viernes, diciembre 21, 2012

Del fin del mundo...


Ay, que se acaba, uy, que se cierra el negocio, que ya nos mandan a freir el churro a los santos infiernos. Nada, nada, que esta aurora, como la de ayer y la de mañana será exactamente igual de aburrida y rutinaria que las demás... acaso el signo más inequívoco de que, sí, era verdad, el mundo, hace mucho tiempo que ya se acabó.

¡El fin del mundo no es algo que ocurra en el tiempo! No, el fin de la cosa misma del mundo no puede ser que se de dentro del tiempo si su clausura, es la propia clausura de este tiempo (al menos del calendario gregoriano, vaya usted a saber si las lluvias de neutrinos y chorros de materia oscura que andan por allá por las galaxias, cuenten y midan los tiempos). El fin no se espera en el tiempo, eso es ya mera lógica.

Ahora bien, eso no significa en modo alguno que el fin no pueda tener su lugar. Tener lugar (que algún listillo quiera entender como tener su suceder en el tiempo, ya que tiempo y espacio, más o menos, vienen a ser lo mismo, pero no, no será así si el espacio sin ser trocado en tiempo es algo que se da antes del tiempo o que subsiste por debajo de él, corriendo a su par, sin una aparente modificación del transcurrir del propio tiempo).

Sí, una vez un loco le dijo a mi maestro, "Eh, tú, Calvo, que hablas del fin del mundo, ¡pero si eso fue hace tanto tiempo!", dijo y se sonreía desdentado. Y es verdad, hace tanto que el mundo ya no es mundo.

Quizá el mundo se empezó ha acabar hace unos tres mil quinentos años cuando unos pastores asiros comenzaron a hacer marquitas con un estilete en un forro de lana tejida para ir haciendo las cuentas de las cabezas de ganado y los censos de las poblaciones. Así se comenzó la lenta caída hacia el fin que nos va dejando varias pistas por ahí. La escritura alfabética fenicia, la ida de Colón a América, la invención de la imprenta y finalmente la creación del progreso progresado a partir de la creación del automóvil, el satélite y la producción estúpida del capital.

Ay, amigos, ¿realmente esperan el fin en el tiempo? ¿No se dan cuenta que es justamente el hecho de que el mundo esté conocido y redondo por sus cuatro costados? Si ya lo dice la palabra: "Definir" es dar fin, es delimitar y poner al mundo en la áridez de lo ya conocido de su geografía y de su rutina. ¡Ya se sabe lo que es! Y ya lo que pueda pasar en él, tiene el mismo razgo de aburrimiento, bostezo y desesperación que lo que pueda ocurrir en el Reino de Dios. 

Poco nos deben escandalizar los agoreros del fin de la historia y o del mundo. Desde San Juan a Boris Cristoff, pasando por Hegel o Harold Camping, es lo mismo... Predicen a toro pasado, ya el mundo se acabó, al momento de saberse, ya no hay nada que pueda pasar en él sino lo que estaba mandado que ocurriera.

¿No se dan cuenta la terrible situación? ¿No está el mundo ya tan muerto que a uno solo le puede pasar lo que ya estaba destinado a ocurrirle? El mundo ya se acabó, si no en el tiempo, porque eso es imposible, sí en su tener lugar. Ya no hay lugar para que ocurran cosas inesperadas y ello ya es suficiente evidencia de que el apocalipsis ya se consumó. 

Mefistofélico contrato que el hombre ha firmado con los poderes celestiales: ha cambiado la vida por la seguridad. Y así nos va, trocando significados, los unos por sus contrarios: ¿nunca se han parado a pensar que es posiblemente el hecho de estar tan obsesionados por nuestro fin, nuestra desaparición y abogando por nuestra supervivencia, el signo claro y distinto de que ya lo que hay aquí no puede llamársele vida? Pura espera de la muerte, aquí sentados, viendo al sol levantarse con su redondez sobre todo el orbe conocido. 

Acaso, haya, quién sabe, entre esas hendiduras de saber, algo que se pueda de veras vivir, que se pueda de veras palapar, que ya no sea ese devenir de lo ya hecho y lo ya dicho. Pero eso, queridos, tampoco ocurre en el tiempo... y caso tampoco le quede el lugar. 

jueves, noviembre 01, 2012

Buenas noches, Agustín





¿Qué voy a decir de ti, maestro? ¿Qué es lo primero que se me viene a la mente? ¿Tus portentosas obras de traducción? ¿Tus dialéctica sobre la gramática? ¿Tus razones sobre las heridas estas del alma? ¿Tus poemas como perlas y tesoros escondidos en la pulpa del papel que se me vuelven un palpito viviente aquí junto a mi corazón, para herirlo y arrancarle lágrimas y asombros?

No, Agustín, nada de eso se me viene a la mente. Sabemos que tus siembras de tinta seguirán por ahí pululando por siempre y para siempre. 

Hoy simplemente me acuerdo de que tenías un corazón muy bonito, Agustín. Nada más. ¡Tan bonito que no te cansabas de dibujarlo por ahí por donde ibas! ¿Te acuerdas? En el libro este de Contra el tiempo, aparece a cada rato. Corazones cruzados de una flecha. Es en lo primero que pienso de ti, maestro. En tu enrome corazón y te imagino con babuchas acercándote al burro con cáscaras de melón para comer. Nada más.

¿De lo demás? Quién sabe si el Régimen, ahora que ya no estás hablando quiera colgarse medallas a tu costa ahora que ya no puedes responderle como hacías, ojalá por lo menos le quede esa decencia. Acaso, si sirviera para algo... bueno... quién sabe. ¿Qué importa, Agustín?

Yo ya no sé bien qué decir. Simplemente quiero decirte "buenas noches", otra vez. Como cuando al salir del Ateneo de Madrid con tus bufandas y tu paso tranquilo, pausado, ligero, ibas sacando un purito para degustarlo en las escaleras y pasar el rato mientas esperaban un taxi o seguías tertuliando ya en la calle. Yo pasaba a veces y sin atreverme demasiado a interrumpirte te decía: "Buenas noches", y tú, aunque tuvieras siempre esa cara de cascarrabias en las fotos, levantabas tus ojillos y lanzabas una sonrisa que ni la más buena de las abuelas es capaz de sonreír así de franca y así de clara. 

¡Ay, Agustín, con ese corazón tuyo tan enorme, tan abierto, tan sincero! Te dejabas arrastrar siempre por la muchachada, y es sólo en nombre de ella en que me atrevo a interrumpirte en los pitillos que te haz de estar fumando ahora. Es en el nombre de la muchachada que te veía en las tertulias, en las que te conoció durante el 15M, o de las que fueron tus alumnos en la Complutense o con las que estuviste allá cuando las rebeldías del '65, los que te acompañaron en la Comuna de Zamora, los que estuvieron en las cárceles de Madrid contigo por rebelarse ante la dictadura, por los que cantan tus palabras, por los de las tertulias de la calle Desengaño, por los de Nanterre, los que cantan tu himno preguntándose qué quiere decir, los que te leían en los periódicos, los que te oyeron en la radio, los que te invitaban sin un duro que darte a cambio, los obreros, los estudiantes, los del teatro deleitados por tus adaptaciones de Shakespeare, los filólogos que se quedaban de piedra al ver tus traducciones, los filósofos que preferían hacer como que miraban a otro lado, en nombre de los anónimos simplemente me acerco a decirte gracias, maestro. Muchas gracias.

¿Sabes? Siempre que leo o escucho a alguien con razones atinadas, pienso: Agustín lo sabría decir mejor. Porque ese era el mejor botón de muestra de tu amor, maestro. Que no te bastaba con decir razones que dieran en la diana de las cosas, de las heridas, de los dolores de estos que seguimos por aquí, mediosobreviviendo. No, eso no te bastaba. ¡Había que decirlas bien! ¡Había que hacer el esfuerzo por decirlas de la manera correcta y precisa! Y recalcar que ese decir no era un decir oscuro ni destinado a las élites de la inteligencia, sino para cualquiera, para que cualquiera lo pudiera entender. Y cuando no lo conseguías, me consta que te mortificabas, y buscabas, te devanabas los sesos por encontrar una fórmula, la fórmula más sencilla posible, para explicar eso que otros presentan bajo disfraces de profundidad.

Y tú poesía, señor mío. ¡Tú poesía! Ay, de mí que me salvaste, señor mío. ¡Ay de mí que yo ya andaba barruntando fabricar escupideras con los poemarios del mundo! Pero cuando leí tu poesía quede deslumbrado. ¡Al principio no lo quise aceptar! Era una potencia tan grande la que ejercía, que pensaba: ¡Ea, no qué este es un brujo, un sedicioso, un seductor! Pero después comprendí que no había revés de ninguna de tus intenciones. Que realmente lo que querías hacer, en lo que te dejaste años y heridas sobre la tinta, solo había la intención de hacer algo bello, algo lindo, algo que dijera algo. Y entonces se me abrió de nuevo ese mundo delicioso, amoroso, rico, como palacetes de nácar y esmeraldas, como rincones olvidados de bosques tapizados de frutas y hierba suave, descubriste ante mí una lira apolínea, una manera nueva (¡que de nueva tenía lo que tiene la poesía clásica griega!) de hacer poesía, de regalar versos, de entregarse al deleite de la lengua. 

Y eso sin hablar de las cartas que nos enviamos, de los favores que me hiciste a mí personalmente, un muchacho indocumentado mexicano en Madrid estudiante mediocre de una licenciatura inútil. Y siempre tan presto a ayudar, a saber, a intentar hacer algo. Son muchos hoy los que nos sentimos un poco más huérfanos.

Ay, Agustín, tú toda ricura, tú toda holgura y largueza, me impresiona. Tú, manirroto de tesoros y perlas de tu alma, gracias, maestro. Gracias, Agustín, gracias por todo lo que nos dejas, gracias por esta herida de este pedazo de corazón que te nos llevas. 

Y al enterarme, amigo, que ha sido tu corazón el que te ha fallado... ¿Qué decir? ¿Qué pensar? Sigo recordando, llorando, tu corazón cruzado por una flecha. Barricada, bastión, castillo frondoso donde solazarse y cantar, habrá que hacer algo para seguir conjurando a la innombrable. Habrá que seguir en esta batalla, maestro, contra la Realidad. Aquí seguimos, Agustín. Muchas gracias, dulce maestro y buenas noches.



viernes, mayo 11, 2012

Excursus: Vida y muerte

Los últimos años del profesor fueron una suerte de bendición. A los 93 años seguía tan lúcido como si tuviera 20. Llegando a ver los albores de este siglo en el que nos acomodamos para esperar a la muerte, el profesor, a pesar de haber pasado más de la mitad de su vida en grandes urbes como Madrid, México D.F., Buenos Aires, etc. nunca dejó de ser un provinciano. Un cordobés amante de la vida sencilla, tranquila y enemigo de los tropeles de masas que de un lado a otro se lanzaban al futuro.


El episodio que narro a continuación ocurrió el mes de Junio del año 2001, algunos meses antes de su muerte y la última vez que pude acompañarle personalmente a tomarse un lágrimas de jabalón y una tapa de paella. No hay cinta ni grabación de ese momento por lo tanto tenemos que fiarnos de la memoria de este que escribe para traerlo aquí y presentarlo a vosotros…

Para entonces el estado de salud ya estaba bastante deteriorado, un cáncer de faringe le hacía muy dificultoso el comer, aunque él nunca se quejaba. Simplemente se declaraba inapetente… Estaba en los huesos, sus movimientos eran tan lentos, tan delicados, que siempre que se movía uno tenía la sensación de que se fuera a romper en el canto de una mesa, en el borde de la silla. Me resultaba inexplicable cómo es que aún tenía fuerzas para ponerse en pie. Sin embargo el brío de su lucidez –a pesar de algunos rumores infundados sobre su supuesta chochez-, era incuestionable.

Salimos de su apartamento, despacio, muy despacio… llevaba ya varias semanas sin salir, sin tocar la calle, sin ver a aquel Madrid que tanto se había pateado de bar en bar, de tahona en aula… y ahí estaba: su Gran vía. Durante un momento se quedó deslumbrado, como un niño que descubre el mundo con sus caravanas, las furgonetas, los albañiles, los inmigrantes, el viento gélido de la colina madrileña, como si el cielo se quisiera llevar aquella ciudad de una vez y para siempre… y él, con su escaso pelo cano, bailando en la solapa de su boina, con unas gafas gruesas y los ojos entrecerrados por el sol de la mañana que se colaba por entre los edificios hasta alumbrar su portal se quedó quieto:

No dijo nada –apenas podía hablar-, sólo él sabe lo que estaba pensando… lo que le estaba cruzando por la cabeza, si acaso un horror de ver aquél Madrid acosado por la marabunta del movimiento industrial, acaso por los rubios turistas que cámara en mano avanzaban como puñados de irrealidad flotando a miles de años luz en sus lenguas bárbaras, o acaso simplemente el dejarse sentir una vez más entre aquél vivo anonimato de la calle y, pensando quizá, que sería la última vez.

Me dio su mano… su tímida mano, avejentada, fría, cansada y nudosa como quien entrega una rienda. Tocarla me estremeció… se aferró a mí y no me soltó desde la calle de los Tudescos hasta San Bernardo: caminamos juntos, como dos amantes, dos amigos, padre e hijo, aunque no sé por qué yo me sentía su padre y él, con la pureza de su asombro al ver las marquesinas, escaparates, automóviles, modas, teléfonos, no podía ser sino un niño… un niño perdido y extraviado entre aquel mundo de altura, hormigón y silencio difuminado por el tráfico de capital disfrazado de automóviles y personas.

Lo curioso, lo verdaderamente extraño que ocurrió fue al llegar al cruce de peatones de San Bernardo. Era en la acera de enfrente en la que estaba ubicado el único bar que más o menos toleraba de la zona, sin televisiones, ni radiolas para disimular el silencio, apenas una pianola destartalada y desafinada que aporreaban de vez en cuando los niños en sus juegos.

Pero esperando a que el semáforo cambiara a verde, el profesor Hipólito hizo algo bastante curioso:

Sin decir palabra, ahí, junto al semáforo y la papelera gris, junto a los miles de madrileños y foráneos que circulaban ya a pie, ya en las bocanas del metro, ya en sus autitos personales, se soltó de mi mano y con una lentitud parsimoniosa, su mano lechada cruzada por venas que parecían flores moteadas por pecas y manchas, me soltó y sosegadamente se introdujo en el bolsillo.

Cuando la sacó tenía en su mano un puñado de sal. Y con el cuidado que ponen los niños en sus juegos abstraídos, fue dibujando un círculo sobre la acera alrededor nuestro. Yo sin atreverme a interrumpirlo, el viento que intentaba desdibujar el polvo sin lograrlo del todo y la concurrencia que de pronto comenzó a darse cuenta de lo que estaba haciendo el prof. Orejuela. Y después de acabar… tomándome de mis brazo y tiró de mí hasta arrodillarme dentro del círculo.

El semáforo se puso en verde en aquél momento y los peatones circularon ante nosotros, mirándonos… Hipólito acercó hasta mí sus labios desdibujados y dijo:

-¿Sabes alguna oración?

No hacía falta responder, estaba temblando… no sé si de frío o de miedo. La multitud se movía como una lenta marabunta, observando aquellos dos hombres que estaban arrodillados dentro de un circulo de sal… y estoy seguro de que Hipólito tenía más miedo de ellos que cualquiera de él.

miércoles, abril 04, 2012

El pacto


Cuando veo a mis perritas observo sus comportamientos. Sus vaivenes, las colas que se mueven, que juguetean, veo cómo se trepan las unas sobre las otras para verme desde la reja cuando vuelvo del tajo grasiento y sudoroso. Más divertido es verlas correr y jugar, se lanzan cual balas peludas o revolotean entre el pasto como cerditos en una pradera. Aunque también las escucho y veo gruñir, ladrar, establecer sus jerarquías, sus ordenes, sus "aquí mando yo", "eh, este es mi lugar, tú vete", subiéndose unas encima de otras, alguna de ellas llevará -o eso creerá, la pobre- el control sobre las otras dos. Una corre desbocada y las otras le siguen. Aquella se mete en su casa y las otras le siguen. Aquesta otra se tumba a mis pies para pedir cariños y las otras dos, ni tardas ni perezosas, se enciman cual montaña de pelos para ganar la caricia.

Están, continuamente, renovando un pacto. Alguna lo propone, las otras lo aceptan tranquilamente. El pacto es móvil, tiene aún esa gracia, porque ninguna es lo suficientemente fuerte como para mantener el poder todo el tiempo. Hay mandas de perros, monos y hombres en los que este pacto si tiene una continuidad desalentadora, de eso no cabe duda.

Y es de ese pacto del que yo ya estoy francamente harto. ¿A ustedes no les pasa? Es un pacto que se firma sin quererlo. Se nace a ese contrato. Un pacto en dónde líder y seguidores están ambos sujetos y que ni uno ni otro es más libre.

En todos lados vemos eso: el pacto familiar, laboral, político, moral, identitario. Todos son uno y lo mismo. El padre es padre y el hijo es hijo. El trabajador -llámese mecánico, reportero, servidor público, adiestrador canino, etc.- siempre tiene que estar guardando su papel. He conocido gente de lo más cínica y desvergonzada que de pronto la encuentro hablando de moral y de justicia, sólo porque ahora es policía. O el servidor público esclavo de los partidos, los reporteros en su papel siempre mandado por el editor, el escritor y artista siempre pendiente de lo que los mercados públicos y modas se encaprichan -que si novelas históricas, o género negro de los urales, o vampiros o conceptualismo o land-art o...-, los jefes, evidentemente, siempre con el trabajo de mantener la idea -cual sea que sea, de subir su empresa, de ganar más dinero, de producir mejor, da igual-, o el marido que ha optado por dejar de hablar con su mujer, no vaya a ser que en una de esas le diga algo de verdad, todos cumpliendo su papel como mis perritas. Como yo mismo.

Ese tristísimo pacto con la Realidad de ser quién se es y de defenderlo hasta la última de las consecuencias. Defender el nombre, la profesión, el quehacer, la persona en resumidas cuentas. Como decía aquella canción de García Calvo:

Todos tienen su idea: son ellos
los reyes del aire.
Y si tú ves que, cuando a todos
los cierre en la cárcel
de los versos y que la música
ya se apague,
yo me quedo a las nubes
mirando distante,
recuérdame y dime «La veo ahí
la cara del que sabe».

Porque el caso de ese pacto es que nadie gana. No seamos tan ingenuos que el jefe es más libre que el obrero. Que el rico es más feliz que el pobre. Que el profesionista independiente y educado está más realizado que el obrero ignorante. Aquí todos pierden. Todos viven esclavos de la idea y del aire. ¡Y con tan poca gracia...! ¡Por tan poca cosa! Que si fuera una caricia del ovillo de pelos de esas mis tres perrillas, o por correr y alcanzar a la flecha de pelo marrón que se lanza a galopar montaña abajo...

No, en este pacto al que todos nacemos -y algunos ratifican con más ímpetu que otros- no tiene más que ofrecernos que nuestro lugar en la Realidad. Un lugar. Eso es lo que da. Dinero, prestigio, fama, cartera, persona, arte, cultura... son cosas que en último lugar dan fe y constancia de ese lugar que ocupa uno. Su triste nombre.

Me emborrono. Nada puede servirme de intercambio como para dejar de ser un rato yo mismo e irme tras el primer perro que cruce a mi derecha, sacándole la vuelta a la Realidad y sus pactos.

domingo, abril 01, 2012

Ciudadano, ciudad, pólis, política. Contra los chapulines.

Lo que sigue es una especie de contestación a un articulillo que apareció el día 13 de Marzo de 2012 en un rotativo de circulación nacional a propósito de movimiento anti-chapulineo en Nuevo León.

En él, su autor, defendía la tesis de que un servidor público puede ir brincando a otro puesto si así le conviene. Basado en dos argumentos:

"1. Porque en la democracia representativa no existe el "mandato imperativo", lo cual significa que un ciudadano, en lo particular, no puede obligar a su representante a terminar su encargo; y
2. Porque favorece la democratización y la movilidad en el reclutamiento de la clase política." (Cfr. "En defensa del chapulineo", M. Tijerina, El Norte, 13-03-12)

Valga la pena decir, antes de empezar, que esto no es únicamente una respuesta a ese artículo, sino también una glosa a cosas que ya en otra ocasión, había estado barruntando por aquestos lugares y en sí un dejarse hablar sobre el movimiento en general.

Más allá de que se intente disfrazar esta cuestión con un ir y venir de palabras de leguleyos y chupatintas de "mandato categórico", "ingeniería constitucional" y toda la serie de leyes hechas siempre por el propio poder para dialogar consigo mismo, quizá la cosa se simplifica más si recordamos que nadie le está pidiendo a la señora alcaldesa que termine con su mandato. Yo por lo menos no. Tanto me molesta que dicha señora esté aquí o esté allá, siendo que en cualquiera de las dos partes hace un daño inmenso. Aunque, como digo siempre, los casos y nombres particulares siempre son distractores muy efectivos para evitarnos ver la cuestión de fondo.

Para empezar, valdría mucho la pena recordar que el estatus de ciudadano en el Estado es justamente eso: un estatus. No es una cosa dada simple y sencillamente por existir y pisar este suelo mexicano. Es decir, se trata de una especie de contrato establecido entre La Realidad sustentada en el Estado y la gente, que gracias a ese contrato se vuelve servil. Por ello, ya en otra ocasión me quejé aquí del propio concepto de ciudadano, siempre rastrero ante el poder, y el otro de pueblo, que ese no se sabe ni bien qué es ni cómo se pueda manejar. Ese contrato conlleva ciertas especificaciones de obligatoriedad a cambio de ciertos derechos. Es un intercambio, de eso nunca se duda, porque el Estado no da nada nunca gratis y por esas cosas tan aparentemente inocentes de dejarse empadronar y nombrar y constituir como persona -para que ya no sea uno pueblo, sino número, nombre y apellido y de esa manera no tenga más remedio que tener que estar constantemente preocupándose por el mantenimiento fervoroso de ese nombre y número-, se le otorgan cosas tan pusilánimes como el derecho del libre tránsito -dentro del territorio que compete a tal Estado, porque más allá, no lo puede asegurar-, permiso de trabajar dentro de sus linderos, permiso para votar, permiso para ser votado, etc. Claro que este acuerdo se rompe según que casos. Ya ven ustedes que aquel que se atreva a hurtar lo que no era suyo, inmediatamente, pierde el derecho del libre tránsito y va derechito a chirona, al bote, a la trena, en fin... ya saben.

(Acaso alguna vez tendremos que hablar de cómo se construye la imagen de la libertad ciudadana -cosa absolutamente contradictoria-, única y exclusivamente a través de la diferenciación con los presos, los ilegales, los marginados o los esclavos de la antigua democracia Griega. Es decir, solo mediante la contemplación de estos esperpentos de la sociedad es como el ciudadano modelo puede realmente creer que, dadas las condiciones de su contrato con el Estado, es libre).

Bueno, pero volviendo al tema. Entre esas prerrogativas que el Estado entrega a sus ciudadanos esta esa que se encuentra en el ojo del huracán ahora que empieza esta estúpida festividad de la democracia representativa: el derecho de ser votado. Y claro, a esta señora alcaldesa que por angas o mangas -que las particularidades, como dicho queda, ni nos van ni nos vienen-, se le ha arrebatado el derecho de ser votado porque pierde el estatuto de ciudadano si acaso se le ocurriera renunciar a su cargo de alcaldesa. Cfr. Capítulo IV, del Título Primero de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, en particular el artículo 38 y 36, así como los art. 55, 127; e igualmente el inciso f) del apartado 1, del art. 7 de el COFIPE.

La ley está inscrita así, el contrato está escrito así. Resulta que esa es el fatídico destino por haber nacido en esta democracia representativa, que somos ciudadanos y estamos regidos por tal contrato.

Claro que, inmediatamente, el redactor del artículo, sabiendo que en el fondo de la cuestión es esto lo que se oculta -a pesar de haber gastado la mitad de su texto hablando sobre "mandato categórico"-, ofrece la solución. Algo que muy pedantemente llama "ingeniería constitucional", un vocablo muy chistoso, sobre todo si tomamos en cuenta que viene de un hacedor de publicidades. Esta "ingeniería constitucional" no sería otra cosa que modificar las leyes. Simple y sencillamente. Pero claro, ese vocablo de "ingeniería" que lo hace parecer tan moderno y profesional, parece sonar menos aparatoso que reformas y enmiendas a la Carta Fundacional del Estado. Claro que él no lo dice sin fundamento: Esa ingeniería de chupatintas vendría a fincar los procedimientos democráticos para la elección de nuestros mandamáses de turno. Osease, la profesionalización de la política. Bueno, la cuestión aquí es simple y sencilla. Tal y como está el panorama en la llamada "clase política" -un término repugnante, ya que da por sentado que hay una diferencia entre gobernados y gobernantes, es decir, los que hacen la política y los que no nos queda más remedio que sufrirla-, lo único que haría un sistema semejante sería todavía concentran con más virulencia el ir y venir de los apellidos de los mismos. ¿O no habrá en su institución partidista de turno, un buen mozo o moza que esté dispuesto a dar y entregar su trabajo y esfuerzo por el bien del VII Distrito Federal y justamente tienen que llamar a la fila a un alcaldesa en funciones? Si de democratizar las instituciones se trata...

Y aún más peligroso que esa ironía, es el hecho de que aquí nuestro articulista de por sentado lo que ya muchos clamores solicitan en esta democracia representativa: la profesionalización de la política. Que aunque parece un inocente reclamo porque sus servidores públicos sean eficaces, en realidad, parece estar clamando por la institucionalización de esa separación entre goberantes y gobernados, y recalcar el hecho de que la política es la mera administración de la ciudad, es una mera economía del Estado. Cuando la política tendría que ser otra cosa.

Pero ya lo decía la canción: "¡Ay, perogrullo, / si tuvieran las cortes / consejo tuyo!". ¿Valdrá la pena recordar una vez más eso que decía Aristóteles allá por los 400 antes de nuestra era, esas verdades de Pedro Grullo: Que la ciudad no es una casa. Que la pólis no es oikós y que como tal la política no puede ser economía. Y por lo tanto hablar de políticos profesionales es hablar de la constitución misma del régimen de la Realidad que estamos padeciendo, y contra lo que desde aquí, como se pueda y podamos, estamos en pie de guerra de palabras.


P.D.

Y que quede constancia que a esa alcaldesa en lo particular no le deseo mal alguno, que luego se prestan estos escritos a maledicencias y venganzas entre ciudadanos. Aquí se intentó -se logró o no, quién sabe- hablar como si fuera cualquier otro. E inclusive, si bien le asienta, le digo yo que si no fuera por la entrega de La Pastora a las garras de ese consorcio de muerte y meados embotellados llamado FEMSA, hasta la habría considerado igual de mediocre y sin lucimiento ni especial vergüenza como tantas otras a la zaga y que le seguirán después.


viernes, febrero 24, 2012

El triunfo de la muerte


Cuando estos huesos tuvieron, casi por casualidad, que pasearse entre las galerías del Museo Nacional del Prado, ya sabían la existencia de este cuadro por demás medio morboso de Brueghel. Así que cuando llegué a la galería de la pintura flamenca me quedé un rato viendo este cuadro e imaginando toda esa estética medievalista apocalíptica: los cartujos que entran danzando a rostizarse en las llamas mientras cantan loas al señor, las procesiones de penitentes que caminaban de un lado al otro de Alemania azotándose las espaldas gritando que el fin de este mundo pecador estaba cerca, los cadáveres olorosos de las brujas en los Países Bajos, la hediondez de las piras de muertos ardiendo consumidos por la lepra y la peste... y en fin, todas esas lindezas que parece que la modernidad se empeña en hacernos pensar del medievo, un poco por no tener nada que decir y otro tanto para hacernos creer que todo eso no eran más que supercherías de ignorantes y fanáticos.

Y claro, frente a ese cuadro y esta representación de las épocas, un no puede evitar la suspicacia. ¿No eran aquellas alegres canciones del Carmina Burana unas tonadas llegas de alegría y desenfado? ¡Mucho más que las taciturnas e idiotizadoras canciones de amor por el ideal o jolgorio para el beber que hoy padecemos en esta época moderna! Los goliardos no lo pasaron tan mal: In taberna quando sumus. Y aunque es verdad que los Carmina Burana ya se acercan al Renacimiento Carolingio, no es menos impensable que antes al pueblo -ese pueblo que no es nadie y que, por consiguiente, no entra en la Historia- no le debería de ir tan mal.
Y sin embargo, lo que nos queda es el miedo. ¡El miedo a la muerte! Ya no entraremos aquí en las consideraciones acerca de la propia muerte, sino sólo en su miedo... Aunque, nada más para dejarlo ahí, sacamos aquella frase de Epicuro que ahora mismo no recuerdo en qué fragmento está, de que a la muerte no se le tiene que tener miedo porque no es una cosa que le ocurra a uno. Creo que de estas lindezas ya hablamos en otra ocasión y no quiero dentenerme más en ello. Lo básico de la muerte es que sea siempre futura y que nunca llegue a su término. Basta con que tengamos esa idea fija de lo malo de la muerte para que la sarta de cartujos se lance al fuego o los penitentes ronden plañendo en las calles.

El trampantojo está montado independentemente de las épocas. Lo vivimos hoy mismos, que si crisis, que si narco, que si SIDA, que si banco. Y ustedes me disculparán que ultimamente esté hablando de casos concretos en este intento de desmontar la Realidad, cosa que ya me he pronunciado en contra. Porque cuando uno habla de casos concretos, tiende mucho a perder la perspectiva de lo general y la verdad uno patina mucho en cosas contingentes... valga la aclaración para decir que si nos valemos de verbigracias son únicamente en loor de su utilzación para mostrar lo que está pasando en todas las sociedades en mayor o menor medida, apuntalando estas u otras instituciones de la Realidad.

¡Y es que la muerte es la mayor institución de la Realidad! ¡La primera, si tomamos en cuenta que el tiempo cronológico prácticamente nace junto con la muerte misma!

Pero a lo que voy. Ha vuelto sobre la mesa este debate sobre la pena de muerte en los territorios de México, debido a los sucesos que acontecieron hace unos cuantos días en el penal estatal de Apodaca en Nuevo León. Informarse de las noticias es algo muy penoso, así que digamos que durante una jornada cualquiera, celadores y prisioneros decidieron exterminar a 44 reos de la banda contraria y después darse a la fuga. Los nombres, por ahora, son lo de menos. Que si gobernadores, que si directores penitenciarios, que si esto que si lo otro. La cuestión sorprendente es que ante estos sucesos la gente está a nada de celebrar la muerte de 44 personas simple y sencillamente por su noción de culpabilidad criminal.


Aunque ello tuviera su sentido, no vamos a meternos -aquí y ahora- a debatir qué sea eso de la culpabilidad criminal o cómo el Estado y Capital fundidos en una sola y única Realidad vienen a producir sistemáticamente criminales a través de sus leyes y sus administraciones. No. Vamos a saltarnos eso, porque aún nos distraería de a donde quiero ir.

Y sobre este clima de crispación, vuelve la burra al maíz, vuelve a estar sobre la palestra (no tanto en los medios, sino en el cruce de pláticas con el común) el tema de la pena de muerte. Y si tanto eco se oye entre la gente, ¿será porque realmente lo quieren? ¿Realmente quieren entregar al Estado (y un Estado completamente disfuncional) el poder para disponer de la vida de cualquiera según las legalidades burocráticas pertinentes? ¿Por qué íbamos a desear que el Estado tomara semejante decisión?

Independientemente de cuestiones morales, de quitar una vida, de matar, en suma. La pregunta es: ¿hasta es punto ha triunfado el miedo? Miedo que no es otra cosa que temor a la muerte. ¿Hasta ese punto ha llegado la propaganda y la exposición en los medios de las imágenes de terror? El telediario acaba cumpliendo las funciones de la fachada de una catedral o de este arte apocalíptico de Breugel: el de procurar el triunfo del miedo, que la gente tema de todo. Hasta de los prisioneros que están tras las rejas.

Y ahora planteamos la pregunta: ¿a qué le tememos? ¿A qué le tenemos miedo? ¿A la delincuencia? Pues parece que sí y parece que no. O mejor dicho, parece que el miedo a la delincuencia es sólo una caricatura monstruosa de un miedo del que los propios narcotraficantes, asaltantes y secuestradores son parte. ¿A qué le puede tener miedo un secuestrador? ¿Qué es lo que hace que funcione tan bien este sistema en dónde llega un punto en donde policías y criminales son absolutamente indistinguibles? ¿Qué es lo que nos hace tener miedo?

Al final, reponiendo a esas preguntas volvemos a esa cuestión que no debemos olvidar: la Realidad, por más que se presente en forma de asesinatos y secuestros y robos, no sigue siendo mas que una pura ilusión. Una ilusión sangrienta y violenta, pero una ilusión al fin.

¿No será una cosa accesoria pedirle al Capital y al Estado que nos den pena de muerte? Si al final todos estamos medio muertos y medio condenados. Entregados al trabajo o a cualquier otra actividad, el sustituto de vida acaba llevándoselo todo: las muertes violentas son algo que solo están ahí para distraer y horrorizar, haciendo creer que por no tener una muerte violenta o pobreza o drogadicción, tenemos una vida.

Si todo se trata de una ilusión, y como decía mi maestro: "El fin del mundo ya ha tenido lugar...", hay que decirlo claramente, la Realidad se construye gracias al miedo y luchando contra el miedo, es como se lucha contra ella.



domingo, enero 22, 2012

Luz


No sé bien qué sentido pueda tener esto de ir deshojando los días, ni por qué a la vuelta de un periplo orbital uno tenga que acordarse de las cosas que se hiceron hace justo un año. Me da sospecha aquí adentro, porque pareciera un poco de miedo a que esto que ocurre se muera de pronto. ¡Y el mejor remedio para que las cosas no se mueran es matarlas antes de que nazcan! Por eso se celebran cumpleaños y años nuevos y también aniversarios. Para asegurarse de que lo que está pasando ahora también es historia.

Pero lo que está pasando aquí no lo es, querida. No es historia. Y es por eso que ya me cuesta imaginar mi sueño sin tu abrazo, las horas sin tus palabras, al propio tiempo me cuesta entenderlo cuando estoy contigo. Por eso no estoy aquí por celebrar aniversarios ni nada por el estilo. Acaso aprovechar esto de las fechas para recordar que es acaso sólo el amor lo que nos salva del tiempo. No he encontrado mejor aliado que tú, mi amor, para siempre planear zafarranchos contra la Realidad. Es la gloria perderme en ti. Es cómo si de pronto pareciera que la guera se detuviera. Que por un momento acá en la tierra se abriera la posibilidad para que los dioses se manifestaran y aniquilen el tiempo.

Y es que entre mis manos ya te vuelves una masa de misterio. No hay sueño en el que no me pierda, no hay palabra que no la saborée y todo a tu lado simplemente se vuelve ese paraíso dónde no hay tiempo ni aniversarios ni nada por el estilo. Así todos se diluye para no perderse. Y la herida en vez de cerrarse se abre y siente, con cada gota, que estamos acá intentando sabotear la Realidad, cómo podemos, como nos demos a entender. De la mano. Eres mi Luz.

No estoy sentado aquí entre floridos sauces
ni tú frente a mí de caminando descalza
entre las corrientes del río y peñascales
blancos que bordean el lecho del agua.

No estás ni aquí ni allá, y tú bien lo sabes
ni yo aquí entre letras, ni carnes, ni versos,
ni en sueño, ni imagen, ni cuerpo, ni realidades,
ni flotando en mundo extraviado ni sitio ninguno.

Sino revueltos, perdidos entraguas del río que nace
allá en la honda y segura oscuridad de tierra,
en lo alto de la nube y de la lluvia que cae
mezclada con garzas y sapos y pechiamarillos.

Somos este río que va bajando sin cause,
el cuarzo de la piedra, las trenzadas raíces,
la urraca que juega, el ventanuco de cárcel
que ofrece al que está el índigo cielo sin fin.

Somos puños preñados de caricias amantes,
nutrientes laboriosos secretos de la humedad,
argentina luna borracha entre brujas danzantes,
somos, amor, lo que se cae, lo que no está.

Currucas silvestres, martínes pescadores brillantes,
tres mil recios abedules volcados al éter,
la paz de desiertas ciudades primaverales,
estamos en lo que no se sostiene, lo que no es.

Tu cuerpo tocado de finas aristas llameantes
que juegan en límites con geometría imposible
y con tus bellos ojos amables y tu sonrisa salvaje
mandas al olvido todo lo que pensaba que era.

Y es este alegre beso infinito el que lo hace
sentir, pensar que el tiempo se queda
aquí y que de aquí nunca se vaya, nunca pase
esto que pasa y se queda ni estando ni siendo.

Porque ni yo estoy aquí entre floridos sauces,
ni tú estás ahí frente a mí en dónde el río nace.


(Él es Chicho)

domingo, enero 15, 2012

Minima moralia: Esterilización animal



Baudrillard asegura que la esterilzación de la mascota es el punto culminante de la objetualización de la mascota. Es la mascota perfecta liberada hasta de su sexualidad y por tanto era una forma de llevar hasta su última consecuencia la realidad del capitalismo: reducir a todo lo que hay a objetos de consumo. Acaso como aquellas cucarachitas atadas a borchecitos de oro o la leyenda urbana de los bonzai-kittens. (Cfr. Baudrillard, Sistema de los objetos).

Sin embargo, el análisis del francés se centra únicamente en las relaciones amo-animal y no viéndola desde una perspectiva más amplia entre la relación mercado-crianza y ciudad-animal. Lo que ha ocurrido, (y esta es la verdadera cumbre del capitalismo), es que se ha reducido al animal, no un objeto de consumo, sino a un medio de producción. O lo que es lo mismo, a la crianza indiscriminada y sobre oferta, en cualquier ciudad del mundo, de compra-venta de animales.

La necesidad de esterilizar a los animales no yace en liberarlos de su sexualidad y así tranquilizar la inquietud de un objeto sexuado merodeando nuestro patio o nuestro salón; sino de imposibilitar su reproducción y con él, la del sistema capitalista mismo.

(Huelga decir que estas mismas palabras que se dicen de los animales, deberían repetirse sin cambio alguno, para las personas. Ya que, exactamente igual que los perros únicamente nacen para perpetuar la sinrazón de la compra-venta completamente innecesaria, los hombres nacen, no ya como personas, sino como mero potencial de mano de obra desocupada).

Por otro lado, la sexualidad en una sociedad latina no resulta perturbadora, sino todo lo contrario. La negación a la castración del animal no obedece sino al temor del propio amo a estar castrándose a sí mismo. La unión entre el animal y el amo presupone la sensación de que, al castrar a su animal, se está perpetrando alguna suerte de villanía en contra de la naturaleza.

Claro que, contradictoriamente, no debe parecele abominación alguna la caza, búsqueda, captura y sacrificio sistemático de miles y miles de animales año con año en todas las ciudades del mundo con los métodos más económicos posibles. Ante este holocausto animal los testículos del amo no corren riesgo. Todo lo contrario: parecen autoafirmarse en la medida en que igual que pueden procurar la vida a través de la crianza sistematizada, pueden procurar la muerte con cables pelados para la electrochoque en serie de perros y gatos.

La sexualización de los animales está ya presupuesta en el método de elección del amo. En Nuevo Laredo, el 80% de los animales recogidos de la calle por los centros antirábicos son hembras. La propia noción de que una perra lo único que hará será embrazarse y por ello generar indiscriminadamente animales no es más que la otra cara de la moneda. Quién acepta a las perras es porque, sistemáticamente, las va a poner a parir.

Habrá que mandar este mensaje tranquilizador a los amos. Esterilizar a su perro no los hará estériles a ustedes. Esterilzar a un perro, evitar que más perros nazcan, lo único que hara será producir oportunidades de lo único que merece la pena producir en el sistema capitalista: la posibilidad de que ocurra algo que no está contemplado.

O lo que es lo mismo, que se trastoquen las leyes de la oferta y la demanda. Que no se pueda comerciar más con los animales y que realmente fuesen tratados como lo que son: cosas absolutamente nuevas. No objetos de serie. No esa especie de eugenesia enfermiza de las razas ultrapuras, sino a la sensación de que el animal se conecta, fibra a fibra, con cualquiera del resto de cosas. Con usted, por ejemplo.

Lo mismo con los humanos. ¡Si tan sólo le dieran la oportunidad a su hijo de no nacer! ¿Quién sabe? Quizá realmente llegaría a disfrutar de la niñez del resto de los niños que ya pululan por el mundo.

No favorezca la cría: adopte, esterilice.