jueves, agosto 06, 2009

Anexo a Amar a los muertos: El enamorado y la muerte



(Cántese con el video de abajo, la letra varía un poco, pero sirve igual)


Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.


Lo importante de este romance es el círculo que se va trazando desde el anuncio de la muerte hasta la caída del enamorado.

En otras palabras, el enamorado está muerto en el momento en que la muerte le dice que va a morir y se lo cree. (Creérselo es lo más importante de todo el proceso) Este mismo círculo es el mismo que se traza en la tragedia de Edipo: justamente por huir de lo que han denominado Su Destino es que se precipita directamente a él.

No puedo yo asegurar qué hubiese pasado –tanto con el enamorado como con Edipo- si ante las estupideces dichas ya por la Muerte ya por los Dioses –que estas no son sino meros figurines arquetípicos de Realidad- no le hubiesen creído una sola palabra… es posible que el enamorado hubiese muerto igualmente, pero la Muerte por lo menos habría tenido que trabajárselo un poco más…

La sabiduría popular de este romance nos está gritando a la cara lo estúpido y lo sangriento de la Realidad: que es justamente buscando la vida (… la muerte me anda buscando / junto a ti vida sería…), que en este caso está en Amor –aunque pudiera bien ser cualquier otra de las formas de Felicidad que se dan en la Realidad: dineros, ocios y tranquilidades-, como se encuentra su contrario…

Y lo mejor de todo: que el enamorado muere justamente por una decisión que toma… una decisión suya y no de otro. El hecho de pensar que el enamorado muere porque estaba escrito en su Destino es sólo un añadido al texto por parte del lector. En realidad todo lo que se desprende del poema es que el enamorado muere porque el capullo decide, según su propia soberanía, aprovechar su vida… Una decisión que no le impone la Muerte, ni Dios alguno: es tan suya como sólo puede ser el amor por su amada –que, traduciéndolo a esta modernidad de muerto romanticismo, bien podría ser Deseo o Gusto, que es en lo que, hoy día, rige con puño de hierro los quehaceres de los sujetos-; y así todo el mundo elige su perdición según su amor, o lo que es lo mismo escoge su yugo según su gusto, o lo que es lo mismo –en el climax del sinsentido de Realidad-, elige la Muerte porque quiere vivir.

De esta manera se constituye la Realidad… Y por eso esa pregunta es la que nos tiene que fascinar a todos los que guerreamos contra ella… la que tiene que servirnos para destruirla: ¿Qué hubiese pasado si el enamorado no cree a la Muerte y no sale en busca de su amada? ¿No habría muerto? ¡Ah, por lo menos ya no se sabe y eso ya es combatir a las Parcas, ¿no es cierto?!

Así que cuando les digan: «Todos los hombres son mortales. / Sócrates es hombre. / Luego…» Ustedes digan, «¡mentira cochina!» Y una buena pedorreta encajada tampoco sentaría mal… Seguro que la Muerte se queda rabiando... y puede que, ¿yo qué sé?, algo de vida se nos caiga como pedida del cielo.




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