miércoles, enero 23, 2013
Bosque de álamos negros...
jueves, enero 06, 2011
Las rondas de la primavera
lunes, enero 11, 2010
Infinito y sin fin. Poe y Blake
(Del ápeiron de Anaximandro hablaremos en otra ocasión.)
(No creo que haga falta entretenernos en ver cómo una cosa es siempre inagotable, cualquiera, hasta la más insignificante de todas. Baste señalar, pues, que mirando cualquier objeto con la suficiente quietud, se nos revele esa certeza que es pura negatividad a aceptar que podemos llegar a conocer del todo a la cosa.)
Puede haber un resabio de platonismo, un intento de ver lo que hay ‘verdadero’ –y por tanto más real- debajo de la cosa, pero lo cierto es que vamos a procurar quedarnos con la indicación puramente negativa: a saber, que lo que vemos no es la cosa. Que la cosa, en sí y de normal, no se deja ver. Que se esconde entre la cotidianidad de la superficie, que se disimula por efecto de un misterio bastante extraño al que aún no le encuentro explicación –no sin invocar a cosas tan problemáticas y vacías como: amor, deseo, poder, que no dicen nada realmente-, y nos parece que son una: que tienen superficie, que las cosas verdaderamente pueden tener superficie, que pueden ser unas, que son materia, que están en la Realidad y que con ella interactuamos.
Esto, naturalmente, es falso: es falso apenas nos lanzamos a entender la propia noción de superficie, la propia noción de materia, la propia noción de uno, de cosa… se abre un verdadero abismo oscuro –no vacío de cosas, sino vacío de la concatenación con el Sistema de la Realidad-, y lo que tenemos frente a nosotros es una especie de caos sin fin de razones cuyo único orden estriba en la sucesión de una tras la otra.
(Poner un ejemplo es un poco largo, pero quizá adecuado: nos basta con acudir a uno de los más antiguos razonamientos de las cosas, con el de Zenón y sus paradojas… si ya creemos pues que una cosa se compone de superficie, por ejemplo, la mesa sobre la que escribo, y hacemos la clásica división por la mitad hacia el infinito… y vamos partiendo cada trozo mitad por mitad, hay que preguntarnos: ¿alguna vez llegará a desaparecer la superficie? Si realmente la solidez es una propiedad de la superficie o acaso la superficie es únicamente un signo propio del lenguaje visual que nos hace suponer a los objetos externos, tal y como decía Berkeley en su Nuevo Ensayo sobre la teoría de la Visión –vuelvo a reiterar que queda pendiente una entrada sobre la visión, la luz y su evolución en el tiempo: junto con la historia del alma y la prehistoria de ciertos vocablos filosóficos, es la historia de la luz la que más urge realizar-. Y en fin, que cualquier cosa que se nos atraviese ante los sentidos y que juzguemos como ‘normal’, ‘natural’, ‘delimitada’, ‘definida’, nos basta con aplicar un poco el sentido común para que a la cosa misma se le vayan cayendo, uno a uno, todas las notas fijas y sólidas que tenía)
Blake dice: ‘limpiar las puertas de la percepción’ y aunque no cabe duda que en su día, el grabador recibió influencia tanto de las lecturas de los empiristas como de Berkeley –tal y como se puede ver en sus primeros trabajos como Todas las religiones son una y No hay religión natural y en las anotaciones de sus diarios-, sin embargo lo más acertado
Tal y como dice Chesterton de su cuadro El fantasma de una pulga, con su habitual, pero algo mareante, ingenio:
«Si puede garantizarse que Blake estaba interesado, no en una pulga, sino en la idea de una pulga, podemos preceder al siguiente paso, que es uno particularmente importante. Todo gran místico va con una lente de aumento. Ve a cada pulga como un gigante –quizá tanto como un ogro. Yo he hablado de un alto castillo en el que este gigante mora; pero es más que eso, esa torre enorme es un microscopio. No se negará que Blake muestra la mejor parte de la actitud de un místico al ver que el alma de una pulga es diez mil veces más grande que una pulga.»
Queda el problema de ‘infinito’, ciertamente Blake utiliza la palabra infinite pero sin duda, en el fragmento lo utiliza todavía como sinónimo de ‘sin fin’, esto es, como el adjetivo ya propiamente entregado: ‘sin fin’. Las cosas, luego, son sin fin, abiertas al abismo de sí mismas, cayéndose perpetuamente de la Realidad: y sólo hace falta contemplarlas límpidamente para ver que no son lo que son. (Aunque digamos siempre que ‘infinito’ es una palabra demasiado equívoca, aún como adejetivo porque tendemos a suponer que se puede ‘saber’ qué sea)
El segundo caso, el de Poe, es totalmente diferente. Ojo, no debemos dejar engañarnos por la aparición del tiempo. Tiempo y espacio sean más o menos lo mismo si se autodenominan como infinitos: ¿pero dónde está el infinito en el Cuervo de Poe? Sencillo: en su ‘nunca más’, en su ‘nevermore’.
‘Nunca más’ es la expresión que delimita el inicio de un tiempo que no llegará. El tiempo de contemplar a Leonor, el tiempo de hundirse acaso con ella en el abrazo de la muerte. Nunca es simplemente la forma complementaria de Todo, y por lo tanto ambos pretenden ser infinitos –rodear todo lo que la cosa es y que en sus límites mismos se encuentre la nada: luego es infinita-.
Poe, aunque habla del tiempo, del futuro, está claro que el bucle demencial al que se refiere es al bucle de lo infinito, al tormento infernal del tiempo que no se cumple jamás: a la condena siempre pospuesta –pero condena al fin- de la muerte.
Es el tiempo sin final que a la vez tiene fin en la meta de la contemplación de Leonor. Es propiamente la noción contradictoria –y sin embargo bastante real- de infinitud, de lo infinito. De esta manera, el poeta se ve arrojado a un tiempo ‘sin fin’ pero cuya visión se estira hasta el límite de la meta:
La negritud del cuervo y su percistencia en únicamente repetir constantemente: ‘nunca más’, es acaso quizá el símbolo mismo de la Realidad que pretende imponer, sin más razonamiento que su propio haber en el mundo –ya que, ¿quién lo duda?, a pesar de ser una viva contradicción, un imposible, lo infinito existe en el mundo: en los números naturales, en el tiempo, en las teorías del universo, en la muerte, etc.-, subyuga, somete y funciona justamente para mantener las divisiones constantes en la que se va construyendo la realidad. Por ejemplo, que los muertos están muertos y no puede uno seguir enamorado de ellos.
(Lo importante en esta división es que los que supuestamente estamos vivos nos jugamos mucho en ello: la muerte de los muertos es también la muerte de los vivos.)
Naturalmente, poco hace falta añadir: el análisis, si es que a esto se le puede llamar eso, lo que pretende mostrar es cómo ‘sin fin’ es siempre una amenaza para la Realidad, una amenaza constante para cualquier cosa… no porque la aniquile, sino porque difumina su integridad, deshace sus límites, le quita lo de Uno con que la Realidad siempre pretende estar condenando a las cosas.
En cambio lo infinito no es más que una trampa, una domesticación falsa del misterio del tiempo y de la muerte: nadie sabe lo que es infinito, nadie lo sabe porque para saberlo se necesita un fin. No hay fin, aunque la Realidad siempre pretenda clausurar al mundo, constantemente, para que sus operaciones, ya bursátiles, ya aritméticas… sigan teniendo sentido.
‘Awake! Awake O sleeper of the land of shadows, wake! expand!
sábado, noviembre 07, 2009
Para las cosas... ¿el olvido?
rey de oros, rey de espadas,
rey de nada.
Ya no me queda más que echar
vino en la poza
de mis entrañas,
para olvidar lo que fuí
y olivdar la que me aguarda.
Pero ¿qué que olvide
todo yo, si ella
no me olvida ni se embriaga?
Ella de mí
lo sabe todo:
yo de ella no sé nada.
No. A las cosas no se les puede olvidar… quiero decir a las cosas que ya están hechas como tales cosas, que es como decir que si se puede olvidar uno de la Realidad… Olvidar que sea un olvido que pretenda liquidarla.
Al fin y al cabo existen muchos y muy variados métodos para olvidarse de las cosas, aunque sea durante un momento… Y acaso la gana de rehuir de la viva desesperación ante las cosas –ante la muerte de las cosas que es que sean las que ya son. Porque entonces… las cosas, al ser ellas mismas, no son ya meras cositas que están ahí –justo como nosotros mismos lo somos- sino la muerte misma encarnada en la macabra máquina de ser la que es.
La Realidad, para sostenerse, necesitará de todas estas huidas: ocios, drogas, alcoholes y demás parafernalia: ese desorden necesario para que pueda seguir trabajando a sus anchas…
No hace falta huir de ella, ni para nada sirve: A las cosas les pasa lo mismo que a la Realidad, sólo que en pequeño… es imposible que una cosa sea ella misma y esté cerrada, clausurada, perfilada… no. (Y en tanto nosotros también somos cosas, será imposible lo mismo para nosotros… -esa es la base de la mentira de esta triste demoeconotecnoracia).
No, las cosas no se olvidan de nosotros –la muerte, no se olvida de nosotros-, habrá que alzarnos contra ella, que nunca será lo mismo que olvidarla… desconocerla, puede ser útil, no estoy del todo seguro… no reconocer los límites de las cosas: ¡eso es importante! Aunque la cosa esté ahí y nosotros –nosotros las cosas- vivamos gracias a ellas.
¡Gracias cosas! ¡Alzaos, revelaos contra la Realidad que os cuenta como a las personas!
jueves, agosto 06, 2009
Anexo a Amar a los muertos: El enamorado y la muerte
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.
Lo importante de este romance es el círculo que se va trazando desde el anuncio de la muerte hasta la caída del enamorado.
En otras palabras, el enamorado está muerto en el momento en que la muerte le dice que va a morir y se lo cree. (Creérselo es lo más importante de todo el proceso) Este mismo círculo es el mismo que se traza en la tragedia de Edipo: justamente por huir de lo que han denominado Su Destino es que se precipita directamente a él.
No puedo yo asegurar qué hubiese pasado –tanto con el enamorado como con Edipo- si ante las estupideces dichas ya por la Muerte ya por los Dioses –que estas no son sino meros figurines arquetípicos de Realidad- no le hubiesen creído una sola palabra… es posible que el enamorado hubiese muerto igualmente, pero la Muerte por lo menos habría tenido que trabajárselo un poco más…
La sabiduría popular de este romance nos está gritando a la cara lo estúpido y lo sangriento de la Realidad: que es justamente buscando la vida (… la muerte me anda buscando / junto a ti vida sería…), que en este caso está en Amor –aunque pudiera bien ser cualquier otra de las formas de Felicidad que se dan en la Realidad: dineros, ocios y tranquilidades-, como se encuentra su contrario…
Y lo mejor de todo: que el enamorado muere justamente por una decisión que toma… una decisión suya y no de otro. El hecho de pensar que el enamorado muere porque estaba escrito en su Destino es sólo un añadido al texto por parte del lector. En realidad todo lo que se desprende del poema es que el enamorado muere porque el capullo decide, según su propia soberanía, aprovechar su vida… Una decisión que no le impone la Muerte, ni Dios alguno: es tan suya como sólo puede ser el amor por su amada –que, traduciéndolo a esta modernidad de muerto romanticismo, bien podría ser Deseo o Gusto, que es en lo que, hoy día, rige con puño de hierro los quehaceres de los sujetos-; y así todo el mundo elige su perdición según su amor, o lo que es lo mismo escoge su yugo según su gusto, o lo que es lo mismo –en el climax del sinsentido de Realidad-, elige la Muerte porque quiere vivir.
De esta manera se constituye la Realidad… Y por eso esa pregunta es la que nos tiene que fascinar a todos los que guerreamos contra ella… la que tiene que servirnos para destruirla: ¿Qué hubiese pasado si el enamorado no cree a la Muerte y no sale en busca de su amada? ¿No habría muerto? ¡Ah, por lo menos ya no se sabe y eso ya es combatir a las Parcas, ¿no es cierto?!
Así que cuando les digan: «Todos los hombres son mortales. / Sócrates es hombre. / Luego…» Ustedes digan, «¡mentira cochina!» Y una buena pedorreta encajada tampoco sentaría mal… Seguro que la Muerte se queda rabiando... y puede que, ¿yo qué sé?, algo de vida se nos caiga como pedida del cielo.
sábado, agosto 01, 2009
Amar a los muertos: ¿Qué es la muerte?, Amado Nervo
con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
es un ala magnífica, libre de toda traba…
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
no como son de suyo, sino como aparecen
a los cinco sentidos con que Dios limitó
mi sensorio grosero, mi percepción menguada…
Tú lo sabes todo…; ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
Amado Nervo, La amada inmóvil
Partiendo de la base que la diferenciación de los géneros de poesía, filosofía, ciencia, etc. son falsos, nos permitimos para explorar el tema de la muerte, valernos de los poemas de Amado Nervo.
El tema, en sí, es importantísimo para la guerra contra la Realidad. La muerte es, en gran medida, la constitutiva primera de las cosas y la que le da sus ser, la que las convierte en reales y verdaderas y las permite someter al conocimiento.
(Los componentes platónicos de todo esto son más que evidentes: en
el poema que nos sirve de epígrafe, bien se puede ver que es justamente el
muerto el que vive, esto es, el que conoce, el que sabe, el que tiene potestad
de noúmeno, de idea y por tanto goza incluso de una mayor Realidad que el propio
vivo: esto es, que el muerto ya es idea y el vivo aún no.)
Los términos de Vida y de Muerte tradicionalmente se han entremezclado en varias posibilidades engañosas: la vida que es muerte y la muerte que es vida. Ya que estamos seguros aquí que no hay cosa más adecuada para combatir la Realidad que el esclarecimiento de estas confusiones semánticas –tan propicias y útiles al propio Poder que confundiendo logra colocar su mentira como si fuese verdad-, procuraremos aquí llamar ‘vida’ cuando indiquemos lo que está de este lado (ojo: que eso no quiere decir que ‘sepamos’ qué es la vida, sino que por lo menos no la confundimos con la muerte) y a ‘muerte’ con lo que sea que ello quiera decir (lo mismo: no sabemos qué es).
Al buen poeta de Nayarit se le suelen confundir muy a menudo, como cualquiera, las características de la muerte. Esto es, que a la muerte se le toma por dos cosas, prácticamente contrapuestas y que provocan los más grandes equívocos. Vamos aquí a separarlos y nombrarlos según lo que cada una quiere decir.
1) Por un lado llama a la muerte, a veces como disolución. Esto es, la muerte es la que liquida a lo que es, lo que destruye y reduce a la mera multiplicidad inasible de las cenizas lo que antes era carne y vida:
voz, ¡oh Isis!; desgarra tu capuz…
y tú, lucero ignoto en que ella mora,
¡por piedad, hazme un signo de luz!
(UN SIGNO)
Herméticamente encerrada,
la esencia en sus pomos no se escapará.
Mientras que el espíritu de mi bien amada,
más imponderable, más tenue quizá,
voló de sus labios, redoma encantada,
¡y dónde estará!
(AL ENCONTRAR UNOS FRASCOS DE ESENCIA)
¡Agujero sin límites, gigante
y medroso agujero,
cómo intriga a los tontos y a los sabios
la insondabilidad de tu misterio!
¡Mas si hay alma, he de hallar la suya errante;
si no, en la misma nada fundiremos
nuestras áridas bocas, ya sin labios,
en tu regazo, fúnebre agujero!
(«LE TOUR NOIR»)
según se puede ver en los versos anteriores… la Muerte sería pues algo así como un límite. Un límite que demarca una región a la que no se puede acceder, que no se puede conocer: en ese sentido, la Muerte no se conoce, no se sabe que es, parece difuminarse entre los fantasmas vaporosos y espíritus evanescentes.
2) Sin embargo, ese desconocimiento a veces en Amado Nervo –aunque hay que recordar que tomamos Nervo como un mero ejemplo, pero esto sucede a cada paso con nosotros mismos que confundimos todo esto constantemente- como una Idea positiva de la Muerte, y así tenemos en algunos versos:
en su callar los muertos!
Con razón
todo mutismo trágico y glacial,
todo silencio sin apelación
se llaman: un silencio sepulcral.
(¡COMO CALLAN LOS MUERTOS!)
Si en el mundo fue tan bella,
¿cómo será en esa estrella
donde está?
¡Cómo será!
Si en esta prisión obscura,
en que más bien se adivina
que se palpa la hermosura,
fue tan peregrina,
¡cuán peregrina será
en el más allá!
(¡CÓMO SERÁ!)
¡Qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,
del verdugo dolor…;
inmortalmente joven
dejando que te troven
su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas
tumbas, y en la mañana,
donde la Muerte anida,
saludan a la vida!
(¡QUÉ BIEN ESTÁN LOS MUERTOS!)
En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
quieto augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quien ya sabe el porqué.
(LA SANTIDAD DE LA MUERTE)
y otros tantos más.
No estamos aquí para hacer ningún análisis literario ni intentar descubrir lo que verdaderamente dijo Amado Nervo (si acaso quiso decir algo verdaderamente), sino para valernos de sus razonamientos y pensar en la muerte.
(Esto lo repito tanto hasta el cansancio porque es necesario que no
se olvide –y quizá el que más corre el riesgo de olvidarlo soy yo mismo- de que
aquí estamos para hacer una guerra contra la Realidad, y no para convertir a
Amado Nervo en un muerto más que dijo cosas hace ya bastante tiempo y en las que
se puede penetrar si hacemos exégesis literarias pertinentes. No. La Muerte es
una de las partes constitutivas de la Realidad –sin la Muerte, muy probablemente
ningún Estado ni Ciencia ni Dios podría mantenerse en pie-: y nos valdremos de
cualquier razonamiento para intentar destruirla. Estamos aquí, repito, para
destruir la Realidad, no para continuar fabricándola entre escritorzuelos y
críticos.)
En fin, la diferencia entre estas dos concepciones de Muerte es crucial y absoluta: por un lado tenemos el absoluto misterio y por otro una especie de redonda idea en donde el muerto se cristaliza en una imagen de sí mismo para toda la eternidad.
Son dos cosas, si se ve claramente, contrapuestas e imposibles de casar. Lo interesante de esto no está en decir simplemente cuál sea más falsa –porque es evidente que la segunda, la que pretende convertir al muerto en una imagen resulta mucho más falsa en la medida en que la otra simplemente enuncia su no saber y el misterio insondable de la Muerte-, sino ver de qué manera pareciera que justamente esa Imagen –Idea blanca- de la Muerte es sumamente útil y necesaria para Amor y para la creación y justificación de la Realidad.
(Decir esto, lo sé, es meterse en percal profundo porque con Amor
se tienen prácticamente los mismos equívocos que con Muerte y no se sabe bien si
Amor tiene que ser desprendimiento y cariño, respeto y asombro ante una cosa
cualquiera –ya una mujer o un canario, sean lo que sean-, o más bien su
posesión, su delimitación, su sometimiento, etc. Estas imprecisiones –que saltan
a la vista en cualquier poema o canción o declaración amorosa, tendrán que
estudiarse a parte, sin embargo aquí nos acogeremos a la tendencia de Amor Real
que es el amor que acepta el Estado y sus instituciones –esto es, la Realidad-
como el Amor de Pareja, por tanto el de sometimiento del uno al otro, esto es
Amar a un Nombre Propio en la medida en que sea él mismo.)
Si Amor (el real) sólo se puede tener en la Pareja… es decir, que Amado Nervo amaba y sólo amaba a Ana Cecilia y Ana Cecilia amaba y sólo amaba a Amado Nervo, entonces tenemos que decir, necesariamente, que los dos, ambos tenían que ser ellos mismos para poder seguir teniendo ese Amor:
Esto es, que ¿cómo Amado Nervo iba a seguir amando a Ana Cecilia si de pronto a ella le diera por ser otra? Y por decir: ser otra, no me refiero únicamente a que cambie de gustos, opiniones o de ideas (ya que todas esas concepciones se han ido fraguando justamente para que el cambio de una persona se dé y sigamos creyendo que es la misma, contra todo sentido común que nos dice que eso es imposible); sino que auténticamente Ana Cecilia ya no sea la Ana Cecilia de la que, en algún momento, nuestro poeta se enamoró… Que es otra, que es una desconocida, que mantiene su nombre por puro hábito, por pura papelería burocrática, pero que sabe que en el fondo, si responde a ese nombre, es porque los nombres no tienen significado.
O que le habría pasado a Ana Cecilia si de pronto Amado Nervo deja de tener todas las cositas que le gustaban a ella. Si de pronto la vida se le vuelve hastío y asco, y deja de sonreír por las mañanas y escribir poesías para que ella las recite. ¿Qué pasaría?
Bueno, pasaría lo que pasa con el Amor Real entre las Parejas del Estado cuando se enamoran: se desenamoran y declaran al Amor Falso –como si Amor tuviese alguna clase de relación con la Verdad-, enunciando cosa como: «Ya no eres el que eras.», «¿Dónde está tu pasión, Amado?», «Tú solías hacer esto y ahora haces esto otro, Anita querida…», o incluso peor: «Ahora muestras tu verdadera cara, hijo de puta.» (suponiendo que alguien pueda tener una cara que sea verdadera), etc. (De ahí que el divorcio, como ya lo recordamos con el dialoguito del prof. Orejuela Tapia, no sea un atentado contra Pareja, sino la forma de rendirle culto más fiel y fidedigna)…
Naturalmente esto no le ocurrió a nuestro poeta –y gracias a su ejemplo, entenderemos lo que sigue pasando aquí entre los vivos medio muertos que somos nosotros-: ya que Ana Cecilia murió y eso fue el principal óbice para que pudiese, algún día, desenamorarse… esto es, para que Ana cambiase.
El muerto, al convertirse en la blanca imagen de sí mismo (¡Qué bien estás, mi amor, / ya por siempre exceptuada / de la vejez odiada), su Idea es siempre la misma y está condenada a repetirse… Seguramente ya fue imposible para nuestro querido Amado desenamorarse ya que Ana, inmóvil, sólo podía estar exigiendo Amor, y nada más: exigiendo que el poeta muriese, en cierta forma, con ella, que se resista en su vida a cambiar…
Y no nos ocupa tanto saber que tan verdadero sea el testimonio de su amor que se recoge en el poemario, sino el de averiguar de qué manera eso no sólo funciona entre estos casos un poco trágicos y espeluznantes (que apenas sirvan para apuntalar la base de los padecimientos de la gran masa de hombre que ni son poetas ni románticos ni tienen la desgracia –o fortuna, según se mire- de que se muera su Pareja): esto es que sólo se puede Amar –repito que con ese Amor Real de Pareja- a las cosas que están muertas. Y nada más.
Lo cual no deja de ser algo bastante terrible… algo bastante trágico y horripilante, ya que es justamente esa forma de Amor –la que está imperando siempre en las formas de Estado y Realidad- la que viene, de un plumazo, a reaccionar contra cualquier posible rotura de la Persona –principal constituyente de esto que combatimos- y así matar todo lo vivo y lo que podría estar rondándonos por debajo de Nombres y lápidas. Es terrible porque, al fin y al cabo, en Amor –como ya dije- se mezcla también otra cosa que sí esta viva, que está recorriendo siempre los cariños y asombros y puede llegar a deshacer la Realidad y amenazarla con un grito y una desesperación bastante enérgica e inteligente; sin embargo, las instituciones han sabido ya muy bien domesticar ese peligro y someterlo a las leyes de Pareja, Matrimonio y Familia…
Luego ya, entendiendo lo que es la Muerte para la Realidad –el lugar a donde van los vivos para convertirse en sí mismos (y a esto lo llaman con el nombre de ‘vida’ para confundirnos a todos)- no podemos menos que darnos cuenta que cuando todo el mundo, ya amores, ya curas y psicoanalistas, ya filosofantes o literatos, nos suplica que ‘seamos nosotros mismos’ –cosa tan imposible como sangrienta y masoquista-, en realidad nos está pidiendo que nos muramos un poquito, que dejemos que lo misterioso de la vida –ya que no sabemos que es y bien poco nos importa saberlo, ya que de sólo enunciarlo ya estaríamos haciéndola Muerte, porque sería, la vida, ella misma, delimitada y bien establecida- se vaya muriendo en la medida en que se va integrando a la Realidad –ya que las cosas sólo pueden ser reales a condición de estar Muerta-.
Naturalmente lo que hay que hacer es simplemente declarar el misterio de la muerte… a la par que el de la vida… y no permitir que la Muerte –ya sea en Amores de Pareja, ya en pasaportes y demás triquiñuelas de la Realidad- nos mate haciendonos Uno, haciéndonos y condenándonos nuestro ‘yo mismo’… que naturalmente, es siempre falso.
Esto, a pesar de todo, ya lo sabía nuestro querido poeta… ¿cómo no va a saberlo si, a pesar de todo, el chaval era inteligente? Y podemos leer en el Estanque de los lotos (escrito posiblemente después que La amada inmóvil, aunque publicado antes, póstumamente en 1919), un poema en cuya sencillez –y aparejado al razonamiento que empapa los poemas a su amor muerto- resume con cristalina simplicidad todo el discurso aquí vertido:
por dondequiera su paso encamina;
derrama formas: ya la peregrina,
ya la horrible, adopta. Canta su salterio
de infinitos modos,
y por sobre todo y por sobre todos,
misterio, misterio…
(LA VIDA MÓVIL)