El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
(Antonio Machado)
Conjuro sea esto, del buen Machado, para iniciar el desgrane del tiempo. Conjuro sea al corazón para que nos cicatrice las heridas cual lametones de triste y rutinario quehacer. Y que así, convirtiendo esa flecha surcando el espacio –mezclándose con él-, haremos, si podemos, una margarita que deshacer con los dedos de síes y noes esperando no volverla a esperar.
Pero… claro, esto no será más que un intento. Un sortilegio, poderoso o no tanto, que lanzaremos, como cruzando en la tierra un círculo de sal y ¡hala! Ah, y a ver que tal nos sale…
Y es que la guerra contra esta Realidad es casi siempre una guerra contra el Tiempo. Y esa guerra contra el Tiempo es, casi siempre, una guerra contra uno mismo. Ansí que a ver que tal se nos da.
Allá que se traza con firme creencia la negación de la espera. ¡No voy a esperar! Gritamos todos los nuestros en la constante y perenne desepción del ideal. ¡No voy a esperar!
Pero lo vuelto del revés sigue siendo verdad. Y acaso en esa perpetua desepción se halle siempre a la vez la espera encerrada, vuelta hacia atrás. Que bien dice el conjuro:
La verdad es la que es,
y sigue siendo verdad
aunque se piense al revés.
¡Ay! Y es que habrá tantas cosillas, mentirijillas, colándose entre ese círculillo trazado en la arena. Y la primer mentira soy yo. ¡Yo soy lo primero que espero! Qué ese mandato de realización y futuro y supervivencia es la primera espera de todas. Y claro, es en mis sueños, en trabajos, dineros, pasatiempos, amores, verdades y nombres, donde en juego se encuentra el éxito de nuestro conjuro. Qué el conjuro del tiempo y la espera, es siempre un conjuro de mí.
Naturalmente no esperamos lograrlo tampoco del todo. No es ese el mandato de cruel amotinamiento contra uno mismo el que nos importa, sino simplemente el reconocimiento de que aquello que espero, siempre es lo que está aniquilando lo vivo que corre debajo.
No seré yo el que lo disfrute, ciertamente. Que lo más probable es que como cualquier vulgar hijuelo de vecino, seguiré entre mis carnes mañana, volviendo del curro con el maletín en el hombro, cansado, con una taza de café en la mano… El ceño enjuto por… bueno, porque este conjuro absolutamente defectuoso tampoco sirve para mucho… Pero por lo menos, y acaso con la misma tortura de siempre al volver a meterme en la cama y acaso no esté lo suficientemente cansado, puede que vuelva a estar ahí aplastado, repsando la espera de mí mismo, siempre pospuesta, siempre lejana.
¡Qué la otras personas desepcionen los ideales es algo tan cotidiano que apenas merece atención! ¡Lo auténticamente terrible es que en la espera de la realización (de su Verdad), las cosas –y yo y usted, querido lector, no somos más que un mero caso de cosa- están permanentemente luchando en una cosa y la otra!
No suele haber tregua en esto. Acaso haya que despreciar, con toda la benevolencia que se pueda, ese contar de los relojes, las promesas, los amores, los futuros, los dineros, las facturas, los contratos y los trabajos. Y digo benevolencia para no acabar dándole la vuelta a la cosa para acabar en esa tupida desilusión de la esperanza, que no es más que lo contrario de esa especie de ilusión de lo mismo.
Cada vez más endebles se vuelven las trabajos de este blog. Pero, lo cierto es, a pesar de todo, que cualquier corazón que sienta el peso del ir y venir del tiempo, hiriéndolo constantemente con esa punta que no cesa de atravesarlo en perpetúa fuga… pues no queda más que la festiva posibilidad de aliarse con el descreimiento, la alegría y un poco tanto del olvido –olvido de sí, que es olvido del tiempo-. Para ver si por fin esa flecha se vuelve flor. Para ver si un día de estos realmente el tiempo acaba llegando al corazón y tocarlo.
Hoy fue lunes… y la Santísima Semana que el Señor insitituyó para las labores del Progreso acaba de comenzar. Una cosa os pido: no esperen al sábado… por acá tenemos los ojos llenos lágrimas –por no decir ni invocar a las esperanzas- deseando, cruzando los dedos, tocando madera, para que nunca llegue.
Que no haya Domingo en tu vida, ni Sábado más…
3 comentarios:
Buenos días, tardes y noches. No sé si aparecerá el comentario o será engullido otra vez por las fauces de alguien.
Un saludo, más no me atrevo, gracias!
Nada, que aquí nadie come comentarios. ¡O eso esperamos! Ay, mujer, que en la triste espera de lo esperado, a veces salen cosas tan irremedibalmente inesperadas como usted que borran la espera.
¡Atreváse a más! ¿Cómo qué? Yo que sé... yo no sé qué espero... y sin embargo la vida se me va en puuuuura deseperanza. ¿Y usted?
El que espera desespera,
dice la voz popular.
¡Qué verdad tan verdadera!
Y yo esperando en el mío, tan tranquila y usted escribiendo por estos rincones de dios. Lo que hace para arrastrarme a su gusto, da igual el lugar, he de recorrer todo el internet para dar con un corazón, menos mal que no está partío.
Yo muy bien ¿no se me ve bien en la foto?
Lo de atreverme a más ¿por qué lo dice? Ya veo que está desesperado, como siempre..Qué no se le vaya la vida, ni el aliento. La paciencía todo lo alcanza, dicen por mi tierra..
Besos
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