Y acaso nos toque, de vez en cuando, como no queda más remedio, hablar de lo que habla. O lo que es lo mismo palabrear con las palabras.
Porque ante la palabra, algunos solemos quedarnos boquiabiertos aún. ¿No es cierto? Y es que hay tanto que decir de las palabras… Como ya dijimos una vez –hablando un poco sobre la falsa diferencia entre lo ideal y lo material-, aquello de que la mejor arma contra la Realidad era siempre la palabra, por más que nos quieran hacer creer lo contrario.
Y es que es tan sencillo descorrer el velo de la mentira, que se vuelve absolutamente indispensable tapiar las bocas, neutralizar la palabra y condenarla a una mera negociación en el intercambio de ideas y opiniones.
i) Por un lado valdrá la pena recordar acaso, así al mero vuelo, porque ya más o menos lo hemos hablado antes. Que eso de que las formaciones de individuos se basen principalmente en la encuesta y recolección de opiniones, puntos de vista e ideas personales, no se logra mas que la perpetua negociación de la Realidad.
Si se negocia, ya no se está atacando ese pacto de fe. Que sobre el poder de la Realidad no se puede invocar ni anteponer el poder de nada. Ni imaginaciones, ni sueños, ni nada de eso puede estar negociando con el poder o pactando para suplantarlo en las privacidades.
Ay, que los Estados y Capitales nos venden la idea de que cada uno, en sí mismo y sus contratos puede convertirse con mucho tiento y apasionamiento, en un pequeño Estado, en un pequeño Capital…
ii) Pero lo que realmente me gustaría acaso apuntar es acaso la manera de que la palabra puede seguir ayudando a lo que intentamos aquí. Y es que acaso es en el Amor y en la Guerra en que la palabra vuelve a estar llena de significado.
Las palabras se vuelven casi necesariamente precisas. Porque hieren y curan. Esto es, traspasan al individuo. Hablar, cuando de verdad se puede hablar de amor y hacer la guerra que importa con la boca: es cuando el individuo se quita de en medio, cuando deja que la palabra florezca como algo que está siendo hablado desde otro lugar que no es el mismo.
En ese sentido: razón y sentimiento son lo mismo.
Sentir la herida del mundo es querer curarlo. Querer curarlo es querer guerrear con la Realidad. Guerrear con la Realidad es casi guerrear contra uno mismo. Contra esa cosa que soy yo y que no me deja hablar mas que para decir mi opinión.
Simplemente, estaba tentado a querer mostrarles lo que creo que el lenguaje, al dejarse manifestar –que no usarse-, puede realmente hacerle un verdadero roto a la Realidad.
Amor y guerra, lo que cura y lo que hiere. Palabra puede ser ambas. Arma arrojadiza o caricia delicada. La palabra, cuando es pronunciada por un amante o un enemigo, se vuelve de nuevo cargada de sentido. El amante puede conmover o herir, el enemigo puede devastar o enmendar.
La palabra vuelve a tener la significación de desgarro. No se trata ya de un mero intercambio de informaciones más o menos prosaicas, más o menos cotidianas, más o menos importantes. Se convierte entonces el vehículo por el cual ocurre lo más importante que tiene que ocurrir en la Realidad para que algo pase: desgarrarse, deshacerse, desechar de una vez la persona que posee la lengua en la que se habla.
Ese caerse de la Realidad que a algunos les pasa cuando hablan –cunado hablan de verdad y no para decir lo que ya fue dicho, sino para ir buscando en la cabeza algún hálito nuevo (o acaso vetusto y original)- para decir algo que pueda sonarnos nuevo.
Entonces, lo verdaderamente nuevo es la posibilidad de que la piel, de uno y de otro –enemigo y amante- se desgarren de una vez y para siempre, para poder perder de vista la Realidad.
Ese es el verdadero milagro de hablar. Lo absolutamente gratuito que resulta y que cuando ocurre de verdad, la vida de un vuelco para salirse de la Realidad. Hablar de verdad sólo puede ocurrir al margen de la Realidad.
Por eso se empeñan las entrevistas, encuestas y periódicos en convertir todo en una suerte de conteo aritmético, en un vuelo de águila que más que hablar con las cosas, únicamente las someta a una despiadada forma de conocimiento. Saber lo que se piensa, los programas de la televisión, las opiniones públicas, las elecciones municipales; todo es el gran simulacro de la negociación de las libertades y avances de las democracias representativas.
Negociar con la Realidad es hacerla siempre más poderosa.
Hablar es la única opción.
Aunque, no vamos a dejar de decirlo: ¡lo difícil que es hacerlo! Hablar de verdad es un acto tan absolutamente nuevo y violento que muchas veces no tenemos más remedio que callarnos.
Y aunque no valgan para nada, ni aquí ni en ninguna otra parte, los ejemplos personales ni los detalles, puesto que un servidor, como cualquiera de los que en este momento leen, no son más que un caso de cosa y acaso, únicamente tenga sentido contar lo que le pasa a uno a condición de recordar que uno que soy yo, soy cualquiera.
Siendo que, como siempre, el primer baluarte donde la Realidad se atrinchera soy yo mismo, la tarea de hablar siempre está poniendo en juego a mí mismo. De lo que se trata es que al dejarse hablar, lo único que puede pasar es que toda la intimidad constituyente de los individuos se vaya al trasto. La amenaza es viva y real: lo que se está jugando siempre en ese hablar es la justificación de todo lo que soy.
Hablo de verdad acaso cuando se muestra ante todos y se ventila, de alguna manera, el secreto de mi mentira. Que yo no puedo ser Alejandro Vázquez Ortiz. Cuando hablo de verdad, el nombre desaparece.
Evidentemente yo no lo logro. Fracaso siempre. Acaso por eso me entretenga en volver, como un mal inventor y peor constructor, sobre estas máquinas. Por eso mismo está siempre el empeño y la lucha. Por eso mismo esta siempre el intento y nunca el triunfo. Y acaso sólo en destellos, en breves apariciones de esto que hablo se dejen ver de vez en cuando, no ya en lo que hablo, sino en lo que consigo ir aprehendiendo con los oídos de todo lo que me rodea.
Lo que ocurrirá en ese hablar, eso nadie lo sabe. Sólo se puede adivinar que es puro descubrimiento, es puro brotar de nuevas cosas. Cuando el mundo se habla y en ese hablar se forma: hablar de verdad sea la única manera de andarlo hacia atrás. De sumergirse en el descubrimiento de que el mundo todavía no está del todo hecho, todavía no está del todo muerto.
Porque hacerle la guerra a la Realidad es siempre amar el mundo. Porque amar el mundo es siempre hacerse la guerra a uno mismo. Porque en esta guerra no haya paz perpetua de los cuerpos, sino desgarro vivo de la persona… y vuelta a empezar.
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