Es que aunque uno quiera darle la espalda al mundo y sus cotidianeidades más vulgares, la Realidad empeña en mostrárseme ante los ojos. Y es que aunque uno ponga todo su empeño en ello, no puede evitar enterarse que hace unos días, no se cuando exactamente, fue el día mundial contra el cáncer de mama.
Y uno ve a todos los prohombres de noticias y espectáculos trayendo encima el lacito rosa, acaso combinando con su corbata de seda, comprada específicamente para la ocasión. Anuncios de papanicolaos y demás putrefacta profilaxis para que las mujeres y sus hombres tengan una preocupación más encima… otra más.
Y se habla de estadísticas, muertes al año, prevención, cuidado, autoexploración, tetas, mamas, quimios y demás culteranismos médicos para que todos los mortales, una vez más (cual mandato de Epicteto y los estoicos), piensen en su propia muerte.
Ustedes, es posible, que piensen: ¿Y eso que tiene de malo? ¿No es algo bueno invitar a las poblaciones a la autoexploración, al cuidado del cuerpo y a la vigilancia de la salud propia?
De eso de la profilaxis, ya hablaremos en otra ocasión, que ahora más que el hecho de que eso tenga o no tenga una utilidad o acaso un asomo de sensatez; me asombra más el hecho de la universalidad y el común acuerdo en el que se sintonizan los medios para hablarnos de una cosa es específico: ya sea de días del cáncer, o marcha universal contra la homofobia, o el día de la mujer, o las semanas santas del barrio de Tunalguilla, N.L.; etc., etc., etc.
Y es que con el caso del cáncer la cosa se vuelve más sangrante. Y es que, por más que sea una mortandad considerable las vidas que se van esfumando en los brazos de esa peste, no es menos cierto que se convive con pestes aún más horrorosas día con día, de la que no hay cura, ni propaganda alguna que nos ayude a combatirla.
No me refiero a pestes médicas, síndromes o cualquier otra clase de porquerías que se le resbalen de la boca a nuestros galenos. No. Sino a la peste diaria no menos sanguinaria de la productividad, el tráfico, la publicidad, las noticias, el trabajo, el futuro, el Dinero, la esclavitud perpetua de la rutina, el bostezo universal que sume a la ciudad en sí misma: el matrimonio, la pareja, las hipotecas, la puñetera sensación de que el mundo da vueltas para seguir en lo mismo. La peste de los aparatos, de los accidentes automovilísticos, de los fines de semana establecidos para que la semana y el orden permanezcan incólumes: esa peste sangrante que sume a muchos en depresiones, en alcoholismos, en el perpetuo anhelo de que pase algo… que aunque sea, su equipo, gane en la jornada del fin de semana. ¡Aunque fuese sólo eso!
¡Ah, no! Pero esas no son pestes, según los noticiarios. ¿No llevan lacitos para combatir la despiadada productividad que literalmente esclaviza a sus trabajadores? ¿No hay papanicolao que prevenga que cada uno se autolatiguee para la compra y consumo de fiestas, diversión y aparatejos que el Capital nos arroja desde lo alto como golosinas envenenadas, para que, oh, creamos que ha salido un auto, un teléfono, un ordenador verdaderamente nuevo?
No, hermanos, no. Lo nuevo en esta vida se ha acabado. Cualquier aliento de vida y amor, parece que se cercena y cae al suelo despatarrado, muerto ante la idea del futuro, del Dinero, de su utilidad.
¡Ese es el verdadero cáncer!
Ah, maladados, que cuando una persona particular, una mujer particular, una teta en particular viene a tener, desgraciada de sí, una peste de esas de celulillas rebeldes que se niegan a seguir con el trabajo de soportar su función… ¿qué cosa más trágica puede imaginarse uno? ¿Qué esa persona va a morir? ¿Y no estaba ya muerta? ¿No estaba ahí, entre sus cuentas, echando números, sabiendo que está ahí ella, blanca, simple, eterna, e infinita? ¿No es esta vida una pura administración de los cánceres? ¿No es una espera perpetua de la muerte?
Pero de eso se cuidan mucho los medios de hablar. No sea que de verdad las personas de abajo se den cuenta del cambiazo, no vaya a ser que se den cuenta que sus tetas, son el menor de sus males y que hay una peste perpetua insuflando todo quehacer está siempre conviviendo con ellos, padeciendo un mal que se empeñan en venderles como un bien: trabajo, futuro, Dinero. No vaya a ser que las personas se den cuenta que en realidad no necesitaban de eso: que uno se puede meter en las aguas y enguajarse la cara, lavarse el cuerpo de esa peste de profilaxis y de pronto una sombra de vida, sin esperarla, sin suponerla, sin llamarla, acude.
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