(Río la silla - Sara L. Sánchez Chávez)
Vamos al bosque y arroyo,
bosque de álamos negros,
a soñar el andar de las nubes
y cantar con pájaros ciegos.
Vamos, toma mi mano
a perdernos en troncos inhiestos,
entre humillo de paixtle
y tierna cama de helechos,
moras de dulce azul
de la morera comeremos,
del arroyo leche de erizos,
salpicón de berberechos,
siembras de soles violetas
en las copas de los cerezos.
Agua nueva de la fuente
con buena sed beberemos,
higos verdes al desayuno
con suaves tes de poleo.
Ahí, tú y yo y nuestra
jauría de frágiles perros,
a vivir, holgar, retozar,
sin ningún futuro ni empleo,
a dejar que los nombres
se olviden como los sueños,
que nuestra memoria
se vaya en lomos de tiempo.
Serás tú la soberana
morena reina de los enebros,
coronada con una diadema
de frutos y floresde almendro,
y alhajas y anillos de
gualda retama y lila de brezos,
con corte de lobos de oro
y un borrego almizclero,
linces salvajes, burros,
gallos de plata y corderos
lechales, mirlos, garzas,
verderones y mochuelos,
un carruaje tirado
por diez blancos conejos,
armónicos coros de ranas
cantando ¡vivas! en el piélago,
un alto y fornido caballo
de mil soles moreno,
hilos de telas de araña
bordeando encaje en tu pecho.
¡Toma esa larga, nudosa
y fina rama de enebro!
Es un bastón, es espada
y es también remo
que nos lleve y traiga
vera el río al océano.
Ya verás tú qué es lo
que pasa de bueno.
Escribiremos coplillas
cartas, adivinazas y versos
sobre papelotes morados
de moneda que llaman dinero.
Aquí no hace falta; no hace
falta siquiera el deseo.
Aquel que algo quiera,
agua, amor, alimento,
calor, huerto o sombra,
juego, manzanas o besos
basta con solo pensarlo
y nombrarlo para tenerlo.
Junta pues a tus bestias,
alza ante ellos tu cetro
y gobierna con tu bondad
de buen singobierno.
¡Este bosque escondido
será por siempre tu reino!
La verde frontera
de este a oeste del cerro!
Ve por ahí y cuéntale
a todos este dulce secreto.
A los que pregunten:
"Eh, Sarilú, ama de perros,
¿a dóndete escondes
que nunca, nunca te encuentro?"
Diles que sigan por los
guijarros a los reflejos
del río del bosque
de grandes árboles negros.
Nada quiero yo por
casa más que tu cuerpo.
¿Qué será lo que pase?
¡Es todo un hondo misterio!
¡Solo ven y jura conmigo,
jura sin siquiera saberlo!
Di que de aquí, de este
bosque nunca saldremos!
Que por aquí vivirán
por siempre los muertos,
que ya cuando tú y yo
no tengamos voces ni aliento,
bajo esta raíz preñada
de olvido, de vida, de tiempo,
seguirán nuestras bocas
dale que dale, beso que beso,
y que entre el murmullo
del arroyo en el desfiladero
se escuchen las risas,
caricias, carantoñas, juegos,
las canciones sonando
de peña en peña en eco
que anden por siempre en este
bosque álamos negros