como Machismo
v.s. Feminismo –y así en todos los pares-. Sino que mujer no puede ser algo
positivo que oponer al Hombre. Simple y sencillamente podríamos decir: mujer es
lo que no es Hombre, y nada más; esto es, que no hay un ‘ser’ de la Mujer que
pueda suplantar al ‘ser’ del Hombre, ya que, como se ve, eso sería reemplazar la
Realidad (el Poder) del Señor por la Realidad (el Poder) de la Mujer y
convertirla en Señora. Esto sería, claro está, dejar indemne a nuestro verdadero
enemigo –que no son hombres ni mujeres- sino la Realidad. Por tanto el suelo y
todos los pares que le van a la zaga son únicamente la negación pura y dura de
lo que se nos está imponiendo desde arriba, esto es ser Hombres, Individuos,
Amos, Señores, dueños de nuestra Voluntad y Mortales ya muertos)


Por ello no tiene que resultar ni extravagante ni una conclusión esotérica –sino puro sentido común- que cualquier investigación epistemológica sea un acontecimiento político –mil veces más político que la hueca asistencia a las urnas o esos fúnebres debates de los administradores de muerte-, y así cuando se nombra una cosa y se le quiere delimitar y definir, lo que se le intenta es someter a los regímenes del cielo. Cuando se toma a la mujer o a la vida o a la alegría y se le intenta hacer formar parte de esa constelación del cielo –eso que Platón llamó el topós hiper uranus- lo único que se hace es someter a los límites a la cosa y matarla –tan muerta como los amores de nuestro Amado.

Naturalmente ello ya nos indica el camino… ¡Negarse a entrar a esas mentiras! Negarse a morir entre los límites del conocimiento, ya que todo lo vivo, necesariamente, tiene que fluir y moverse, tiene que resistirse –como se pueda- ante el sangriento mandato de la Muerte.

(¿Se va viendo que esta guerra contra la Realidad pasa, fundamentalmente, por la
necesidad de negarla y que ya con el simple hecho de negarla algo de vivo, sin
saber de dónde ni cuando parece brotar de los corazones?)

Aunque quede como apunte para otros ulteriores desarrollos y ataques –aunque ya lo empezamos más o menos por acá- el saber que necesariamente tiene que haber un intermedio entre el cielo y el suelo; tiene que haber un espacio en el que la Realidad se fundamente –ya que no puede fundamentarse en el misterio de las cosas-, tiene que encontrar algo que esté otorgando calidad de Verdad a esas cosas que relucen en lo alto… y esto no es otra cosa que lo que, mal que bien, subsiste de alguna extraña manera entre la vida y la muerte; entre el misterio y la tautología: la técnica.

Ya dijimos cuando hablamos contra la máquinas, el hecho de que es justamente la Máquina la que viene a sostener la Ley de la Física (o cualquier otra forma de conocimiento) –y no al revés, como se pretende hacernos creer-: la máquina al subsistir pretende estar estableciendo un contacto entre las cosas y los éteres de la Realidad: la técnica y su funcionamiento es lo que permite enlazarlo todo… la utilidad es la que otorga Verdad a las luminarias inalcanzables del cielo. La geometría de Tales de Mileto no sería la que es si no hubiese servido para enriquecerse con las aceitunas o para atravesar el río con el ejército que comandaba (Cfr. DK 11 A 6).

Por ello son las propias máquinas las únicas que pueden servirnos para destruirlas… para demostrar lo falso del cielo. Según como lo decía Heráclito en el DK 22 B 56, con ese acertijo engañabobos que, según algunas tradiciones, acabó matando al poeta, siempre según la traducción de don García Calvo:

«Engañados están los hombres tocante al conocimiento de las cosas aparentes y reales por manera muy semejante a la de Homero, el que vino a ser más sabio que los helenos todos: pues también a él unos niños que andaban matando piojos le engañaron al decirle “Todos los que vimos y cogimos, ésos los vamos dejando, y todos los que no vimos ni cogimos, esos los traemos.”»



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