«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón.- Conforme.
Su porquero.- No me convence.»
Don Juan de Mairena.
A pesar del título este texto no pretende dar cuenta de lo que sea filosofía.
Las razones que me mueven a escribirlo son muchas y muy variadas. La primera de ellas es recordar y aclarar que esto no es un blog de filosofía (y aunque puede que en las categorías aparezca como tal –ya que todo, para la Realidad, tiene que aparecer catalogado y etiquetado), sino únicamente son un montón de textitos que más o menos pretenden romper con lo que la filosofía trata de conocer.
Esta duda me asalta porque a veces creo, como algunos de mis colaboradores me han hecho saber, que el riesgo siempre latente de dejar de combatir la Realidad y pasar a reforzarla distrayéndonos con filosofitos, filosofantes y nombres empolvados de la Historia de las Filosofías.
Es cierto que nos valemos de razonamientos de otros que ya han razonado algo sobre lo que pensamos –y seguiremos haciendo- y da la extraña casualidad de que estas personas eran filósofos… -aunque las canciones que aparecen debajo de cada uno de los textos ha veces acierten tanto o más que los propios razonamientos-, pero si razonamos con sus razonamientos es porque estamos, de alguna manera, firmemente convencidos de que sus razonamientos no son suyos. Quisiera tirar el nombre y quedarme con lo otro… ya que el Nombre Propio, sea de Heráclito de Éfeso o de Giovanni Versace, son los que comienzan a dar categoría de Realidad a las cosas.
El propio Nombre con el que firmo y que se supone que es el mío, bueno… me provoca muchos reparos. Pero ahí quede… que los motivos de que ahí aparezca sean siempre claros y distintos: el más puro de los miedos.
(Habrá que pararse a explicar esto más detenidamente en otra ocasión)
Pero al revelarnos contra la filosofía, al decir: esto no es filosofía, nos queda la pregunta pues: ¿Qué es filosofía y por qué esto no lo puede ser?
Bueno, primero que nada he decir que ‘filosofía’ la utilizaré, sin el mayor empacho, sin detenerme a ver sus ‘verdaderos’ significados –si acaso la filosofía es más que la ciencia, es una ciencia entre las ciencias o es una mera enjuiciadora de los enunciados científicos-, sino únicamente me limitare a su estrato más Real… es decir, a las Facultades y Manuales y Libros de Filosofía: a sus nombres.
Lo primero que he de decir es que no hay cosa más triste que se le haya podido hacer a la inquietud y la pregunta de cualquiera que hacerla licenciatura. No existe enemigo más sigiloso de la duda y del asombro que la propia Facultad de Filosofía…
Cuando casi unos niños entregan la inquietud y la extrañeza de este mundo a un montón de catedráticos que difícilmente saben ir separando lo que es la redonda mentira de la Realidad (historias, nombres, textos, cánones, ciencia positiva) y lo que es de verdad razonamiento, duda y rebeldía… (porque la razón, si de verdad es razón, sólo puede ser rebelde). Acaban licenciados, intercambiando articulitos en revistas de divulgación universitaria sobre las hipóstasis plotinianas…
Y esa es, al fin y al cabo, la gran tarea de la Educación y Pedagogía Oficial: Domesticar las dudas, apaciguar los asombros, silenciar las aporías en las que acaban cada una de las cosas…
Porque los filósofos llegan a aceptar la mera enunciación que se repitió entre los escolásticos: La Verdad, dicen, es decir lo adecuado a la cosa.
(De esta manera –y únicamente de esta manera- se pueden construir
las tesis doctorales soporíferas que están obligados a redactar: El vaciamiento
de significado de los noúmenos ideales en la teoría comunicativa de Jürgen
Habermas o acaso, Influencias del imperativo socrático-délfico del gnoti seautón
en el estoicismo romano de Marco Aurelio Antonino… Porque se vive de la creencia
de que tanto la teoría comunicativa de Habermas o Sócrates o Marco Aurelio, son
cosas… de las que se puede decir lo adecuado y así revelar lo prístino de los
límites del objeto a tratar.
Esta clara mentira se derrumba ante el sólo
testimonio del más leve del sentir: ya que Habermas no puede ser Habermas y
Sócrates tampoco puede ser Sócrates. No se puede decir nada adecuado al
estoicismo romano, ni admite ninguna cosa que se le cierre y se le describa de
manera absolutamente adecuada. La cosa siempre se deshace y eso es lo que la
filosofía ha olvidado desde hace mucho tiempo.)
Se dice que Pitágoras (D. L., I, 12) que respondiendo al León, tirano de Sición, que le llamo sabio: «dijo que nadie era sabio más que la divinidad. Antes se la llamaba ‘sabiduría’ (sophía), y sabio al que hacía profesión de ella, que debía destacarse por la elevación del espíritu. Filósofo es el que ama la sabiduría.»
Como siempre sucede con los filósofos, tenemos que quedarnos con algunas partes y desechar el resto. En algún momento este enunciado tan simple y tan complejo a la vez se ha llegado a resbalar de toda memoria: simple porque en su buen sentido sabe reconocer que la sabiduría es imposible para lo que muere y que ningún mortal puede atrapar con su boca a Doña Verdad; complejo en su error, ya que supone que aunque no pueda haber Verdad entre los hombres necesita seguir creyendo que aún existe la Verdad en algún lugar de las divinas constelaciones.
Por esta simple y sencilla razón es imposible decir Verdad y por tanto decir lo adecuado a la cosa. Ya que la cosa, en la medida en que sea ella misma, está mintiendo. Las cosas, en tanto que hablan –y es a ese discurso al que el filósofo pretende unir el suyo-, son absolutamente capaces de mentir. Cuando se muestran cerradas, hechas, derechas y bien limitadas, cuando se prestan más a que nuestros hablares se ajusten de fácil manera a ella, es en ese momento cuando más está mintiendo.
Por ello el filósofo se ha confundido –esto es, los licenciados de filosofía- y en algún momento han llegado a creer que decir a la cosa era decir la Verdad de este mundo. Que al mundo se le podía someter a explicación –sea en el fenómeno que sea: desde los medios de comunicación hasta los movimientos de los átomos- es imposible.
Y sin embargo ahí los tienen: catedráticos, maestros de bachillerato, manuales de filosofía, latigueando las inocentes espaldas con nombres y fechas y memorizaciones de teorías para alimentar yo que sé qué desconcierto y los niños se pierdan y confundan sus dudas y lo vivo de los razonamientos con Nombres y su parafernalia… que para lo único que sirve es para repetirse y seguir haciendo infinitamente lo que ya estaba hecho desde siempre.
Por eso hay que decir que la filosofía no es una herramienta contra la Realidad. No puede ser un arma, porque ella misma, en sus formas institucionalizadas se ha vuelto parte de la Realidad misma –y aunque esto fuera más claro antiguamente, cuando los regímenes teocráticos se sostenían justamente por los filósofos oficiales de turno y se combatían con una ferocidad virulenta toda herejía teorética-, los modos de accionar de la Filosofía, reconvertida en una mera institución más apocada entre las facultades de Ciencias Productivas –que también, evidentemente, son nuestro objetivo a atacar-, que a lo que se dedica es a domesticar la pregunta viva de todos los corazones…
Otra cosa será en qué medida algunos de los enunciados de la filosofía –sin importarnos de dónde vengan- puedan servirnos –como de hecho aquí de ellos nos aprovechamos como meras máquinas- para siempre servir a la rabia viva que nos tiene que estar acosando todos por el simple hecho de estar aquí. Y, naturalmente, reconducir la tarea original de todo razonamiento que es, no decir verdad, sino decir a la mentira que miente.
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