viernes, abril 30, 2010

Arte y vacío

(Detalle de la Pared oeste de la Sala del Fondo de la Cueva de Chauvet)


Cuando veo a mi perro, no puedo evitar sentir una cosquillita de envidia. No sé si es adecuada o no, no sé si es correcta o no. Pero le veo ahí, tirado, con sus orejillas miel cayéndole como una cascada hasta extenderse sobre el suelo. A veces extendido para ahuyentar los calores que ya coquetean con la primavera, o en la noche, cuando refresca, echo un ovillo para recojerse la calidez de su cuerpecillo magro y compacto. Y le miro, y le miro como no se cansa de dormir. Debajo de la cama, debajo de mis pies, ante la luz de la ventana o buscándose un trapillo para hacerse una camita con su industria y su afán.

Le envidio porque, después de mucho pensarlo, me he dado cuenta de que no se aburre, de que no se siente vacío. De que el podría seguir tirado ahí horas y horas, días y días, y cuando le mirara, el cruzaría la mirada conmigo y agitando el rabo se montaría en cualquier juego, pero sin esperarlo. No espera nada. Está ahí. Dormido. Y le da igual si juego o no, si de pronto salto y le lanzo una pelota. ¡Y eso que vive, como cualquiera, en uno de los nichos que nos tiene reservado la industria inmobiliaria! Me lo imagino durmiendo a campo traviesa -cuando los campos eran campos, no ahora que hay puro vacío tapizado de carreteras- y no imagino que ningún perro ni animal alguno se aburra, sienta el vacío.

Y luego, hablando con una amiga me preguntaba sobre algo del arte -que aunque no tenía mucho que ver-, después me vinieron a contar que la apreciación del arte era algo así como una de las grandes capacidades de la especie del mico racional a la que supuestamente pertenezco. Y pensé: "Momento, que soy lento... ¿y esta apreciación del arte? ¿Y esta gana de rellenar el mundo con pinturas y poemas, de hacer canciones y adornar las cuevas? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Tras de qué está corriendo ese mico artístico?"

Y cuando los primeros micos racionales empezaron a manchar las paredes de las grutas de Altamira o de Lascaux... ¿para qué? ¿Qué falta les hacía?

Y sí, al fin y al cabo, me di cuenta. Que el vacío que dentro del cuerpo se siente -chupándolo y relamiendo todo por dentro de uno- lo lleva a intentar buscar a yo que sé qué cosa sagrada entre las pinturas, los pinceles, las sílabas, las letras. Vacío.

Y ahí tenemos que todas las obras de arte están ahí para hablarnos del vacío. Las catedrales, los museos, las exposiciones, las pirámides, las presentaciones de libros, las conferencias de historia, los programas culturales, etc. Todo para el vacío... Y si podemos pensar que habrá algunos vacíos que no tengan más remedio que chisporrotear de los dedos de quienes lo hacen, hay otros vacíos tan fecundos que propagan el sopor y glorifican la nada, como el museo del Prado o la Basílica de San Pedro.

Y lo podemos imaginar... ¿no? El pequeño mico desnudo acercándose a la pared de la cueva, acercándose hasta la piedra y tiznando con la punta de sus dedos, las virutas de una fogata hasta ir pintando sobre la roca viva y anónima un dibujo, para ahuyentar su vacío. Para hacer algo. Para moverse. Para sentir que algo pasaba en su mundo... que algún Dios le escuchaba, que alguien le escuchaba, aunque fuera otro mico racional, que miles de años después, viera esos dibujos y pensara en su vacío.

¡Mirad! ¡Mirad mi vacío! Gritan.

Y el mío, de paso.

Y los perros, si acaso había perros con aquellos micos, seguro estaban ahí, a su lado, riéndose por lo bajini, vueltos pelotilla para aprovechar los calorcillos de su cuerpo ante lo fresco de la cueva, acercándose a las ascuillas parpadeantes de la fogata recién apagada o acaso relamiendo de las estalactitas las gotitas de agua que bajaban heladas y nutritivas... y pensaban: "¿Y este mico racional? ¿Qué hace? ¿Qué busca?" Como seguramente está pensando ahora mi perro, mirándome escribiendo aquí, a ver si alguien -aunque sea yo mismo- me entero de mi aburrimiento, de mi vacío.



Pasaron varios siglos sin que el hombre descubriera
que vivía a su manera el electrón.
Estaba en todas partes y no estaba en ningún sitio
por aquello de la indeterminación.

Vivía para siempre enamorado
de un próximo y pesado nucleón.
Jamás los vieron juntos en la Tierra,
la Luna o el Sol.

Qué triste es ser electrón,
vivir en una nube,
el electrón se aburre por definición.
(x2)

Sentía una atracción irresistible
y el amor era imposible por aquel bello protón.
El Hombre destrozó todo el encanto
con la inversa del cuadrado que se le ocurrió a un señor.

Danzando por un átomo cualquiera,
espera conocer lo que es amor.
Jamás los vieron juntos en la Tierra,
la Luna o el Sol.

Qué triste es ser electrón,
vivir en una nube,
el electrón se aburre por definición.

(La tristeza del electrón, Prin' Lalá)

martes, abril 20, 2010

Notas al margen: La locura de las máquinas

Estaba yo con mi hermano, la otra vez, en una cantinucha de mala muerte, cuando él, de pronto, sin venir a cuento, alzando puchero compungido como mal de amores, vino a quejarse, aterradamente, de mi sobrino de escasos tres años. Y me dijo: «Ay, Daniel, ya no sé que hacer, no sé… pero Fernandito no para de hacer las cosas más extrañas que yo haya visto. Nos tiene a mí y a tu cuñada pendiendo de un hilo, entre médicos, consultas, revistas de pediatría… no sé…»

Y en fin, tuve que sonsacarle la información que entra tanto lamento y autocompasión no se dignaba en soltar. Resultó pues que lo que Fernandito, el pedacito de cielo más gracioso que le ha salido nunca a chocho alguno, se ponía a coger el teléfono cuando no había nadie del otro lado de la línea y se ponía a hablar solo. «¡Pero no sólo habla! ¡No! Discute y todo… se inventa cada cosa, como si del otro lado alguien le estuviera respondiendo… ¡ay! ¡ay! ¡qué miedo! A ver si mi niño va estar medio loco…!» (Naturalmente esto no lo decía él, pero sus ojos y su seriedad me lo chillaban a la cara).

Yo, francamente, me puse triste. No por el hecho de que su padre estuviese tachando de loco a Fernandito, ni mucho menos porque creyera yo que Fernandito ya le iba germinando la semilla de la esquizofrenia… no, era porque me daba cuenta de que Fernandito ya estaba creciendo. Ya se estaba volviendo loquito como sus papás.

«Imbécil», le dije bastante molesto de que me tachara a mi sobrino favorito de loco, «¿no te das cuenta de que lo único que hace ese cielo que tienes por hijo es imitarte a ti, pedazo de baboso? Lo que está haciendo es simplemente aplicar el sentido común a ese aparato monstruoso y enloquecedor que es el teléfono… ¡el único loco eres tú por creer que hablar por teléfono es lo más natural del mundo y no cabe duda que estás enseñando a tu hijo, a que eso es lo natural!»

«¿No te acuerdas cuando nos sentábamos a poner el ATARI? ¿No te acuerdas de que esas máquinas de cachiporra estaban locas? ¡No te acuerdas ya! ¡Te parece de lo más normal y corriente que los ATARI funcionaran a hostias consagradas, a soplidos de cartuchos, a lametones de niños impacientes! ¿Te acuerdas que movíamos el cartucho de un lado al otro, buscando quién sabe qué mágica conexión para que se abriera el mundo virtual ante nuestra pantalla? Con nuestro sentido común, sabíamos que las máquinas pueden estar locas, que de repente les da por hacer lo que les sale de los cojones y uno tiene que apelar más a la religiosidad que a las chuminadas de los informáticos o ingenieros. Pero ahora tú vas de racional, de que todo tiene que tener un por qué, que el pobre Fernandito, está loquito, en ves de verte a ti durante un momento ante un teléfono, con la oreja pegada al vacío, ya ni siquiera sin cable, sin nada, como si esa voz estuviera viniendo de un más allá de quién sabe dónde. No, Fernandito lo que le pasa es que está aprendiendo la locura de las máquinas, no te preocupes… al final acabará como tú, tan cuerdo, tan hundido en esa normalidad de vivir rodeado de artificios extravagantes como si fuese la naturaleza misma.»

domingo, abril 11, 2010

Buenos días, Don Nadie


I'm Nobody! Who are you?
Are you - Nobody - Too'?
Then there's a pair of us?
Don't tell! they'd advertise - you know!

How deary - to be - Somebody!
How public - like a Frog -
To tell one's name - the livelong June -
To an admiring Bog!

(Emily Dickinson, Variorum edition, 288)


¡Soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿Tú eres – Nadie – también?
¿Entonces ya somos dos?
¡Calla! ¡Lo proclamarían – ya sabes!

¡Que aburrido – ser – Alguien!
¡Qué vulgar – como una Rana –
Decir nuestro nombre – todo el largo Junio –
A una Ciénaga que te admire!


¿Cómo se puede ser alguien? No ya sólo en la vida sino en el puro lenguaje que nos enuncia. Si mi boca dice: «Soy alguien», ¿no estará ya ella misma mintiendo? ¿Cómo va a saber la lengua que hay algo detrás que habla?

Y como ya lo dijimos una vez, esto del hacerse persona sólo puede ocurrir en la medida en que uno se contempla a sí mismo. Se logra básicamente con la trampa maledicente que dice que uno es el reflejo del espejo, cuando no puede haber nada más falso. Simple y sencillamente porque la vista no se puede ver a sí misma, tal y como el lenguaje no puede hablar de sí mismo.

Está ahí. Estamos ahí, o por lo menos eso parece. Pero de ahí a ser Alguien –alguien en el sentido de que sea uno, no que sea algo, ya que si es uno, necesariamente tendrá que ser él todo uno, impidiendo que así, dentro de sí se un simple algo-, hay una diferencia considerable.

Luego, ¿qué hay acá abajo? ¿Qué hay del otro lado de la Realidad? (Ese Ojo que esta observándolo todo desde lo Alto y que pretende que todos veamos con su mirada) ¿Qué hay aquí abajo? ¿Qué dice la boca cuando se sincera consigo mismo?

Soy Nadie, o lo que es lo mismo soy cualquiera o más lógicamente, si algo que no es uno. Y si hay algo de amargor en ese descubrimiento, no será nunca, eso lo puedo asegurar, debido a la suplica constante de la Realidad (de Dios) que pretende realizarse con furia entre los mortales, a base de pasaportes, cuentas bancarias, nóminas personales, currículos y números de identificación fiscal.


lunes, abril 05, 2010

San Lamberto. A trabajar.


Ahora que ya pasamos, guarecidos en las sombras, estas tristes fiestas, ya nos toca volver al tajo y a destajo ir dejando las horas en sus nichitos, muertitas y anónimas. Y ya que hablamos, la otra vez, así muy por encima, que ya veo que esto de intentar profundizar es como cavar sin fin una tumba, de la pereza, pues pensé –puesto que la mala costumbre nos impone, que si hablamos contra la pereza, la gente va a creer que aquí estamos A FAVOR del trabajo- y que sería oportuno, hablar, también contra el curro, la chamba, el tajo, el laburo, como dicen los argentinos.

Y no es que yo estuviera por cerca de la cofradía de los labradores zaragozanos, no. Pero me vino a las mientes la historia de San Lamberto, un pobre mártir cristiano que por faltar a su amo, este le mandó decapitar. Y tan bueno y tan santo era el buen Lamberto que dijo, «no os molestéis, caballeros, que ya yo me arreglo el estropicio». Y, levantándose del suelo y recogiendo cual bártulo inútil su cabezica, se fue caminando hacia su tumba. Y acaso bien podría haberse enterrado a sí mismo si pudiera, como cuentan que se llegaron a hacer los ermitaños herejes que se mortificaban con votos de oscuridad y reglas comunes que se cuentan se hicieron en cuevas entre las serranías burgalesas y alavesas.

Y ahora bien, ¿qué tiene qué ver esto con el trabajo?

Es tan simple: ¡Mirad como la nueva iglesia nos pide la misma sumisión para él que San Lamberto tuvo para con su propia muerte!

Aún recuerdo grabado a fuego en mi memoria cuando me contaron que mi abuela, cuando iba, prácticamente echa un palito y desahuciada, al hospital, se negó, rotundamente, a que la dejaran ir sin haber hecho su propia cama. Hacer la cama de nuestro casi lecho de muerte. Creo que esa es la definición perfecta de lo que quiere el buen Dios de nosotros.

Lo curioso es que este santo sea el patrón de los labradores de Zaragoza. Que los labradores, los trabajadores y al fin, todo mortal que se le ha vedado, por el simple hecho de nacer al mundo y al Estado el gran privilegio de los que no-existen, pues siga el ejemplo, en la alabanza del trabajo, ese heroísmo inhumano de San Lamberto.

«¡A la tumba, compañeros! ¡Con brío y con la cabeza alta!» Parecen pedirnos, día con día.

Y en fin, se habla de trabajo alienante, se habla de cifras del paro, desempleo, marginalidad, etc. Pero todo eso sólo es para esconder lo más evidente. Para que nadie lo vea, para que agazapado se esconda ante todos los ojos que la buscan y que día a día se dejan los ojos, las manos, los pensamientos por ahí: ¿qué es lo que esconde todo esto? ¿Qué hay allá detrás de esos numerangos y esas cifras?

Acaso una sonrisa, una sonrisa y un cigarrito, el vuelo de una mariposa que distrae al labrador de su tesón y su futuro. Sí, ¡eso! Eso es lo que desesperadamente están intentando esconder y que nadie se de cuenta: ¡una mariposilla que cruza revoloteando ante nosotros y envidiablemente alza al vuelo a beber de las flores, mientras nosotros, (los animalitos predilectos del creador), de sabañones cubiertos, sin tiempo para la vida, tenemos seguir trabajando y construir en tierra un Paraíso para Él!






Pauvres rois, pharaons! Pauvre Napoléon!
Pauvres grands disparus gisant au Panthéon!
Pauvres cendres de conséquence!
Vous envierez un peu l'éternel estivant,
Qui fait du pédalo sur la vague en rêvant,
Qui passe sa mort en vacances.

(G.B.)