jueves, noviembre 29, 1984

Memoria viva




Si volviera el amor,
si tuviera un hermano,
un amigo o un sueño en la mano:
Moriría ese dolor
de buscar el calor
en el cruel laberinto
de este vaso de alcohol,
de estas calles sin sol.

Sí tuviera ilusiones,
sí existieran razones,
locuras, mentiras pasiones:
No habría necesidad
de pasarme por horas
bebiendo cantimploras
de esta gris soledad,
de esta eterna ansiedad.

Sí pudiera borrarme...
...de esos viejos recuerdos,
que como viles cuervos
arrancan ya mis ojos,
dejando mis despojos
entre historias hirientes,
igual de indiferentes
al amor y a las "gentes".

Si te hubieras quedado,
si me hubieras pedido,
que quemara el sonido...
...de ese viejo pasado
no estaría aquí metido
ahogando mis entrañas:
arañando el olvido,
bien confuso y perdido.

Cuando tenga la suerte
de encontrarme a la muerte
yo le voy a ofrecer
todo el tiempo vivido
y este vaso enchido
por un distante-intante...
...un instante de olvido.

Si volviera el amor...


Hay algo que bulle debajo de uno y que no es uno. Eso que bulle debajo lo matan los gustos, la persona, los nombres... y ahí, en el fondo lo común pervive: eso común que es de cualquiera, siempre vivo no importa qué lugar, qué ciudad, qué campo, qué membrete ni qué piel le recubra a uno y le separe.

Esa memoria viva que combate al tiempo y a la Realidad, que no la deja ser: porque el ir es el volver. Y cuando uno cree que ya el pasado se ha ido para siempre, se ha marchado entre olvidos y tristezas, de pronto vuelve con fuerza y te hunde o te alegra, rompe lo cotidiano de las cosas (la pretendida suma de las cosas).

Y aunque lo consigan: nacemos como un tributo a las ciudades, templos de sacrificio del Dios Dinero en donde un breve e insignificante holocausto se ofrece en todas las calles, niños limpiando parabrisas, mujeres con pedacitos de bronce atados a la espalda mendigan monedas a las ventanillas nubladas, la urbe, grande enorme, mole sin ojos ni sombra de ver lo que el ciego espectáculo de sangre le da día con día, historias de llantos de silencio entre soberanas paredes que dan su lugar a cada cual, evitando a toda costa la palabra, el unto primero con que una madre invisible nos nutrió en el acto de más absoluta gratuidad y don... y sí, consiguen callarnos.

Lo hacen a base de miedo, un vivo terror a recordar, de quedarnos prendados del olor de una flor y morirnos ahí de felicidad, de un terror infantil, de una niña que manda corazones secretos cruzando el atlántico frío y que allá, al otro lado de un mundo que no puede ser, algún adolescente se caiga y se olvide de su futuro, de su nombre, de, en suma, la Realidad, y logran inculcar la vergüenza de la almohadita a la que nos abrazábamos para dormir ante la falta de la teta de mamá, al charquito de pis que abandonábamos al levantarnos, nos enseñan a temer de cualquier cosa que rompa ese tiempo lineal en el que esperan que todos tengamos fe.

Es así como se funda la persona.

Y ya fundados en ese terror, el Estado se retira: para entonces el Estado y la Realidad somos nosotros y no hace falta policía alguna que nos empuje a ir tirando, ya solitos nosotros y nuestros gustos nos labramos la cárcel de gustos y de cuentas bancarias con la excusa de sobrevivir: y tirando hacemos nuestra la tarea de levantar las pirámides del futuro y el progreso... a sudar y dejar que la vida se pierda y se olvide en pos siempre de un mañana inalcanzable...

Sí, consiguen todo eso... y más.

... pero hay veces que todo se detiene... y me acuerdo. Me acuerdo... me acuerdo de todo lo que no es mío, todo lo que ya no puedo llamar mío y un gozo enorme que ya ni es alegría ni bienestar ni es nada, sino una simple extrañeza que sólo se dedica a amenazar toda la gloria ésta con la que se reviste la Realidad... y con eso basta para que adquiera el pomposo nombre de VIDA ¡VIDA!... y detenido el tiempo en la ciudades se pueden ver todas las líneas que las dirigen, se pueden escuchar todo, trazar la triste geometría de sus calles y se escucha como un canto, un lamento que se va escurriendo por todo el hormigón y las ventanas silenciosas. Sí, está ahí, es la memoria viva, la que no se puede olvidar, la que está ahí desde siempre... que es ella el propio desconocimiento hasta de nuestro nacer al mundo.

Y el tiempo y la Realidad no tienen más remedio que caer despatarrados, heridos de vida y amor, aunque sea por el breve tiempo de un beso o una canción.