sábado, agosto 01, 2009

Amar a los muertos: ¿Qué es la muerte?, Amado Nervo



Mi alma es una princesa en su torre metida,
con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
es un ala magnífica, libre de toda traba…
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!

¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
no como son de suyo, sino como aparecen
a los cinco sentidos con que Dios limitó
mi sensorio grosero, mi percepción menguada…
Tú lo sabes todo…; ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!


Amado Nervo, La amada inmóvil



Partiendo de la base que la diferenciación de los géneros de poesía, filosofía, ciencia, etc. son falsos, nos permitimos para explorar el tema de la muerte, valernos de los poemas de Amado Nervo.

El tema, en sí, es importantísimo para la guerra contra la Realidad. La muerte es, en gran medida, la constitutiva primera de las cosas y la que le da sus ser, la que las convierte en reales y verdaderas y las permite someter al conocimiento.

(Los componentes platónicos de todo esto son más que evidentes: en
el poema que nos sirve de epígrafe, bien se puede ver que es justamente el
muerto el que vive, esto es, el que conoce, el que sabe, el que tiene potestad
de noúmeno, de idea y por tanto goza incluso de una mayor Realidad que el propio
vivo: esto es, que el muerto ya es idea y el vivo aún no.)


Los términos de Vida y de Muerte tradicionalmente se han entremezclado en varias posibilidades engañosas: la vida que es muerte y la muerte que es vida. Ya que estamos seguros aquí que no hay cosa más adecuada para combatir la Realidad que el esclarecimiento de estas confusiones semánticas –tan propicias y útiles al propio Poder que confundiendo logra colocar su mentira como si fuese verdad-, procuraremos aquí llamar ‘vida’ cuando indiquemos lo que está de este lado (ojo: que eso no quiere decir que ‘sepamos’ qué es la vida, sino que por lo menos no la confundimos con la muerte) y a ‘muerte’ con lo que sea que ello quiera decir (lo mismo: no sabemos qué es).

Al buen poeta de Nayarit se le suelen confundir muy a menudo, como cualquiera, las características de la muerte. Esto es, que a la muerte se le toma por dos cosas, prácticamente contrapuestas y que provocan los más grandes equívocos. Vamos aquí a separarlos y nombrarlos según lo que cada una quiere decir.

1) Por un lado llama a la muerte, a veces como disolución. Esto es, la muerte es la que liquida a lo que es, lo que destruye y reduce a la mera multiplicidad inasible de las cenizas lo que antes era carne y vida:


Oye mi imploradora,
voz, ¡oh Isis!; desgarra tu capuz…
y tú, lucero ignoto en que ella mora,
¡por piedad, hazme un signo de luz!

(UN SIGNO)

Herméticamente encerrada,
la esencia en sus pomos no se escapará.
Mientras que el espíritu de mi bien amada,
más imponderable, más tenue quizá,
voló de sus labios, redoma encantada,
¡y dónde estará!

(AL ENCONTRAR UNOS FRASCOS DE ESENCIA)

¡Agujero sin límites, gigante
y medroso agujero,
cómo intriga a los tontos y a los sabios
la insondabilidad de tu misterio!

¡Mas si hay alma, he de hallar la suya errante;
si no, en la misma nada fundiremos
nuestras áridas bocas, ya sin labios,
en tu regazo, fúnebre agujero!

(«LE TOUR NOIR»)


según se puede ver en los versos anteriores… la Muerte sería pues algo así como un límite. Un límite que demarca una región a la que no se puede acceder, que no se puede conocer: en ese sentido, la Muerte no se conoce, no se sabe que es, parece difuminarse entre los fantasmas vaporosos y espíritus evanescentes.

2) Sin embargo, ese desconocimiento a veces en Amado Nervo –aunque hay que recordar que tomamos Nervo como un mero ejemplo, pero esto sucede a cada paso con nosotros mismos que confundimos todo esto constantemente- como una Idea positiva de la Muerte, y así tenemos en algunos versos:

¡Qué despiadados son
en su callar los muertos!
Con razón
todo mutismo trágico y glacial,
todo silencio sin apelación
se llaman: un silencio sepulcral.
(¡COMO CALLAN LOS MUERTOS!)

Si en el mundo fue tan bella,
¿cómo será en esa estrella
donde está?
¡Cómo será!

Si en esta prisión obscura,
en que más bien se adivina
que se palpa la hermosura,
fue tan peregrina,
¡cuán peregrina será
en el más allá!
(¡CÓMO SERÁ!)

¡Qué bien estás, mi amor,
ya por siempre exceptuada
de la vejez odiada,

del verdugo dolor…;
inmortalmente joven
dejando que te troven

su trova cotidiana
los pájaros poetas
que moran en las quietas

tumbas, y en la mañana,
donde la Muerte anida,
saludan a la vida!

(¡QUÉ BIEN ESTÁN LOS MUERTOS!)

En el ataúd exiguo,
de ceras a la luz fatua,
tenía tu rostro ambiguo
quieto augusta de estatua
en un sarcófago antiguo.
Quietud con yo no sé qué
de dulce y meditativo;
majestad de lo que fue;
reposo definitivo
de quien ya sabe el porqué.

(LA SANTIDAD DE LA MUERTE)


y otros tantos más.

No estamos aquí para hacer ningún análisis literario ni intentar descubrir lo que verdaderamente dijo Amado Nervo (si acaso quiso decir algo verdaderamente), sino para valernos de sus razonamientos y pensar en la muerte.

(Esto lo repito tanto hasta el cansancio porque es necesario que no
se olvide –y quizá el que más corre el riesgo de olvidarlo soy yo mismo- de que
aquí estamos para hacer una guerra contra la Realidad, y no para convertir a
Amado Nervo en un muerto más que dijo cosas hace ya bastante tiempo y en las que
se puede penetrar si hacemos exégesis literarias pertinentes. No. La Muerte es
una de las partes constitutivas de la Realidad –sin la Muerte, muy probablemente
ningún Estado ni Ciencia ni Dios podría mantenerse en pie-: y nos valdremos de
cualquier razonamiento para intentar destruirla. Estamos aquí, repito, para
destruir la Realidad, no para continuar fabricándola entre escritorzuelos y
críticos.)



En fin, la diferencia entre estas dos concepciones de Muerte es crucial y absoluta: por un lado tenemos el absoluto misterio y por otro una especie de redonda idea en donde el muerto se cristaliza en una imagen de sí mismo para toda la eternidad.

Son dos cosas, si se ve claramente, contrapuestas e imposibles de casar. Lo interesante de esto no está en decir simplemente cuál sea más falsa –porque es evidente que la segunda, la que pretende convertir al muerto en una imagen resulta mucho más falsa en la medida en que la otra simplemente enuncia su no saber y el misterio insondable de la Muerte-, sino ver de qué manera pareciera que justamente esa Imagen –Idea blanca- de la Muerte es sumamente útil y necesaria para Amor y para la creación y justificación de la Realidad.
(Decir esto, lo sé, es meterse en percal profundo porque con Amor
se tienen prácticamente los mismos equívocos que con Muerte y no se sabe bien si
Amor tiene que ser desprendimiento y cariño, respeto y asombro ante una cosa
cualquiera –ya una mujer o un canario, sean lo que sean-, o más bien su
posesión, su delimitación, su sometimiento, etc. Estas imprecisiones –que saltan
a la vista en cualquier poema o canción o declaración amorosa, tendrán que
estudiarse a parte, sin embargo aquí nos acogeremos a la tendencia de Amor Real
que es el amor que acepta el Estado y sus instituciones –esto es, la Realidad-
como el Amor de Pareja, por tanto el de sometimiento del uno al otro, esto es
Amar a un Nombre Propio en la medida en que sea él mismo.)

Si Amor (el real) sólo se puede tener en la Pareja… es decir, que Amado Nervo amaba y sólo amaba a Ana Cecilia y Ana Cecilia amaba y sólo amaba a Amado Nervo, entonces tenemos que decir, necesariamente, que los dos, ambos tenían que ser ellos mismos para poder seguir teniendo ese Amor:

Esto es, que ¿cómo Amado Nervo iba a seguir amando a Ana Cecilia si de pronto a ella le diera por ser otra? Y por decir: ser otra, no me refiero únicamente a que cambie de gustos, opiniones o de ideas (ya que todas esas concepciones se han ido fraguando justamente para que el cambio de una persona se dé y sigamos creyendo que es la misma, contra todo sentido común que nos dice que eso es imposible); sino que auténticamente Ana Cecilia ya no sea la Ana Cecilia de la que, en algún momento, nuestro poeta se enamoró… Que es otra, que es una desconocida, que mantiene su nombre por puro hábito, por pura papelería burocrática, pero que sabe que en el fondo, si responde a ese nombre, es porque los nombres no tienen significado.

O que le habría pasado a Ana Cecilia si de pronto Amado Nervo deja de tener todas las cositas que le gustaban a ella. Si de pronto la vida se le vuelve hastío y asco, y deja de sonreír por las mañanas y escribir poesías para que ella las recite. ¿Qué pasaría?

Bueno, pasaría lo que pasa con el Amor Real entre las Parejas del Estado cuando se enamoran: se desenamoran y declaran al Amor Falso –como si Amor tuviese alguna clase de relación con la Verdad-, enunciando cosa como: «Ya no eres el que eras.», «¿Dónde está tu pasión, Amado?», «Tú solías hacer esto y ahora haces esto otro, Anita querida…», o incluso peor: «Ahora muestras tu verdadera cara, hijo de puta.» (suponiendo que alguien pueda tener una cara que sea verdadera), etc. (De ahí que el divorcio, como ya lo recordamos con el dialoguito del prof. Orejuela Tapia, no sea un atentado contra Pareja, sino la forma de rendirle culto más fiel y fidedigna)…

Naturalmente esto no le ocurrió a nuestro poeta –y gracias a su ejemplo, entenderemos lo que sigue pasando aquí entre los vivos medio muertos que somos nosotros-: ya que Ana Cecilia murió y eso fue el principal óbice para que pudiese, algún día, desenamorarse… esto es, para que Ana cambiase.

El muerto, al convertirse en la blanca imagen de sí mismo (¡Qué bien estás, mi amor, / ya por siempre exceptuada / de la vejez odiada), su Idea es siempre la misma y está condenada a repetirse… Seguramente ya fue imposible para nuestro querido Amado desenamorarse ya que Ana, inmóvil, sólo podía estar exigiendo Amor, y nada más: exigiendo que el poeta muriese, en cierta forma, con ella, que se resista en su vida a cambiar…

Y no nos ocupa tanto saber que tan verdadero sea el testimonio de su amor que se recoge en el poemario, sino el de averiguar de qué manera eso no sólo funciona entre estos casos un poco trágicos y espeluznantes (que apenas sirvan para apuntalar la base de los padecimientos de la gran masa de hombre que ni son poetas ni románticos ni tienen la desgracia –o fortuna, según se mire- de que se muera su Pareja): esto es que sólo se puede Amar –repito que con ese Amor Real de Pareja- a las cosas que están muertas. Y nada más.

Lo cual no deja de ser algo bastante terrible… algo bastante trágico y horripilante, ya que es justamente esa forma de Amor –la que está imperando siempre en las formas de Estado y Realidad- la que viene, de un plumazo, a reaccionar contra cualquier posible rotura de la Persona –principal constituyente de esto que combatimos- y así matar todo lo vivo y lo que podría estar rondándonos por debajo de Nombres y lápidas. Es terrible porque, al fin y al cabo, en Amor –como ya dije- se mezcla también otra cosa que sí esta viva, que está recorriendo siempre los cariños y asombros y puede llegar a deshacer la Realidad y amenazarla con un grito y una desesperación bastante enérgica e inteligente; sin embargo, las instituciones han sabido ya muy bien domesticar ese peligro y someterlo a las leyes de Pareja, Matrimonio y Familia…

Luego ya, entendiendo lo que es la Muerte para la Realidad –el lugar a donde van los vivos para convertirse en sí mismos (y a esto lo llaman con el nombre de ‘vida’ para confundirnos a todos)- no podemos menos que darnos cuenta que cuando todo el mundo, ya amores, ya curas y psicoanalistas, ya filosofantes o literatos, nos suplica que ‘seamos nosotros mismos’ –cosa tan imposible como sangrienta y masoquista-, en realidad nos está pidiendo que nos muramos un poquito, que dejemos que lo misterioso de la vida –ya que no sabemos que es y bien poco nos importa saberlo, ya que de sólo enunciarlo ya estaríamos haciéndola Muerte, porque sería, la vida, ella misma, delimitada y bien establecida- se vaya muriendo en la medida en que se va integrando a la Realidad –ya que las cosas sólo pueden ser reales a condición de estar Muerta-.

Naturalmente lo que hay que hacer es simplemente declarar el misterio de la muerte… a la par que el de la vida… y no permitir que la Muerte –ya sea en Amores de Pareja, ya en pasaportes y demás triquiñuelas de la Realidad- nos mate haciendonos Uno, haciéndonos y condenándonos nuestro ‘yo mismo’… que naturalmente, es siempre falso.

Esto, a pesar de todo, ya lo sabía nuestro querido poeta… ¿cómo no va a saberlo si, a pesar de todo, el chaval era inteligente? Y podemos leer en el Estanque de los lotos (escrito posiblemente después que La amada inmóvil, aunque publicado antes, póstumamente en 1919), un poema en cuya sencillez –y aparejado al razonamiento que empapa los poemas a su amor muerto- resume con cristalina simplicidad todo el discurso aquí vertido:


La vida móvil, la vida divina
por dondequiera su paso encamina;
derrama formas: ya la peregrina,
ya la horrible, adopta. Canta su salterio
de infinitos modos,
y por sobre todo y por sobre todos,
misterio, misterio…
(LA VIDA MÓVIL)

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