Siempre hay algo de conciencia por ahí estropeándolo todo, ¿verdad? Cuando estamos a punto de cantar una canción, tocar un instrumento, hablar o teclear aquí mismo en una computadora, aparece ese fantasma de la toma de conciencia para arruinarlo todo. Para enrojecernos la cara de vergüenza, para hacernos olvidar cómo pasar las manos por los trastes y las cuerdas, para enredarnos las lenguas con temores y barricadas o para hacernos patentes que aunque podemos teclear con una fluidez envidiable, nunca sabremos qué letra está al lado de la R sin ver el teclado.
Así es: la conciencia es un estorbo. Una monserga. Un trampantojo ridículo que lo único que hace es estorbar a la bondad de las máquinas. La máquina de la música, la máquina de la lengua, la máquina del subconsciente que no pueden sino hacer cosas y cosas buenas llenas de arte y buena técnica.
Las máquinas, siempre y cuando sean máquinas de verdad, siempre son buenas. Acaso de ahí se explique ese terror de la ciencia ficción de que, algún día, una máquina, tome conciencia de sí misma –es decir, se haga como hombre- y no pueda más que volverse mala. Pero las máquinas… las máquinas por sí mismas siempre son buenas. ¿No?
Y supongo que alguno o alguna, muy amante de su propia conciencia, llegue a pensar que si andamos por aquí luchando contra la Realidad, pues, «no hay mayor lucha posible que la que se hace desde la conciencia.» Y así en el gran trampantojo –no ya de la Ilustración y la modernidad, que sería demasiado achacarle a ellas semejante error- sino al capitalismo puro y duro, podemos llegar a creer que es la toma de conciencia de sí mismo lo que nos salvará de nuestra constante caída en la Realidad.
Pero no.
Ay, no.
Que nuestras conciencias o, más pedantemente, nuestros ‘yoes’ respectivos de cada uno de nosotros los que leemos esto –el mío, desde luego también-, no son más que meras cosillas de la Realidad y cómo tal jamás podrán luchar contra ella. ¡Es justamente desde la conciencia que se actúa como la manada lo manda! Cómo el capital lo suplica. La gran mentira del capital es la formación del individuo a partir del imperativo de soberanía de la Ilustración. Si el siglo de las Luces con aquellos franchutes modernistas pedía hombres libres, los Estados se encargaron de producir ciudadanos y el Mercado se encargó de producir consumidores.
Evidentemente aquí lo que está en predicamento es la libertad. Pero… ¿qué tiene que ver esto con las máquinas? Bueno, que no seremos tan pretenciosamente estúpidos como para suponer que si no hay conciencia –si no hay individuo, ni yo, ni sustancia dentro de los nombres propios- (o por lo menos esa es la intención un poco para caernos de la Realidad un poquito y de vez en cuando), pues ¿vamos a caso a suponer por ello que no se hará nada? ¿Qué sólo nosotros como conciencia somos capaces de actuar?
Eso no sólo es falso sino ridículamente pretencioso. No sabemos nada. Y ese no saber no significa que no se pueda hacer nada –y acaso ‘saber’ sea justamente lo contrario de ‘hacer’, aunque eso, ya algún día lo hablaremos con más detalle si se pre
senta la ocasión-, sino que en ese lugar en dónde no habite la conciencia y podamos exorcizar a ese parásito llamado Alejandro Vázquez Ortiz, pues podamos, ¿quién sabe?, llegar al desgarro que aquí estamos buscando. Llegar al punto en donde se quiebra la Realidad y cosas nuevas –cosas que no estaban hechas y por tanto no pueden formar parte de la Realidad, al menos no de momento-, puedan ocurrir.
Claro que esta sugerencia a muchos nos asusta. ¿Cómo no iba a asustarnos si nosotros mismos, yo, tú y todos somos la fortaleza misma de la Realidad? Y la propia lucha contra la Realidad es siempre una lucha contra uno mismo. ¡Ah! Pero eso que aflora cuando la conciencia se va de paseo –eso que ya los antiguos achacaban a las musas con aquellas invocaciones a la inspiración, achacando a otros lo que no podía ser de uno. Y en fin, aquí mismo cuando realmente se logre dar con algo de más o menos sentido común, será porque acaso hemos podido desembarazarnos un poco de nosotros mismos y dejar que la máquina de la razón razone y hable por nuestros dedos de forma casi inconciente.
Así que dejemos a un lado esos malentendidos y dejemos que las máquinas hagan lo que tengan que hacer, que seguro siempre será algo mucho mejor que lo que nosotros podamos hacer. Dejarse hablar, dejarse razonar, dejarse cantar, dejarse hacer todo lo que no esté hecho… Y a ver qué pasa. A ver qué ocurre. Estoy seguro que ocurrirán cosas mucho más interesantes que estar viéndolo todo desde la cobarde y mentecata sensación de que soy ‘yo’ quién piensa esto que pienso y por tanto al pensarlo no puedo más que estarme cuidando. Acaso descubramos que las máquinas en esa bondad prácticamente gratuita que proporcionan siempre han sido mucho más soberanas que cualquier individuo.
(Ahora que voy terminando, me empiezo a preguntar si acaso, diciendo todo esto que digo, no me he preocupado en dejar claro acaso qué es una máquina y cómo es que muchas de lo que hoy consideramos ‘máquinas’ no lo son, pero en fin, eso será para otro día, pero igual ustedes, acaso cuando tengan la gracia de estar lavándose los dientes, comer o ir montado en el camión a sus casas, gracias a que todas estas cosas se realizan maquinalmente, puedan estar gustosos de revolcarse en el problema y a ver qué sacan).
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