La leyenda del Polybius es la creación de un inconsciente colectivo que presiente que los videojuegos tienen un poder más que el del mero entretenimiento. Según esta conocida leyenda urbana, la CIA habría fabricado –junto con una empresa de videojuegos- una máquina que fue colocada en algunos bares y establecimientos estados de la Unión Americana, que provocaba ciertos comportamientos extraños en quienes jugaban con ella: pesadillas, ataques epilépticos, dolores de cabeza, depresión y en un caso, el suicidio.
Lo que se pretende con esta leyenda es decir lo que es obvio: los videojuegos alteran lo otro que está de este lado. Aunque no se trate, como así han querido hacer sentir algunos padres preocupados y presas sensacionalistas –a propósito de los asesinatos en masa- que afecten a las límpidas e inocentes mentes de nuestros niños, sino que afectan y construyen la Realidad.
La estupidez reinante ha querido ver –para expandir la confusión entre los términos- en los videojuegos un escape de la Realidad, una evasión a las formas más acuciantes y reales de la lógica. Sin embargo este error es fácilmente demostrable: el videojuego es más bien otra forma de suministrar y de constituir la propia Verdad de la Realidad –junto con los telediarios, la televisión y el resto de los medios de formación de masas-.
Los videojuegos son más reales que la realidad –entendiendo la realidad meramente como lo otro que está del otro lado de la pantalla (sin decir que es suma de cosas, aún)-; aunque esto es nada más que un juego de palabras. Los videojuegos, si queremos ser claros, son la Realidad misma en tanto que lo que cae del otro lado, donde están nuestros niños que los usan... es otra cosa.
Y esto se ve muy fácilmente: ya que los jueguitos estos funcionan con reglas y algoritmos y programas y chuminadas por el estilo que lo que quiere decir es que nunca se podrán saltar ni equivocar tales reglas. De esta manera un niño tiene muy claro que juntando cien moneditas de esas podrá comprar una vida. Que siempre hay una mejor arma que es más útil. Que haciendo determinados objetivos el prestigio sube y se va haciendo todo más sencillo. Se sube de nivel. Y hasta se puede ligar en videojuegos con niños y niñas más Reales –es decir, que funcionan con cuatro reglas simples y sencillas, como un mero cálculo matemático- que los que están del otro lado.
Este doble, que es lo que está aquí rozándonos la punta de los dedos mientras escribimos, eso es lo que es verdaderamente irreal, en donde, a pesar de cumplir todos los objetivos, la recompensa puede no darse. Donde el dinero no compra vida, donde, por bueno que seas no tienes asegurado subir de nivel. Ese doble raquítico que pretenden, sea Realidad, es (afortunadamente) falible.
De este lado, en el doble, los algoritmos no funcionan: no hay programa a seguir por las cosas porque no están cerradas. Y eso es el principal motivo por los que deberíamos alejar a nuestros niños de los videojuegos: no porque sean una salida de la Realidad, sino porque es la forma más directa de entrada para creer que su doble también es Real.
Lo que se pretende con esta leyenda es decir lo que es obvio: los videojuegos alteran lo otro que está de este lado. Aunque no se trate, como así han querido hacer sentir algunos padres preocupados y presas sensacionalistas –a propósito de los asesinatos en masa- que afecten a las límpidas e inocentes mentes de nuestros niños, sino que afectan y construyen la Realidad.
La estupidez reinante ha querido ver –para expandir la confusión entre los términos- en los videojuegos un escape de la Realidad, una evasión a las formas más acuciantes y reales de la lógica. Sin embargo este error es fácilmente demostrable: el videojuego es más bien otra forma de suministrar y de constituir la propia Verdad de la Realidad –junto con los telediarios, la televisión y el resto de los medios de formación de masas-.
Los videojuegos son más reales que la realidad –entendiendo la realidad meramente como lo otro que está del otro lado de la pantalla (sin decir que es suma de cosas, aún)-; aunque esto es nada más que un juego de palabras. Los videojuegos, si queremos ser claros, son la Realidad misma en tanto que lo que cae del otro lado, donde están nuestros niños que los usan... es otra cosa.
Y esto se ve muy fácilmente: ya que los jueguitos estos funcionan con reglas y algoritmos y programas y chuminadas por el estilo que lo que quiere decir es que nunca se podrán saltar ni equivocar tales reglas. De esta manera un niño tiene muy claro que juntando cien moneditas de esas podrá comprar una vida. Que siempre hay una mejor arma que es más útil. Que haciendo determinados objetivos el prestigio sube y se va haciendo todo más sencillo. Se sube de nivel. Y hasta se puede ligar en videojuegos con niños y niñas más Reales –es decir, que funcionan con cuatro reglas simples y sencillas, como un mero cálculo matemático- que los que están del otro lado.
Este doble, que es lo que está aquí rozándonos la punta de los dedos mientras escribimos, eso es lo que es verdaderamente irreal, en donde, a pesar de cumplir todos los objetivos, la recompensa puede no darse. Donde el dinero no compra vida, donde, por bueno que seas no tienes asegurado subir de nivel. Ese doble raquítico que pretenden, sea Realidad, es (afortunadamente) falible.
De este lado, en el doble, los algoritmos no funcionan: no hay programa a seguir por las cosas porque no están cerradas. Y eso es el principal motivo por los que deberíamos alejar a nuestros niños de los videojuegos: no porque sean una salida de la Realidad, sino porque es la forma más directa de entrada para creer que su doble también es Real.
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