Baudrillard asegura que la esterilzación de la mascota es el punto culminante de la objetualización de la mascota. Es la mascota perfecta liberada hasta de su sexualidad y por tanto era una forma de llevar hasta su última consecuencia la realidad del capitalismo: reducir a todo lo que hay a objetos de consumo. Acaso como aquellas cucarachitas atadas a borchecitos de oro o la leyenda urbana de los bonzai-kittens. (Cfr. Baudrillard, Sistema de los objetos).
Sin embargo, el análisis del francés se centra únicamente en las relaciones amo-animal y no viéndola desde una perspectiva más amplia entre la relación mercado-crianza y ciudad-animal. Lo que ha ocurrido, (y esta es la verdadera cumbre del capitalismo), es que se ha reducido al animal, no un objeto de consumo, sino a un medio de producción. O lo que es lo mismo, a la crianza indiscriminada y sobre oferta, en cualquier ciudad del mundo, de compra-venta de animales.
La necesidad de esterilizar a los animales no yace en liberarlos de su sexualidad y así tranquilizar la inquietud de un objeto sexuado merodeando nuestro patio o nuestro salón; sino de imposibilitar su reproducción y con él, la del sistema capitalista mismo.
(Huelga decir que estas mismas palabras que se dicen de los animales, deberían repetirse sin cambio alguno, para las personas. Ya que, exactamente igual que los perros únicamente nacen para perpetuar la sinrazón de la compra-venta completamente innecesaria, los hombres nacen, no ya como personas, sino como mero potencial de mano de obra desocupada).
Por otro lado, la sexualidad en una sociedad latina no resulta perturbadora, sino todo lo contrario. La negación a la castración del animal no obedece sino al temor del propio amo a estar castrándose a sí mismo. La unión entre el animal y el amo presupone la sensación de que, al castrar a su animal, se está perpetrando alguna suerte de villanía en contra de la naturaleza.
Claro que, contradictoriamente, no debe parecele abominación alguna la caza, búsqueda, captura y sacrificio sistemático de miles y miles de animales año con año en todas las ciudades del mundo con los métodos más económicos posibles. Ante este holocausto animal los testículos del amo no corren riesgo. Todo lo contrario: parecen autoafirmarse en la medida en que igual que pueden procurar la vida a través de la crianza sistematizada, pueden procurar la muerte con cables pelados para la electrochoque en serie de perros y gatos.
La sexualización de los animales está ya presupuesta en el método de elección del amo. En Nuevo Laredo, el 80% de los animales recogidos de la calle por los centros antirábicos son hembras. La propia noción de que una perra lo único que hará será embrazarse y por ello generar indiscriminadamente animales no es más que la otra cara de la moneda. Quién acepta a las perras es porque, sistemáticamente, las va a poner a parir.
Habrá que mandar este mensaje tranquilizador a los amos. Esterilizar a su perro no los hará estériles a ustedes. Esterilzar a un perro, evitar que más perros nazcan, lo único que hara será producir oportunidades de lo único que merece la pena producir en el sistema capitalista: la posibilidad de que ocurra algo que no está contemplado.
O lo que es lo mismo, que se trastoquen las leyes de la oferta y la demanda. Que no se pueda comerciar más con los animales y que realmente fuesen tratados como lo que son: cosas absolutamente nuevas. No objetos de serie. No esa especie de eugenesia enfermiza de las razas ultrapuras, sino a la sensación de que el animal se conecta, fibra a fibra, con cualquiera del resto de cosas. Con usted, por ejemplo.
Lo mismo con los humanos. ¡Si tan sólo le dieran la oportunidad a su hijo de no nacer! ¿Quién sabe? Quizá realmente llegaría a disfrutar de la niñez del resto de los niños que ya pululan por el mundo.
No favorezca la cría: adopte, esterilice.
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