miércoles, enero 23, 2013

Bosque de álamos negros...

(Río la silla - Sara L. Sánchez Chávez)


Vamos al bosque y arroyo,
bosque de álamos negros,
a soñar el andar de las nubes
y cantar con pájaros ciegos.
Vamos, toma mi mano
a perdernos en troncos inhiestos,
entre humillo de paixtle
y tierna cama de helechos,
moras de dulce azul
de la morera comeremos,
del arroyo leche de erizos,
salpicón de berberechos,
siembras de soles violetas
en las copas de los cerezos.
Agua nueva de la fuente
con buena sed beberemos,
higos verdes al desayuno
con suaves tes de poleo.
Ahí, tú y yo y nuestra
jauría de frágiles perros,
a vivir, holgar, retozar,
sin ningún futuro ni empleo,
a dejar que los nombres
se olviden como los sueños,
que nuestra memoria
se vaya en lomos de tiempo.
Serás tú la soberana
morena reina de los enebros,
coronada con una diadema
de frutos y floresde almendro,
y alhajas y anillos de 
gualda retama y lila de brezos,
con corte de lobos de oro
y un borrego almizclero,
linces salvajes, burros,
gallos de plata y corderos
lechales, mirlos, garzas,
verderones y mochuelos,
un carruaje tirado
por diez blancos conejos,
armónicos coros de ranas
cantando ¡vivas! en el piélago,
un alto y fornido caballo
de mil soles moreno,
hilos de telas de araña
bordeando encaje en tu pecho.
¡Toma esa larga, nudosa
y fina rama de enebro!
Es un bastón, es espada
y es también remo
que nos lleve y traiga
vera el río al océano.
Ya verás tú qué es lo 
que pasa de bueno.
Escribiremos coplillas
cartas, adivinazas y versos
sobre papelotes morados
de moneda que llaman dinero.
Aquí no hace falta; no hace
falta siquiera el deseo.
Aquel que algo quiera,
agua, amor, alimento,
calor, huerto o sombra,
juego, manzanas o besos
basta con solo pensarlo
y nombrarlo para tenerlo.
Junta pues a tus bestias,
alza ante ellos tu cetro
y gobierna con tu bondad 
de buen singobierno.
¡Este bosque escondido
será por siempre tu reino!
La verde frontera
de este a oeste del cerro!
Ve por ahí y cuéntale
a todos este dulce secreto.
A los que pregunten:
"Eh, Sarilú, ama de perros,
¿a dóndete escondes
que nunca, nunca te encuentro?"
Diles que sigan por los
guijarros a los reflejos
del río del bosque
de grandes árboles negros.
Nada quiero yo por
casa más que tu cuerpo.
¿Qué será lo que pase?
¡Es todo un hondo misterio!
¡Solo ven y jura conmigo,
jura sin siquiera saberlo!
Di que de aquí, de este
bosque nunca saldremos!
Que por aquí vivirán
por siempre los muertos,
que ya cuando tú y yo 
no tengamos voces ni aliento, 
bajo esta raíz preñada
de olvido, de vida, de tiempo,
seguirán nuestras bocas
dale que dale, beso que beso,
y que entre el murmullo
del arroyo en el desfiladero
se escuchen las risas,
caricias, carantoñas, juegos,
las canciones sonando 
de peña en peña en eco
que anden por siempre en este
bosque álamos negros

miércoles, enero 02, 2013

El más triste de todos los mandamientos...


Resulta más que curioso constatar que solo existen tres mandamientos (de la ley cristiana, claro), que son abiertamente positivos. 

1. Amar a Dios sobre todas las cosas.
2. Santificar las fiestas
3. Honrar a tu padre y a tu madre.

El resto de los siete son más bien negativos o prohibitivos. Te impiden hacer cosas, en lugar de obligarte a hacerlas. 

De esos tres mandamientos de obligación, uno tiene que ver con Dios (cosa que lo vuelve bastante importante) y el otro tiene que ver con los padres (cosa que más o menos se puede entender según qué cosas). Es decir, ambos tienen que ver con un cierto "amor" y "honra" hacia otra cosa que no es uno y reviste cierta autoridad: Dios y los padres. Algo que sería bastante digno de analizar y desmenuzar  pero que dejaremos para otra ocasión  porque es que es el tercer mandamiento el que no deja de llamarme la atención:

Santificarás las fiestas.

Locución que no quiere decir sino que se cumplirá el rito establecido según el precepto de la fiesta, sea de cilicio, ayuno o abstinencia y oración, solamente la importancia de Dios supera la del rito:

Ya que en orden de importancia (si se quiere dar, como parece que es, un cierto orden jerárquico al mero ordinal de los  mandamientos), solamente la figura del amor a Dios y la no utilización del nombre de Dios en vano, superan a la importancia de guardar las fiestas, de celebrarlas como es debido.

Incluso por encima de la honra a los padres, al hurto o al asesinato, parece preocuparle a la canónica eclesiástica que lo que primero se haga, una vez queda liquidado el asunto de Dios, es que se reúnan los feligreses al rededor del rito para poder continuar con la institución.

Preguntas son muchas y muy graves las que surgen al rededor de este descubrimiento de Perogrullo. No ahondaremos, aunque tendría sus sentido, en las distintas polémicas alrededor de las teorías de las fiestas y rituales sociales desde el punto de vista antropológico. La fiesta de Pierre Calestres (bastante criticada por lo demás por antropólogos que hacen más trabajo de campo), retomando ciertas nociones de Mauss y Bataille, ve en la fiesta una suerte de transgresión para la eliminación del excedente de la producción (esto aplicado, claro está, a los pueblos fundamentalmente neolíticos, es decir, los pueblos que aún siguen sosteniendo su economía fundamentalmente de la tierra).

Quizá no esté del todo equivocado Calestres siempre y cuando recordemos la máxima fundamental de la transgresión: que es justamente el polo dialéctico del orden. O, como diría el profesor Juan de Mairena, es su complementario, cumpliéndose las dos reglas fundamentales: 1) ser el uno lo contrario de lo otro y 2) ser el un condición de posibilidad de lo otro.

Es decir, sin transgresión no hay orden, sin orden no hay transgresión. Luego, ¿la fiesta es solo la lavada de cara del orden? ¿Será que estas borracheras de muerte y congestión alcohólica y pseudobacanales solo son comprensibles desde la perspectiva del absoluto aburrimiento del día a día? 

Ya he dejado más que claro siempre y en cada momento que odio las fiestas. Las odio con ferocidad y desprecio. Desde las fiestas de fin de año, pascua y vacaciones, como por supuesto y sobre todo, la fiesta personal del cumpleaños y los aniversarios. Independientemente de que nos quieran vender que se trata de una inocentada, que no importa, que da lo mismo celebrar que no celebrar, que es una excusa para pasárselo bien, que no se lo tome uno demasiado en serio...

No, no se puede. Me lo tomo en serio, lo más serio que puedo sin llegar a importunar a la gente. Me tomo, hasta un cierto punto, muy a pecho la tarea de recordar la tristeza. ¿No sienten ustedes como esta orgía de lucesitas y de abrazos esconde una tristeza enorme? ¿No huelen aquí a un trampantojo? ¡Casi como las fiestas de la sangre de San Pantaleón! El hecho de que suceda ante 5 mil personas la licuación de una sangre de más de 1700 años... ¿significa que es verdad? ¿Significa que lo que está ahí ocurriendo es un milagro?

¡Quién lo sabe! Yo, lo cierto, es que no. Pero ese hecho, no me parece más milagroso que ver cómo la gente, acepta sin más, el cambalache tramposo de cambiar 363 días de gusto y regocijo, por uno de orgía y locura. Me sorprende la docilidad de la gente para aceptar esto. (Lo mismo, por cierto, que me sorprende la docilidad de la gente para aceptar el tráfico o los impuestos o el crédito). Me deja boquiabierto, más que si viera yo mismo la higuera seca florecer con la sangre derramada de la decapitación de San Pantaleón. 

¡No señores! Aquí hay un camelo gordísimo. ¡Enorme! ¡Tiene que haberlo para estar justo después del rendir tributo y obediencia y amor y respeto a lo más sublime y sagrado de la institución! Es decir, a Dios. ¡Dios es justamente la justificación de la fiesta! Y no porque se trate de Navidad, sino porque esa idea es la que en el fondo, está detrás de esas carnes entristecidas, cuerpos enmohecidos, alegrías entumecidas, que se lanzan en un frenesí místico y enloquecedor a divertirse. ¡Para qué el cilicio si hoy se bebe cerveza como si de un auténtico deber de penitente se tratara! Y ese sonido de cohetes y pirotécnica que viene a ensordecer como silencio de monje cartujo. ¡No vaya a ser que en ese silencio, se desquebraje la idea de Dios! No vaya a ser que en esa pausa de la producción infernal, nos demos cuenta de que todo esto es una ilusión, todos contemplamos embobados la ampolleta de sangre de San Pantaleón y nos damos golpes de pecho con espantasuegras y gorritos de "Feliz año nuevo"! 

Para que al final, esta pirueta de la roca azul vagabundeando al rededor de la nada de soles, cobre algo de significado... porque si no... porque si no... ¿Cómo iban a sostenerse las alzas de las acciones, los créditos hipotecarios, las idas y venidas a los estadios? ¿Cómo iba a sostenerse todo si no hay un fin? Aunque sea el de este año... ¿Cómo iba a sostenerse Dios si no fuera porque el no es puro amor ni puro nombre, sino institución, rito y fiesta? ¡Dios se desmoronaría sobre nosotros mismos, salpicándonos de su divina sinrazón, si no fuera porque está condenado, como idea que es, a presentarse en la forma ordenada de la fiesta, del pulso, del ritmo, de la mentira teatralizada!

Que se jodan las fiestas, queridos, y ya verán como no necesitamos tanto petardo, ni cerveza, ni abrazos, ni Dios, para estar alegres y cantar.