jueves, diciembre 15, 2011

Democracia: Ciudadanos v.s. pueblo

Que se queden con ese palabro tan feo y tan asquerosito, me refiero a eso de ciudadanos. Que se lo queden.

Parece que se a adoptado este nuevo palabro tan mediatizado por los mandamases en sus discursos para diferenciar al "ciudadano" del "pueblo". Ah, qué operación tan macabra. Porque claro: pueblo es cualquiera y es nadie. Pueblo es lo de abajo, lo rebelde, lo que no se puede dominar ni contar, ni dividir, ni dirigir, ni gobernar.

En cambio, el ciudadano... A ese pelele se le gobierna con el dedito, con cuatro pastiches de basura que se le ofrecen a cambio de un voto simbólico y la entrega de la soberanía (Uy, perdonen la pedrada de decir "soberanía" y no decir qué pienso que no es, pero ya habrá otros días o eso creo). El ciudadano es un mierda, porque esa es su condición primera: la de ser el depositario ontológico del miedo al quehacer político, de ser el mezquino resultado de un pastiche capitalista, un individuo económico, un engrane en el sistema.

A eso han reducido al pueblo: a la llamada "participación ciudadana" a que voten, a que consuman, a que paguen sus impuestos y que como un grado desefrenado de la loquera liberalista y magnánima de su gobierno, se les permita, de vez en cuando, que salgan con sus pancarititas a la calle a pedirle, como una malquerida esposa le suplica a su todopotente esposo, que no le gusta aquello, que quiere más de esto, que por favor le deje más para los gastos.

El ciudadano no puede ser más que reaccionario contra el pueblo. ¡Eso es lo macabro del sistema democrático! Que funciona en la medida en que convierte al pueblo -a la masa de gente sin mayor particularidad que la de estar por ahí vagando y hablando- en personas con apellidos, con credenciales de identificacion, cuentas de nómina, carritos a su nombre, historial crediticio, etc., y la tiranía ya está levantada por sus propios súbidtos.

¿O qué? ¿Nunca se han sorprendido a sí mismos temerosos de que la Bolsa de Valores se desplome a pesar de no tener ninguna clase de inversión en el mercado? ¿O al vecino que se congratula de que a los estudiantes que se manifiestan les van a dar duro con la cachiporra en la cabeza? ¿O el trabajador que aplaude las disoluciones de las huelgas?

Sí, es un espectáculo tristísimo. El hecho de haber reducido la política a la economía. La ciudad a la casa. La pólis -política- a la oikós -la casa-. La política es del pueblo. La economía es para los individuos... o ciudadanos, que para el caso es lo mismo.

No sean ciudadanos, no sean dóciles. Hay que hablar públicamente siempre en cuanto docto, como diría Kant. O, quitándo jerga, hay que hablar como si uno no fuese uno, sino otro, como si fuera cualquiera y nadie.

Porque el pueblo no puede tener autos o defender sus gasolineras o sus careteras. Todo ciudadano es reaccionario y quiere aplastar al pueblo por esas raquíticas conseciones que la Realidad y sus Estados otorgan a quienes cooperan con él.

Evidentemente esto que comento en general es por lo que se vivió en particular en Ayotzinapa. Que el hecho es delesznable e indescriptible es algo que a duras penas se puede expresar. Pero el hecho de que mucha ciudadanía a tu alrededor empieza explicarse con cosas como "Pues sí, matar está mal, pero...", "Deberían estar estudiando", "Es vandalismo y terrorismo...", "La violencia engendra violencia, ¿qué esperaban?", "Hay medios pacíficos para la expresión..." y un largo y penoso ecétera.

He ahí la transformación de pueblo en masa, de gente en ciudadanos, de ojos en rating televisivo, de palabra en consigna, de razón en idea: la fusión del gobierno y el gobernado en uno sólo: La democracia. Este régimen que hasta hoy seguimos padeciendo.


lunes, diciembre 12, 2011

Contra la democracia

Quieren que nos contemos. Quieren timarnos una vez más. Quieren que nos miremos a la cara y lancemos una moneda al aire, y lo peor: quieren que creamos que es nuestra decisión.

Decida usted: Vote.

¿Y qué podemos hacer? Decir aquél refrán viejo español de «A falta de hombres buenos, hicieron á mi padre Alcalde».

Y aunque aquí no encontrarán adhesiones ni partidistas ni de candidato ninguno, lo cierto es que no podemos dejar que gane la tele. Así sin más. No puede ganar la tele. Es imperativo que, cueste lo que cueste, no gane la tele. Porque entonces sí, ya valió madre, lo que costaría meterle del diente a pareja tan perfecta hecha a base de Estado-Capital-Tele, todo mezclado y sin diferencias para crear una especie de organismo totalitario que en triada nos meta sus discursos sin doblez ni reparo ninguno.

¿Usted se deja contar, pregunto yo? ¿Seremos tan imbéciles como para dejar que nos conviertan en un numerito y nos hagan decidir? ¡Escoge tu yugo! ¡Escoge tu yogur!

Porque parece que ya entendieron los de arriba que en la democracia, la política y los políticos son lo mismo que cualquier producto barato del capital. Que da exactamente lo mismo que tan bueno o que tan malo sea, sino que lo que importa, es que lo aparente. ¡Nunca el maquiavelismo había sido tan poco maquiavélico! O lo que es lo mismo, nunca lo vacío del príncipe había estado tan expuesto, tan expuesto que no hay absolutamente nada detrás de los políticos sino el discruso constante de los medios de formación de masas!

Dicen que no hay esperanza. Que los dados ya están lanzados y no podemos más que asistir a la realización de lo que pactan las encuestas pagadas de la tele.

¡Y sin embargo la solución estan seniclla! ¡Y está tan al alcance de la mano! Tan al alcance de nuestro control remoto!

Supongo que recuerdan aquel cuento en que un Rey de oriente quería lucir, en un desfile, el mejor traje que jamás pudieron haber confeccionado. Y ningun hilo ni seda le acababan de gustar. Hasta que un astuto comerciante le aseguró que el tenía la tela más bella de todas... Una tela invisible que, sin embargo, supo vender tan bien con tantos halagos y bellas palabras, que no pudo menos que encantar al Rey y a la corte entera. Y ahí tenemos al Rey encuerado, caminando al frente del desfile, mientras toda su corte y plebe aplaudian tan bello traje.

Y no podía ser mas que un niño el que descubirera lo que ya todo el mundo sabía: Y es que el Rey está desnudo, mucho copete, pero completamente desnudo. Eso ya todos lo saben: y hasta de exponen en revistuchas de intelectualoides mercenarios para ver de qué manera se puede disimular esa desnudez del candidato. ¿Cómo disimular mejor? ¿Cómo mentir mejor? Esa es la cuestión a debatir en el régimen partidisto-democrática que padecemos.

¿Qué hacer contra este régimen democrático tan poderoso y a la vez tan endeble e inmaterial como un espectro de banda televisiva? ¡Es tan sencillo! Apague la tele. Dejemos de ver al Rey desnudo. Si el momento llega de votar contra la tele, se hace sin mayor espaviento. Pero eso que se presenta tan brutal en forma de encuestas pagadas, lo único que necesita es que se les ignore. Que se diga: "El precandidato está desnudo". Y se apague la tele, se cierre el periódico, se quite de en medio a tanta corte pagada y a dedicarse a otras cosas que hacen menos daño y sin duda son mas importantes que recordar lo obvio.

A la otra nos ocupamos de cuestiones más metafísicas, que no dejan de ser importantes, de cómo no se pueden contar a la gente, ni al pueblo y que todo régimen democrático se asienta sobre bases aritméticas equivocadas. Por ahora es suficiente.

sábado, julio 02, 2011

Ecologías


Hemos dicho y repetimos que eso de fijarnos en cosas particulares muchas veces nos hace perder la noción y el norte de esta guerra. Por eso, aunque el día a día no inunda de nombres, situaciones que más o menos nos incitan al comentario, aún así procuro no soltar demasiado la rienda y acercarnos a la particularidad.

La razón es muy simple. Las particularidades más atroces siempre son descendientes directas de la fe más ramplona y absurda. Luchar contra la particularidad se vuelve farragoso y se presta a vericuetos sin final. La guerra no se libra ahí –aunque alguna que otra escaramuza sea necesaria. Sino que lo que verdaderamente hay que atacar –y la palabra aquí siempre es la mejor arma- es la fe de las personas. La fe en los ideales.

Bueno y con ello quería presentarles el caso ya tan traído y tan manoseado de ese estadiuco barato que se quieren fabricar en uno de los últimos reductos de verde que a duras penas se ha mantenido en las riberas del río La Silla. Las notas de prensa local pueden ponerlos un poco al tanto de las empresas en litigio, de las chupatintas alcahuetas y las burocracias religiosas que solamente están haciéndola de emoción de algo que sabemos que se hará.

Más allá de que el destino de esa tierra viva, sombreada, verde y nutritiva esté tan echado y condenado como están las vidas pensionadas de todos los directivos de la empresucha de malos alcoholes que promueve la edificación, me gustaría hablar de lo que está empapando todos los cruces de argumentos de a favor y en contra.

Y es que la tan traída y llevada ecología que está en boca de todos no deja de andar haciéndome ruido y molestarme. Porque me pregunto cómo es que uno y otro organismo, los que quieren la Gran Cantina para seguir adorando a ese montón de estrellitas paliduchas o las que pretenden hacer la Conservación de los arbolitos como Bienes Públicos –el nombre simplemente me aterroriza-, utilizan los mismos argumentos. Salpicados de algún que otro matiz, pero siempre se utiliza todo para lo mismo.

Porque eso de llamar ‘bien público’ a los arbolitos o pajarillos me suena tan a muerte. Lo mismo que llamarlo pulmón vital o último rincón para que lo animalillos se replieguen. Lo mismo que llamarlos recursos naturales, paisajes bonitos o incluso naturaleza en el sentido científico. Todo ello me da la misma peste que los del otro lado que llegan con sus topógrafos a medir los cerros, riberas y árboles, partiendo, con escuadra en mano los ríos, laderas y calveros, con la excusa de dineros y dineros.

¿No es exactamente lo mismo? Si ya esta infame empresa de Meados Embotellados –porque si por lo menos hicieran buena cerveza-, ha prometido destinar decenas de millones de pesos para replantación de árboles en quién sabe dónde. Y será justamente un organismo ecologico el que acabe firmando la sentencia de muerte de esos árboles. ¿No le parece a usted que hablar de conservación es hacer exactamente lo mismo que meter retroexcavadoras y construir Santos Templos del Mear o Santuarios de Abominable Compra? ¿No le parece usted que suponer que las especies de animalillos y arbolillos que están, por obra y gracia de los hados, encerrados en esa cuadrícula amurallada para que los conservemos y los salvemos, un acto de la más vil y ruin de las presunciones?

Es decir, que los árboles son cosas útiles a la Realidad. Que La Pastora es un pulmón que justamente sostiene el revés de hormigón y humo industrial que es el resto de la ciudad. Terror me da pensar eso. Que lo bueno que tienen los árboles es que se asemejan a los estadios en utilidad y progreso, en beneficio monetario a largo plazo, etc.

Las protestas de nuestros amigos, con las que necesariamente tenemos que simpatizar, aunque no estemos de acuerdo, porque es necesario, sea como sea, decir que NO a ese repugnante monstruo –otro repugnante monstruo, como si no fuera suficiente la Torre aquella que tantos periodicazos produce, o la basura de edificios que llena todo el centro de la ciudad, las moles olvidadas del estadio de béisbol o las plazas de toros que se caen a pedazos-, sea donde sea que lo quieran poner; y sin embargo, sus protestas son tan quedas, tan condescendientes con la basura que por todos lados nos quieren vender.

No sé si lo sienten ustedes, tanto los que viven en esta ciudad particular, como los que viven en cualquier otra (ya que todos siempre son espejos de otra Gran Ciudad). Que hay una especie de mandato de destruirlo todo. Y lo que me preocupa de estas protestas es que sean tan dóciles a lo que se les ofrece. «Sí al Estadio, pero en otro lado.» Dicen.

Y bueno, ¿qué le queda a uno? Son esos movimientos que están tan condescendientes al poder, como una esposa malquerida que haciéndose del rogar y con reproches más o menos condescendientes, le v pidiendo a su Señor que deje de hacer tanto el idiota y que…

Bueno, ¿qué se le va a hacer? Apoyo. Apoyemos al NO al Estadio. Siempre y cuando recordemos con claridad que 1) La Pastora, ni árbol ninguno está ahí para ser pulmón de usted, de mí y mucho menos de esta Gomorra Industrial de sol, cerveza y fútbol, 2) la ecología y todas sus formas son más bien chivos expiatorios para seguir haciendo la misma mierda una y otra vez, de ordenar la explotación.

No al estadio. Ni ahí, ni en ningún otro lado. Y de hecho, también deberían demoler los que ya están. Y la torre aquella también. Y ya que estamos, ¿nunca se les había ocurrido a ustedes tirar uno a uno esos anuncios de publicidad de chorrocientos metros? ¿Y carros? ¿Y banquetas? ¿Y no se les hace agua la boca de imaginar que de pronto la Pastora se desborde? No que la conservemos… sino que los árboles de puro crecer se vayan llevando este oasis de concreto y cristal y lo vayan empujando poquito a poco al olvido y así esta ciudad de Monterrey, Guadalupe, San Pedro, todo se vaya cayendo al olvido y de esta manera no necesitemos estadios de fútbol para matar el aburrimiento y defender colores de algo que no hay y quién sabe… por lo menos no tengamos tanto calor este verano que falta y a la sombra de algún sauce olvidemos por fin esa fe estúpida de que el Hombre tiene ese deber patriótico de someter a la naturaleza –convirtiéndola en Estadios de Fútbol para un equipillo de quinta o para conservarla y clasificarla-.

Una cosa no va sin la otra. Así que, adiós ecologías, adiós estadios.


sábado, abril 23, 2011

La bondad de las máquinas


Siempre hay algo de conciencia por ahí estropeándolo todo, ¿verdad? Cuando estamos a punto de cantar una canción, tocar un instrumento, hablar o teclear aquí mismo en una computadora, aparece ese fantasma de la toma de conciencia para arruinarlo todo. Para enrojecernos la cara de vergüenza, para hacernos olvidar cómo pasar las manos por los trastes y las cuerdas, para enredarnos las lenguas con temores y barricadas o para hacernos patentes que aunque podemos teclear con una fluidez envidiable, nunca sabremos qué letra está al lado de la R sin ver el teclado.

Así es: la conciencia es un estorbo. Una monserga. Un trampantojo ridículo que lo único que hace es estorbar a la bondad de las máquinas. La máquina de la música, la máquina de la lengua, la máquina del subconsciente que no pueden sino hacer cosas y cosas buenas llenas de arte y buena técnica.

Las máquinas, siempre y cuando sean máquinas de verdad, siempre son buenas. Acaso de ahí se explique ese terror de la ciencia ficción de que, algún día, una máquina, tome conciencia de sí misma –es decir, se haga como hombre- y no pueda más que volverse mala. Pero las máquinas… las máquinas por sí mismas siempre son buenas. ¿No?

Y supongo que alguno o alguna, muy amante de su propia conciencia, llegue a pensar que si andamos por aquí luchando contra la Realidad, pues, «no hay mayor lucha posible que la que se hace desde la conciencia.» Y así en el gran trampantojo –no ya de la Ilustración y la modernidad, que sería demasiado achacarle a ellas semejante error- sino al capitalismo puro y duro, podemos llegar a creer que es la toma de conciencia de sí mismo lo que nos salvará de nuestra constante caída en la Realidad.

Pero no.

Ay, no.

Que nuestras conciencias o, más pedantemente, nuestros ‘yoes’ respectivos de cada uno de nosotros los que leemos esto –el mío, desde luego también-, no son más que meras cosillas de la Realidad y cómo tal jamás podrán luchar contra ella. ¡Es justamente desde la conciencia que se actúa como la manada lo manda! Cómo el capital lo suplica. La gran mentira del capital es la formación del individuo a partir del imperativo de soberanía de la Ilustración. Si el siglo de las Luces con aquellos franchutes modernistas pedía hombres libres, los Estados se encargaron de producir ciudadanos y el Mercado se encargó de producir consumidores.

Evidentemente aquí lo que está en predicamento es la libertad. Pero… ¿qué tiene que ver esto con las máquinas? Bueno, que no seremos tan pretenciosamente estúpidos como para suponer que si no hay conciencia –si no hay individuo, ni yo, ni sustancia dentro de los nombres propios- (o por lo menos esa es la intención un poco para caernos de la Realidad un poquito y de vez en cuando), pues ¿vamos a caso a suponer por ello que no se hará nada? ¿Qué sólo nosotros como conciencia somos capaces de actuar?

Eso no sólo es falso sino ridículamente pretencioso. No sabemos nada. Y ese no saber no significa que no se pueda hacer nada –y acaso ‘saber’ sea justamente lo contrario de ‘hacer’, aunque eso, ya algún día lo hablaremos con más detalle si se pre
senta la ocasión-, sino que en ese lugar en dónde no habite la conciencia y podamos exorcizar a ese parásito llamado Alejandro Vázquez Ortiz, pues podamos, ¿quién sabe?, llegar al desgarro que aquí estamos buscando. Llegar al punto en donde se quiebra la Realidad y cosas nuevas –cosas que no estaban hechas y por tanto no pueden formar parte de la Realidad, al menos no de momento-, puedan ocurrir.

Claro que esta sugerencia a muchos nos asusta. ¿Cómo no iba a asustarnos si nosotros mismos, yo, tú y todos somos la fortaleza misma de la Realidad? Y la propia lucha contra la Realidad es siempre una lucha contra uno mismo. ¡Ah! Pero eso que aflora cuando la conciencia se va de paseo –eso que ya los antiguos achacaban a las musas con aquellas invocaciones a la inspiración, achacando a otros lo que no podía ser de uno. Y en fin, aquí mismo cuando realmente se logre dar con algo de más o menos sentido común, será porque acaso hemos podido desembarazarnos un poco de nosotros mismos y dejar que la máquina de la razón razone y hable por nuestros dedos de forma casi inconciente.

Así que dejemos a un lado esos malentendidos y dejemos que las máquinas hagan lo que tengan que hacer, que seguro siempre será algo mucho mejor que lo que nosotros podamos hacer. Dejarse hablar, dejarse razonar, dejarse cantar, dejarse hacer todo lo que no esté hecho… Y a ver qué pasa. A ver qué ocurre. Estoy seguro que ocurrirán cosas mucho más interesantes que estar viéndolo todo desde la cobarde y mentecata sensación de que soy ‘yo’ quién piensa esto que pienso y por tanto al pensarlo no puedo más que estarme cuidando. Acaso descubramos que las máquinas en esa bondad prácticamente gratuita que proporcionan siempre han sido mucho más soberanas que cualquier individuo.

(Ahora que voy terminando, me empiezo a preguntar si acaso, diciendo todo esto que digo, no me he preocupado en dejar claro acaso qué es una máquina y cómo es que muchas de lo que hoy consideramos ‘máquinas’ no lo son, pero en fin, eso será para otro día, pero igual ustedes, acaso cuando tengan la gracia de estar lavándose los dientes, comer o ir montado en el camión a sus casas, gracias a que todas estas cosas se realizan maquinalmente, puedan estar gustosos de revolcarse en el problema y a ver qué sacan).


sábado, febrero 19, 2011

Amor y guerra: la palabra



Y acaso nos toque, de vez en cuando, como no queda más remedio, hablar de lo que habla. O lo que es lo mismo palabrear con las palabras.

Porque ante la palabra, algunos solemos quedarnos boquiabiertos aún. ¿No es cierto? Y es que hay tanto que decir de las palabras… Como ya dijimos una vez –hablando un poco sobre la falsa diferencia entre lo ideal y lo material-, aquello de que la mejor arma contra la Realidad era siempre la palabra, por más que nos quieran hacer creer lo contrario.

Y es que es tan sencillo descorrer el velo de la mentira, que se vuelve absolutamente indispensable tapiar las bocas, neutralizar la palabra y condenarla a una mera negociación en el intercambio de ideas y opiniones.

i) Por un lado valdrá la pena recordar acaso, así al mero vuelo, porque ya más o menos lo hemos hablado antes. Que eso de que las formaciones de individuos se basen principalmente en la encuesta y recolección de opiniones, puntos de vista e ideas personales, no se logra mas que la perpetua negociación de la Realidad.

Si se negocia, ya no se está atacando ese pacto de fe. Que sobre el poder de la Realidad no se puede invocar ni anteponer el poder de nada. Ni imaginaciones, ni sueños, ni nada de eso puede estar negociando con el poder o pactando para suplantarlo en las privacidades.

Ay, que los Estados y Capitales nos venden la idea de que cada uno, en sí mismo y sus contratos puede convertirse con mucho tiento y apasionamiento, en un pequeño Estado, en un pequeño Capital…

ii) Pero lo que realmente me gustaría acaso apuntar es acaso la manera de que la palabra puede seguir ayudando a lo que intentamos aquí. Y es que acaso es en el Amor y en la Guerra en que la palabra vuelve a estar llena de significado.

Las palabras se vuelven casi necesariamente precisas. Porque hieren y curan. Esto es, traspasan al individuo. Hablar, cuando de verdad se puede hablar de amor y hacer la guerra que importa con la boca: es cuando el individuo se quita de en medio, cuando deja que la palabra florezca como algo que está siendo hablado desde otro lugar que no es el mismo.

En ese sentido: razón y sentimiento son lo mismo.

Sentir la herida del mundo es querer curarlo. Querer curarlo es querer guerrear con la Realidad. Guerrear con la Realidad es casi guerrear contra uno mismo. Contra esa cosa que soy yo y que no me deja hablar mas que para decir mi opinión.

Simplemente, estaba tentado a querer mostrarles lo que creo que el lenguaje, al dejarse manifestar –que no usarse-, puede realmente hacerle un verdadero roto a la Realidad.

Amor y guerra, lo que cura y lo que hiere. Palabra puede ser ambas. Arma arrojadiza o caricia delicada. La palabra, cuando es pronunciada por un amante o un enemigo, se vuelve de nuevo cargada de sentido. El amante puede conmover o herir, el enemigo puede devastar o enmendar.

La palabra vuelve a tener la significación de desgarro. No se trata ya de un mero intercambio de informaciones más o menos prosaicas, más o menos cotidianas, más o menos importantes. Se convierte entonces el vehículo por el cual ocurre lo más importante que tiene que ocurrir en la Realidad para que algo pase: desgarrarse, deshacerse, desechar de una vez la persona que posee la lengua en la que se habla.

Ese caerse de la Realidad que a algunos les pasa cuando hablan –cunado hablan de verdad y no para decir lo que ya fue dicho, sino para ir buscando en la cabeza algún hálito nuevo (o acaso vetusto y original)- para decir algo que pueda sonarnos nuevo.

Entonces, lo verdaderamente nuevo es la posibilidad de que la piel, de uno y de otro –enemigo y amante- se desgarren de una vez y para siempre, para poder perder de vista la Realidad.

Ese es el verdadero milagro de hablar. Lo absolutamente gratuito que resulta y que cuando ocurre de verdad, la vida de un vuelco para salirse de la Realidad. Hablar de verdad sólo puede ocurrir al margen de la Realidad.

Por eso se empeñan las entrevistas, encuestas y periódicos en convertir todo en una suerte de conteo aritmético, en un vuelo de águila que más que hablar con las cosas, únicamente las someta a una despiadada forma de conocimiento. Saber lo que se piensa, los programas de la televisión, las opiniones públicas, las elecciones municipales; todo es el gran simulacro de la negociación de las libertades y avances de las democracias representativas.

Negociar con la Realidad es hacerla siempre más poderosa.

Hablar es la única opción.

Aunque, no vamos a dejar de decirlo: ¡lo difícil que es hacerlo! Hablar de verdad es un acto tan absolutamente nuevo y violento que muchas veces no tenemos más remedio que callarnos.

Y aunque no valgan para nada, ni aquí ni en ninguna otra parte, los ejemplos personales ni los detalles, puesto que un servidor, como cualquiera de los que en este momento leen, no son más que un caso de cosa y acaso, únicamente tenga sentido contar lo que le pasa a uno a condición de recordar que uno que soy yo, soy cualquiera.

Siendo que, como siempre, el primer baluarte donde la Realidad se atrinchera soy yo mismo, la tarea de hablar siempre está poniendo en juego a mí mismo. De lo que se trata es que al dejarse hablar, lo único que puede pasar es que toda la intimidad constituyente de los individuos se vaya al trasto. La amenaza es viva y real: lo que se está jugando siempre en ese hablar es la justificación de todo lo que soy.

Hablo de verdad acaso cuando se muestra ante todos y se ventila, de alguna manera, el secreto de mi mentira. Que yo no puedo ser Alejandro Vázquez Ortiz. Cuando hablo de verdad, el nombre desaparece.

Evidentemente yo no lo logro. Fracaso siempre. Acaso por eso me entretenga en volver, como un mal inventor y peor constructor, sobre estas máquinas. Por eso mismo está siempre el empeño y la lucha. Por eso mismo esta siempre el intento y nunca el triunfo. Y acaso sólo en destellos, en breves apariciones de esto que hablo se dejen ver de vez en cuando, no ya en lo que hablo, sino en lo que consigo ir aprehendiendo con los oídos de todo lo que me rodea.

Lo que ocurrirá en ese hablar, eso nadie lo sabe. Sólo se puede adivinar que es puro descubrimiento, es puro brotar de nuevas cosas. Cuando el mundo se habla y en ese hablar se forma: hablar de verdad sea la única manera de andarlo hacia atrás. De sumergirse en el descubrimiento de que el mundo todavía no está del todo hecho, todavía no está del todo muerto.

Porque hacerle la guerra a la Realidad es siempre amar el mundo. Porque amar el mundo es siempre hacerse la guerra a uno mismo. Porque en esta guerra no haya paz perpetua de los cuerpos, sino desgarro vivo de la persona… y vuelta a empezar.


martes, enero 11, 2011

Espera...


El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!

La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

(Antonio Machado)


Conjuro sea esto, del buen Machado, para iniciar el desgrane del tiempo. Conjuro sea al corazón para que nos cicatrice las heridas cual lametones de triste y rutinario quehacer. Y que así, convirtiendo esa flecha surcando el espacio –mezclándose con él-, haremos, si podemos, una margarita que deshacer con los dedos de síes y noes esperando no volverla a esperar.

Pero… claro, esto no será más que un intento. Un sortilegio, poderoso o no tanto, que lanzaremos, como cruzando en la tierra un círculo de sal y ¡hala! Ah, y a ver que tal nos sale…

Y es que la guerra contra esta Realidad es casi siempre una guerra contra el Tiempo. Y esa guerra contra el Tiempo es, casi siempre, una guerra contra uno mismo. Ansí que a ver que tal se nos da.

Allá que se traza con firme creencia la negación de la espera. ¡No voy a esperar! Gritamos todos los nuestros en la constante y perenne desepción del ideal. ¡No voy a esperar!

Pero lo vuelto del revés sigue siendo verdad. Y acaso en esa perpetua desepción se halle siempre a la vez la espera encerrada, vuelta hacia atrás. Que bien dice el conjuro:

La verdad es la que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.

¡Ay! Y es que habrá tantas cosillas, mentirijillas, colándose entre ese círculillo trazado en la arena. Y la primer mentira soy yo. ¡Yo soy lo primero que espero! Qué ese mandato de realización y futuro y supervivencia es la primera espera de todas. Y claro, es en mis sueños, en trabajos, dineros, pasatiempos, amores, verdades y nombres, donde en juego se encuentra el éxito de nuestro conjuro. Qué el conjuro del tiempo y la espera, es siempre un conjuro de mí.

Naturalmente no esperamos lograrlo tampoco del todo. No es ese el mandato de cruel amotinamiento contra uno mismo el que nos importa, sino simplemente el reconocimiento de que aquello que espero, siempre es lo que está aniquilando lo vivo que corre debajo.

No seré yo el que lo disfrute, ciertamente. Que lo más probable es que como cualquier vulgar hijuelo de vecino, seguiré entre mis carnes mañana, volviendo del curro con el maletín en el hombro, cansado, con una taza de café en la mano… El ceño enjuto por… bueno, porque este conjuro absolutamente defectuoso tampoco sirve para mucho… Pero por lo menos, y acaso con la misma tortura de siempre al volver a meterme en la cama y acaso no esté lo suficientemente cansado, puede que vuelva a estar ahí aplastado, repsando la espera de mí mismo, siempre pospuesta, siempre lejana.

¡Qué la otras personas desepcionen los ideales es algo tan cotidiano que apenas merece atención! ¡Lo auténticamente terrible es que en la espera de la realización (de su Verdad), las cosas –y yo y usted, querido lector, no somos más que un mero caso de cosa- están permanentemente luchando en una cosa y la otra!

No suele haber tregua en esto. Acaso haya que despreciar, con toda la benevolencia que se pueda, ese contar de los relojes, las promesas, los amores, los futuros, los dineros, las facturas, los contratos y los trabajos. Y digo benevolencia para no acabar dándole la vuelta a la cosa para acabar en esa tupida desilusión de la esperanza, que no es más que lo contrario de esa especie de ilusión de lo mismo.

Cada vez más endebles se vuelven las trabajos de este blog. Pero, lo cierto es, a pesar de todo, que cualquier corazón que sienta el peso del ir y venir del tiempo, hiriéndolo constantemente con esa punta que no cesa de atravesarlo en perpetúa fuga… pues no queda más que la festiva posibilidad de aliarse con el descreimiento, la alegría y un poco tanto del olvido –olvido de sí, que es olvido del tiempo-. Para ver si por fin esa flecha se vuelve flor. Para ver si un día de estos realmente el tiempo acaba llegando al corazón y tocarlo.

Hoy fue lunes… y la Santísima Semana que el Señor insitituyó para las labores del Progreso acaba de comenzar. Una cosa os pido: no esperen al sábado… por acá tenemos los ojos llenos lágrimas –por no decir ni invocar a las esperanzas- deseando, cruzando los dedos, tocando madera, para que nunca llegue.




Que no haya Domingo en tu vida, ni Sábado más…


sábado, enero 08, 2011

Cartita para los Reyes

A destiempo, como todo lo que se va haciendo por estas manecillas. Oigan, seré breve, brevísimo, que es que ya me frena la sola idea de saber que lo que quiero no lo van a poder cumplir. Pero bueno, acaso un rayo de sentido común les ilumine con mis plabras… y quién sabe ya que la frescura de estas fiestas se van emborronando con el redobles tamborileros de esta militar rutina, pues quizá entonces… no sé… con suerte y con eso de que el Mundo, por algunos lares, todavía parece vivo y con ganas de rehacerse, os mando esta carta como un no saber lo que hago, para ver si haciéndolo algo se hace. ¿Me explico?

No. Posiblemente no.

Pero es lo mismo. Estaba yo pensando que… pues un buen regalo de Reyes, no ya para mí, sino para la gente en general (si hubiera la gracia, por ahí de que siguiera habiendo gente en general), pues que no volvieráis.

No hace falta. En serio. No vuelvan. Los próximos Diciembres y Eneros, olvidense. No aparezcan por aquí.

No lo hago con el espaviento de aguarles la fiesta a los amantes de las Navidades, ni con rabia o coraje de ver sus carotas de sonrisas. No. Lo hago desde el temple helado de quien ya capeó el temporal y simplemente, con tranquilidad, dice ‘no’… ‘Ya no vuelvan.’

Con una honda, límpida y sana tristeza os lo pido de favor. No volváis. ¿De verdad créeis que lo que hacéis por acá es realmente importante? Hombre, y puede ser que aguno de entre los de acá piense lo mismo que ustedes. Que sin esas fiestas de súbitos tonos carmines y lucecitas de Navidad, la vida de los mortales sería terriblemente aburrida. Que Diciembre y Enero son los mejores meses del año porque se ve a la familia, se toca el pandero, se canta por las calles, se hacen monicos de nieve, se regalan cachivaches, se come turrón, romeritos, tamales, mariscos, cavas, sidras, whiskey, vino bueno, aves gordas, lechones, corderos, uvas, postres, mazapanaes, polvorones, roscón de vino y de reyes, ponches, cacahuates, mandarinas, dulces, coco, pan de jamón, galletitas, bla bla bla…

Y hombre, vamos, puesto de ese calibre, cualquiera se va con el engaño… cualquiera dice: Diciembre y Enero son los mejores meses del año, y por tanto estos reyezuelos de tres al cuarto, así como ese alcahuete turco de Myra, son absolutamente necesarios para pasarnolo bien y sonreír y hasta abrazar y sentir cosas bonitas y…

No, no, no… ¿Es que no veis el engaño tan simple, reyezuelos? Que todos los largos meses que arrastran los días, los años, las horas vueltas, revueltas y desenvueltas con la lentitud del letargo, rutina y quehacer, son justamente producto de esos meses de jarana y posada perpetua. Que esta bestial orgía de consumo y fiesta sólo se sostiene a su vez por la contra, por la aridez absoluta del resto del año.


Así que no os preocupéis, mis reyes, que ya los Hombres, cuando no tengan que esperar a Diciembre para festejar, ¿quién sabe? Ya se le olvide también esa manía de ir contando los tiempos en periplos orbitales alrededor de la estrella preponderante de este vagabundeo de materia en la nada.

Anden, haganme caso. Regálenos eso… si nos olvidan, si realmente se olvidan de nosotros. Si acaso el calendario se olvida de pasar y ya no hay ni Diciembres ni Eneros, (y sin Diciembres y Eneros, ¿cómo iba a acabar los años y a comenzar los siguientes?), se olviden ya los hombres de los tiempos, el sol se anime a salir por el norte y esconderse entre el levante, los hombres se olviden de trabajar, los telediarios se acaben por fin y los periódicos no tengan más remedio que reeditar las fechas pasadas para rellenar el tiraje de noticias. Ay, reyezuelos míos, se me hace agua la boca.

¡Quizá entonces no tengamos que esperar lo largo de los 365 días para descorchar una de cava, abrazar a alguno sin motivo o simplemente no tener la estúpida prisa militar de los trabajos!


Sinceramente suyo,
A. V. O.

P.D.
Disculpad no haber sido todo lo breve que hubiera deseado.


jueves, enero 06, 2011

Las rondas de la primavera


3. Las Rondas de la Primavera
(Tercera sección de la primera parte de La Consagración de la Primavera)

El silencio estremece dentro de casa
como si neblina nos envolviera
y procurarnos la privacidad
inquietante de cita primera de primavera.

No encuentro palabras o gestos
para romper la pueril timidez,
apenas dibujo, al darme la vuelta,
su nombre en mis labios,
como si invocarla en silencio,
de espaldas a vida y fertilidad,
ay, Primavera de Múltiples Pechos,
diera aquella niña semidesnuda
una fuerza divina, entendimiento absoluto.

No sé nada, ¿que puedo saber?
Nada: el tálamo vacío palpita
como si ya los cuerpos se agitan
sobre él, volcando en la tierra
semillas y flores de rocío húmedas,
ay, de terciopelo oloroso.

«Ven, acércate» dijo, «y verás.»
Y la Luna inició periplo hacia tiniebla
de este estuario de mórbida materia,
y la niña, desnuda, me mostraba
su cuerpo bronceado por juegos de estío,
y yo, oh Señora de la Abeja, fui hasta ella...
... y vi.

Sí, sí que lo vi, una vez más,
bajando del cielo cual cegador rayo
de Arco de Plata cayendo,
hasta ésta piel cúrcuma que recorrían,
presas desesperada avidez, mis manos
cubiertas de vientres y muslos y tetas,
abiertas sin fin ni frontera
que detuviera el rodar de mis ojos y de mi lengua,
subir y bajar, bajar y subir sobre carne morena.

Y vi, la vi, oh Ama de Perros,
Soberana Señora del Vértigo Ciego,
que libera saetas argentinas destellos
de platas de flores y cosas del cielo:
sin límite, abierta ante yo, secreto de amor
de dulce tupido y espanto y sudor.
Zumos, pistilos y miel, libando los jugos
de frutos maduros entre los muslos,
aullando con voz de cordero,
gimiendo con lengua de trueno.

«Yo soy Primavera», dice.
Y sus caderas se vuelven de fuego.
Aromas sus hombros,
de leche y canela sus pechos:
dueña de mil nombres
esclava de piel y caretos,
Devoradora de Hombres,
Reina de Espacios Desiertos.

Suplico a las musas informes
que den silencio a mi lengua
y lamer la verticalidad de tu nombre.

Rezos y cantos, aleluyas y loas,
conjuros y letanías ruedan de mi boca,
girando entre sábanas blancas
enredándome entre sus cabellos,
haciendo creer, oh Milpolimorfa,
que era yo... ¡que era yo el que te poseía!
Cuando sólo títere fui, cuerpo vacío
sin alma ni fuerza ni esencia,
porque toda agolpada estaba
entre tus muslos abiertos, dejándome seco,
¡ay!, dejándome seco.

Arriba, abajo, ya no sé yo dónde está el cielo,
vuelto de izquierda a derecha o acaso
bajo estremecidos resortes de este colchón viejo.
Niña, niña, niña... no quiero morir en tus manos,
¡ay! que un miedo me entra
cuando me hundo en ti,
terror pensar que nunca he de salir...

¡Ah, puta! ¡Puta soy yo! Temblando entre mi placer,
conteniéndome sintiendo que mi alma quiere correr,
huirse de mí, perderse en lo hondo de ti que amor
eres toda tú, amor eres toda tú, tetas de flor,
millonaria la lengua que te saborea,
contando entre mis labios el tiempo: ¡el tiempo!
Ese río en el que me ahogo...
ese río que mana de ti, fuente alimento,
¡cuánto tiempo yo viviré así, entre tus brazos muriendo!

«Niña, niña, niña... mira a este viejo,
sólo míralo un segundo, para sentir que soy yo
y no tú, oh Primavera sin nombre, el que te hace el Amor».

Pero la diosa en trance lloraba, gozaba, chillaba,
alzando sus brazos al aire, salivas y zumos y lágrimas
iban cayendo a nuestros lados, volcando sus ojos al blanco
cual flor parpadeante suspirando de blanca paciencia,
¡ola de de aceite de flores y frutos calientes
es la que sale de ella! y yo seco, muriendo, muriendo,
en el límite mismo de mi falso, mi falso cuerpo.

Me voy, te dejo mi nombre, que se lo quede el cielo,
me voy, dulce bocado de tierra, me voy a hundir en tu suelo
de carne morena y roja sangre sobre vientre de himeneo,
oh, blanca flor de porcelana, silvestre mujer, niña de fuego,
toma mis flores de leche, toma mi amor sobre tus pechos.

¿De quién? ¡Habla!
¿De quién es la herida de esta sangre sobre mi sexo?