domingo, octubre 25, 2009

Notas al margen: No hay Dios

O lo que es lo mismo, no hay Bosón de Higgs. Ahorrémosle la molestia a nuestros físicos ginebrinos, repitamos: No hay Dios, y sintamos vibrar la alegría.

Si hay algo que llama la atención de este experimento eso es, sin duda, el ya descaro abierto con la que Ciencia quiere confundir a sus creyentes: se habla de Dios, se habla de encontrar la partícula que da su ser al resto de las cosas que son. El cúmulo primigenio de la Realidad, primer motor aristotélico, causa incausada aquinatense,…

Toda esta balumba, a pesar de que invita a la risa feroz, es algo bastante cruento y horripilante cuando se recuerda para lo que sirve. Esta máquina –cómo ya se dijo en su día en otras intervenciones de este ínclito blog- sólo sirve para eso, para sustentar durante un poco más la fe. Es evidente que los crédulos se quedarán como en Garabandal o en Les Coves de Vinromá, esperando el milagro mariano… y lo más terrible de todo es que seguramente los tullidos, los enfermos, rebosantes de fe –de la misma manera que lo hicieron en Castellón- se arrojen a las aguas fecales para suplir el milagro que no llega y saldrán empapados de mierda con la ilusión más renovada que nunca.

Lo peor es eso… que aunque la simplicidad del razonamiento dice: No hay Dios, lo que menos le importa a la fe es que los milagros lleguen o que los plazos se cumplan. Al fin y al cabo el verdadero cometido es la espera, la expectación, el relleno del tiempo vacío y del aburrimiento y sufrimiento de la Realidad: para eso y sólo eso sirven los milagros… y los experimentos de física.

jueves, octubre 22, 2009

«Dices tu pena á quien no le pena, quejaste a madre agena.»

Y diremos este refrán a los bienintencionados que con buenasfes -pero que siguen siendo fe al fin-, van acaso pensando que gobiernos, estados, partidos y leyes, etc. etc. etc. están ahí para ser reformadas y bienservir a la gente que todos los días se la rifa con la muerte (ya sea en los trabajos miserables y la hambruna más desesperante o ya en los aburrimientos de los trabajos mandados de primer mundo y de gerencias de dinero).

¿No les da tristeza todas esas marchas...? No ya por su inutilidad... -porque útiles son y valen para algo... aunque sea para rellenar de acontecimientos los telediarios que tanto se precian en anunciarlas en forma de cifras-, sino porque uno piensa... ¿Y a quién le están protestando? ¿Contra qué ente ya sea político o personal, se manifiesta esta gente?

Y al ponerle nombre a la causa se le pone nombre al mal... y llorando a la madre de turno se creerá que hay algo (siempre dentro del Estado y del Gobierno) que venga a solucionar el entuerto: leyes, partidos, reformas, etc. Cuando lo cierto es que es absolutamente imposible que nada caiga desde arriba para mitigar las penas: absolutamente nada bueno puede venir desde arriba.

martes, octubre 13, 2009

El canto de las cabras

William Holman Hunt - The Scapegoat (1854)


Culpa es causa y cosa. Cosa es culpa y causa. Causa es culpa y cosa.

Son las cosas constitutivas de la Realidad. Realidad es sólo un vocablo culto que nació para nombrar la suma de las cosas. No hay Realidad sin cosas y eso es lo importante. Negar la cosa no será negar que haya cosas, ni, mucho menos, odiar con moralismos a las mesas o a los perros simplemente porque están ahí. Sino negar que las cosas son ellas mismas del todo y siempre hasta su límite.

Esto es, negar que las cosas son las que son. Negar que un perro es un perro y que la mesa es una mesa. Si se comprende esa negación -y la libertad que de pronto sienten las mesas y los perros al dejar de ser ellos mismos-, se comprenderá de súbito y sin mayor esfuerzo esta rebelión que nos traiemos ancá con la Realidad.

Digámoslo claro a riesgo de perdernos en lo difuso y confuso de las opiniones: lo que viene a quitar esta guerra es la culpa. Es descubrir como al causa y la culpa son lo mismo...

Algunos antropólogos se quedan en la mera sopresa de darse cuenta de cómo todos los pueblos agencian la culpa de las cosas en diferentes supersticiones. Los corderos han tenido mala suerte en este respecto. Pero obvian la parte más importante: que el hecho de que se culpe a los chivos es lo de menos... lo más importante es que la culpa y la ejecución del castigo no es sino el fruto de la causa. Que lo mismo en las superticiones que en la física mecánica lo que hace es dar a la cosa su por qué, y dándolo se pretende entregar a la cosa a su ser más íntimo: a su Verdad.

¿No estaba Edipo y Ayante (y de otra manera Clitenmestra y Creonte) presos de una fiera ceguera que iba cociendo espaldas a sus ojos, la Verdad de su final? Y en el momento en que descorre el velo para mostrar las causas, para exponer ante el teatro el secreto: el héroe queda desnudo ante el público... como si durante un momento, suspendido en la trama la Verdad de una cosa se nos revelara justo antes de que los hados y parcas lo hagan pedazos.

Pero es mentira... no hay cosa que se revele en ningún teatro ni en ninguna tragedia. Su aniquilación es la prueba misma de que cuando una cosa se hace cosa verdadera, lo único que le puede pasar es morir. Nada se revela... las cosas -con sus culpas y sus causas- se elevan al cielo silencioso en su trance y nunca más se vuelve a saber de ellas sino por el recuerdo y la veneración.

Las cosas nunca las tocamos verdaderamente. No las podemos saber. Pero, contrario a toda esta noción estúpida de que el conocer a la cosa es toda la esperanza de gozarla, ello no entraña ninguna tragedia, sino al contrario... al contrario...


jueves, octubre 08, 2009

Las mentiras de las cosas


Pues sí eso, que las cosas mienten, así de claro. De hecho mienten constantemente.

Y ustedes, con más o menos razón, pueden que se pregunten: «¿Cómo? Un árbol, cuando está ahí parado, nada más con su sola existencia, sin hablar, sin hacer nada, sin agitarse ni moverse, sin conciencia, sin lenguaje… ¿puede mentirme?» Sí, lo hace… o por lo menos lo intenta, ya otra cosa será que uno esté lo suficientemente alerta o no, para tragarse la mentira –ya que lo más seguro es que el árbol es lo suficientemente inteligente para no tragarse la nuestra (porque naturalmente, al ser nosotros cosas de la realidad no tenemos otro remedio que mentir)… e igual sucede con las mesas, los perros y jamones… todos ellos mienten.

Y a pesar de lo extravagante que pueda parecerles esto, veamos si podemos decirlo de alguna manera que se pueda entender.

Primero hablaremos de los filósofos o los creadores de opinión –que por una extraña razón han quedado fuera durante todo este tiempo, cuando, al ser ellos mismos los grandes soportadores de la Realidad, tendríamos que ya haber disparado algunas que otras ráfagas más claras anteriormente-, y que van por ahí haciendo las descripciones en sus doctos libros de actualidad y de análisis de sociedades de masa y de consumo, retratando tal o cual pulsión social, denunciando aquella operación bursátil irregular, retratando, en fin, al hombre moderno entre sus miserias…

Y, no sé que les ocurra a ustedes, pero lo que es aquí la duda que constantemente me corroe, es que sentía un no sé qué de rechazo contra las cosas que decían. No sabía en principio por qué, por ejemplo, al leer a Foucault, a Baudrillard o a Wittgenstein, a Derrida, a Deluze e incluso a la gran panoplia de escritores hijos del marxismo… no sé… algo me daba mala espina, algo no acababa de cuadrar en lo que decían –a pesar de que sus análisis eran inexcusables, incluso adecuados-,


(aunque eso sí, después de mi casual encuentro con los estudios de los filósofos
griegos –del que, por una cosa u otra, me resisto a salir- he empezado a
despreciar con toda mi alma a toda esta caterva de creadores de opinión que se
ponen a fabricar Realidad para ir agrandando el Poder de la estructura dominante
por medio de la invención –constante y cada vez más estúpida- de conceptos, de
Ideas, de definiciones… cosa por demás, no sólo imbécil e inútil, sino peligrosa
y hasta malévola… disfrazando de contenidos sutilísimos y complejísimos
conceptos (diferancia, epistéme, plano de consistencia, agenciamiento, etc.) de
significado que oscurecido apenas y dice algo y, estoy seguro, labor contraria a
todo uso del razonamiento común y simple que nos dice que es una estupidez
seguir fabricando conceptos e ideítas para las batallitas intelectuales, cuando
los propios conceptos, aparentemente más simples y límpidos –que los griegos nos
presentan- siguen siendo tan oscuros e impenetrables como mentira)

pero que yo no conseguía del todo asimilar y asentir ante él. Y creo haber descubierto la cuestión: Diciendo al Mundo, diciendo lo adecuado a la cosa del mundo, seguían mintiendo…

Y esto que ocurre con los decires sociales, los discursos sobre lo que pasa entre los hombres, es perfectamente trasladable a lo que pasa con los discursos sobre la naturaleza y las ciencias.

Eso me preocupó: eso significaba que el mundo mismo era un mentiroso. Y cada vez que lo pensaba mejor estaba más claro: las cosas mienten. Basta observar una mesa o una pared, o un pescado o un documental de animales, para darse cuenta que las cosas mienten.


(Naturalmente ustedes dirán: ¿Cómo pueden mentir si no tienen lenguaje? Ya que
quizá la característica primera de un lenguaje es que se pueda mentir con él…
Pero la cuestión es que sí tienen lenguaje, los árboles hablan… y hablan porque
son vistos. –Queda pendiente un artefacto que nos ayude a pensar las relaciones
de al visión con el lenguaje y de lo visto con el que ve, para que veamos de qué
manera ver es un acto lingüístico-),

y en fin, que no hay otra manera de entender que las cosas sean las cosas y aún tengan la capacidad de ser ‘verdaderas’ sino como producto de un gran milagro –esto es, una gran mentira.

Que contando lo adecuado al mundo –es decir, lo que pasa- (ya en un documental de pececillos, que los vemos unos grandes comerse a los otros chicos o al mono líder que pega y somete a la mona y al resto de monitos)… encima de ello –aunque no se diga de sopetón, sino que sea otra cosa más sutil la que actúa por debajo- se dice: Esto es la Verdad.

Por ello no pocas veces animales han sido tomados como ejemplo del hombre –debido a que el animal, en su aparente mudez, debía tener algo más de cosa (esto es, de Naturaleza)- que los seres humanos que ya tenían cultura, historia y demás. Y no pocos se quedan tranquilos con argumentos del tipo del darwinismo social –que como el monito le pega a la mona y sodomiza al resto de sus congéneres de la manada, no hay más remedio que seguir la Verdad de la cosa que nos la grita- puesto que lo veían en el espejo sabio de las cosas: y someter a las mujeres y hombres…

En efecto: estos verán en la colonización de la hierba mala, la proliferación de plagas, el constante ir y venir de la historia en sus narraciones, el surgimiento y resurgimiento de poderes y líderes y caudillos y sanguinarios y sociedades de consumo y modas y asesinos la flor de lo Verdadero. Y seguramente no pocos, resumirían su argumento en: «Pero si así son las cosas, amigo mío, ¿cómo rebelarse contra la Realidad?»

Porque, hay que contestarle, las cosas también están mintiendo. Así de simple: lo que dicen no es verdad. ¡No hay verdad en nada de lo que dicen! ¡Porque hablan y mucho! (Lo suficiente como para justificar en ellas las atrocidades del Poder, y eso ya es demasiada mentira, creo yo).

Sí, el mono atiza a la mona, el pez grande se come al chico y los líderes sanguinarios se suceden –y quién sabe si se sucederán- en la Historia constantemente… ¿y acaso ello significa que es Verdad? ¿Qué es lo que nos hace suponer que debajo de la cosa, debajo del mono, debajo del pez, hay una contradicción brutal que parece resolverse, pero que perennemente está siempre en una discordia profunda?

¿No hay una fuerza por debajo de las cosas, no ya que les está dando su ser, sino que las está sometiendo constantemente a través de distintas máquinas (teckné: arte o técnica), para que justamente parezcan ser las que son?

¿Qué poderosa fuerza, qué violencia, qué mentira tan poderosa tiene que estar convocando constantemente esta mesa sobre la que escribo para no deshacerse bajo el peso de mis libros y mis codos?

(Volveremos otra vez sobre este problema a propósito de los fragmentos de
Heráclito –que ya hemos comentado en otra ocasión y sobre todo las reflexiones
del sofista Antifonte sobre el ser de las cosas y las críticas de Aristóteles al
buen sofista)

La cosa no es la cosa y al decirnos lo contrario miente. Porque se presenta como Una cuando es muchas: se nos da como un mono que atiza a la mona y no como un mono que se atiza a sí mismo para atizar a la mona –y quién sabe cuantos monos tenga dentro de sí que atizándose duro estén imponiendo la Mentira como una Verdad.

Por otro lado hay que hablar propiamente del lenguaje de la cosa. ¿Cómo se puede decir algo ‘adecuado’ a la cosa? ¿Cómo podemos decir algo que sea adecuado a una cosa, sino porque la cosa, en sí misma, antes de poder decirla, es ya pura palabra? ¿Cómo una locución –un enunciado- puede adecuarse a una cosa, a algo que supuestamente es mudo? ¿Cómo, en resumidas cuentas, podemos decir al mundo?

Quizá esa es la raíz de que las cosas mientan: mienten en la medida en que quieren pasar por Verdades del mundo. Por ello las ciencias y la Realidad necesita desesperadamente que las cosas estén mudas –repitiendo constantemente la tautología de ser las que son-, ya que si hablaran, necesariamente tendríamos que preguntarnos: ¿Mienten?

Este sinsentido llega a su límite último cuando decimos algo de ellas –creyendo, naturalmente que son ellas las que hablan, nombrándose a sí mismas- y que encontramos su Verdad. La Verdad –ese enunciado que pretende ser uno que el mundo (y por tanto no hablar, sino simplemente ser espejo dél)- quiere llegar a ser la homonimia del mundo. Que cuando se dice la Verdad sólo se está mostrando al mundo con su mudez más profunda.

La peligrosidad que entraña esto está en la aniquilación de cualquier voz de abajo. Esta en la supresión de lo otro que se esconde debajo de la cosa –que no vamos a caer en la tentación de decir que es más verdadera, pero que por lo menos está ahí y lo atestiguamos mudos de asombro-, y en ello van encaminadas todas las fuerzas del Poder.

Tampoco, ni siquiera, hablaremos por eso que bulle debajo nuestro. No es necesario. No estoy seguro que sea lenguaje –por lo menos no es el mismo lenguaje que utiliza la ciencia-, sino que, si habla no miente tanto… sigue hablando (no es mudez callada, ni sortilegio cerrado), sino índice que muestra lo abierto del mundo: Utiliza palabras tan simples y tan plenas como ‘esto’ / ‘ahí’ / ‘eso’ / ‘ello’; palabras que sólo indican: y aunque no posean significado, algo dicen al corazón, algo que no sé que es, ni pretendo someterlo a las explicaciones de la ciencia, está ahí… (por cierto, no tiene nada que ver con Dios, sino muy posiblemente es lo contrario; ya que, como dicen los Teólogos Dios es Palabra –lógos-): entre las flores, entre el correr límpido y claro de los arroyos y no es mentira… ¡No es mentira! (Aunque, evidentemente, tampoco sea Verdad).


jueves, octubre 01, 2009

Entre el cielo y el suelo: Tales de Mileto, movilidad y conocimiento


Bien conocida es la anécdota que nos transmite Platón en el Teeteto (174a) sobre Tales de Mileto -al que se llamó de entre todos, al primero que generalizó la investigación de la naturaleza (phisikoi historías)-:

«Como también se dice que Tales, mientras estudiaba los astros… y miraba hacia
arriba, cayó en un pozo, y que una bonita y graciosa criada tracia se burló de
que quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a
sus pies.» (DK 11 A 9, Los Filósofos presocráticos, Ed. Gredos, fr. 10,
trad. Juliá y Eggers Lan)

Muy a parte de cualquier consideración de si esta anécdota fuese verdad o fuese una mera fabulación a costa de la figura del sabio

(es ya bien conocido que en la época clásica, la figura de Tales –una figura que
entre los atenienses debería tener un cierto exotismo debido a su origen jónico-
era un especie de prototipo de científico –p. e., este fragmento de las Aves de
Aristófanes, en una conversación en que Metón da cuenta de la manera correcta de
medir el aire: «METÓN: Mido por medio de la regla recta, de modo que el círculo
se convierte en cuadrado… / PISTÉTERO: ¡Este hombre es un verdadero Tales!» (
Los
Filósofos presocráticos
, Ed. Gredos, fr. 31, trad. Juliá y Eggers Lan), y aunque
el episodio es claramente burlesco, deja clara constancia de la manera en que
Tales era tratado entre un público medio),

además de que, por lo general, todas estas discusiones de si es verdad o mentira que, efectivamente, en algún punto situable de la historia, el buen milesio anduviera caminando por ahí mirando quién sabe cuál constelación cuando de pronto, ¡zaz! que se cae en un pozo en el momento justo en que una esclava tracia estaría fregando o haciendo labores propias de esclavas y, efectivamente, la muchacha se riera del sabio y que esa risa fuera movida por que « quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a sus pies»; y en fin, que el decir de estas cosas si son ciertas o falsa (pasatiempo favorito de nuestros filólogos y ordenadores de textos y doxografías) distrae tanto y tan estúpidamente que al final uno no acaba haciéndose cargo de lo que está tratando de decirnos la anécdota en sí misma.

Por ello vamos a ir recogiendo testimonios y hasta pseudo-fragmentos de Tales de Mileto, importándonos muy poco la docta opinión de los filólogos de si esta palabrita que se usa aquí es demasiado moderna para haberla podido usar un jonio del s. VI a. C., o si la supuesta Astronomía náutica que se le atribuye en Diógenes Laercio (I, 23) era más probablemente de Foco de Samos y que es prácticamente seguro que el primero de los investigadores de la naturaleza –siempre utilizando la terminología peripatética- nunca haya dejado nada escrito y únicamente podamos estar seguros de que dijo algo sobre el agua y realizó varios experimentos de geometría… es decir, que no nos vamos a ocupar históricamente de la figura de Tales

(ya que eso, ¿quién lo duda?, sería generar más y más Realidad –aunque hacia
atrás, tal y como lo hacen nuestros arqueólogos y prehistoriadotes que al
encontrar un huesito o un triangulito fragmentado de una vasija en la Anatolia,
ya nos ofrecen imágenes prístinas de civilizaciones e Historias-)

sino que más bien vamos a ‘hablar con Tales’ o por lo menos a hablar con los testimonios que nos han llegado de él y ver qué podemos sacar de las cosas que nos dicen que decía –sin importarnos si las dijo o no- y de qué manera podemos servirnos de ellas para atacar la Realidad.


Mantengamos pues esta anécdota en la mente: Tales cayéndose a un pozo y la esclava burlándose de él.

No es poco significativa la anécdota en sí misma… no sólo por lo pedagógico del cuento, sino por sus elementos: Tales de Mileto y el cielo / la esclava y aquello que tenía junto a sus pies.

(Sin pararnos demasiado en hacer análisis psicoanalíticos, que ciertamente por
lo general conllevan un cierto grado de ‘Realidad’ que la verdad me desagrada
mucho, podemos incluso ver de qué manera el Cielo es siempre el Poder del
Hombre, esto es, el Poder de la recreación de la Realidad y el Suelo, la Tierra,
es siempre mujer –y mujer dominada, esto es, esclava- y aún así se ríe)…

Pero esta anécdota cobra mucho más sentido si leemos unas supuestas palabras que el buen Laercio nos deja constancia en el pasaje en el que se ocupa sobre las posibles obras escritas de Tales:

«Según otros sólo escribió dos obras: Sobre el solsticio y Sobre el equinoccio, por qué estimó que lo demás es incomprensible (sigo la trad. Ed. Alianza, de García Gual, aunque con ciertos arreglos… lo llamativo es que el traductor en la versión entrecomilla lo que aquí subrayamos, cosa que le da un carácter de fragmento, aunque para lo que nos ocupa innecesario)


Cuando juntas un testimonio y otro, la risa de la esclava se tiende a contagiarse.

Más allá de las concepciones griegas del Universo y el cielo (que culminan y terminan con Aristóteles –ya que, creo yo, que el sistema ptolemáico ya forma parte de otra cosa, de otra inquietud que no tiene nada que ver con la teoría, sino con el arte de la predicción astronómica para la utilidad en la navegación-) que siempre tratan de reflejar al cielo con la uniformidad y claridad del kósmos –esto es, del orden-; lo que está diciendo es que sólo lo divino, lo ordenado, lo de arriba –lo que raya en lo ideal- es únicamente lo cognoscible, lo que se puede conocer. Mientras que lo de abajo, lo que está pululando junto a los pies, lo que está sumido en un movimiento sin fin –aunque entendamos movimiento como mera indeterminación y no movimiento como lo entendería Aristóteles-, los esclavos, las mujeres, lo ilimitado del mundo encerrado en el misterio, está libre del sometimiento a la delimitación que requiere el saber.

Naturalmente estas son sólo metáforas más o menos válidas, pero no son del todo inadecuadas para guiarnos la manera en que debamos atacar la Realidad: por un lado tenemos al cielo / Dios / orden / filósofo / señor / amo / conocimiento / arriba / yo / conciencia / voluntad / Idea / la seriedad / muerte / individuo, etc. y del otro tenemos al suelo / lo pagano / lo sucesivo / ¿el poeta? / la mujer / la esclava / el misterio / abajo / ello / subconsciente / ¿deseo? / razonamiento / la risa-alegría / vida / pueblo, etc.; y aunque hay ciertas cosas que podrían discutirse largamente y pueda que no sean del todo adecuadas, nos sirve bien como mapa de lo que decía.

(Quizá lo que sí hay que decir es que este mapa no quiere constituir ninguna
dicotomía o dialéctica simple; esto es, no quiere decir que lo que se opone al
Señor sea la Mujer en tanto que Mujer tiene que imponerse sobre el Señor y la
lucha es de igual a igual Hombre v.s. Mujer y Mujer v.s. Hombre, como Machismo
v.s. Feminismo –y así en todos los pares-. Sino que mujer no puede ser algo
positivo que oponer al Hombre. Simple y sencillamente podríamos decir: mujer es
lo que no es Hombre, y nada más; esto es, que no hay un ‘ser’ de la Mujer que
pueda suplantar al ‘ser’ del Hombre, ya que, como se ve, eso sería reemplazar la
Realidad (el Poder) del Señor por la Realidad (el Poder) de la Mujer y
convertirla en Señora. Esto sería, claro está, dejar indemne a nuestro verdadero
enemigo –que no son hombres ni mujeres- sino la Realidad. Por tanto el suelo y
todos los pares que le van a la zaga son únicamente la negación pura y dura de
lo que se nos está imponiendo desde arriba, esto es ser Hombres, Individuos,
Amos, Señores, dueños de nuestra Voluntad y Mortales ya muertos)


Por ello no tiene que resultar ni extravagante ni una conclusión esotérica –sino puro sentido común- que cualquier investigación epistemológica sea un acontecimiento político –mil veces más político que la hueca asistencia a las urnas o esos fúnebres debates de los administradores de muerte-, y así cuando se nombra una cosa y se le quiere delimitar y definir, lo que se le intenta es someter a los regímenes del cielo. Cuando se toma a la mujer o a la vida o a la alegría y se le intenta hacer formar parte de esa constelación del cielo –eso que Platón llamó el topós hiper uranus- lo único que se hace es someter a los límites a la cosa y matarla –tan muerta como los amores de nuestro Amado.

Naturalmente ello ya nos indica el camino… ¡Negarse a entrar a esas mentiras! Negarse a morir entre los límites del conocimiento, ya que todo lo vivo, necesariamente, tiene que fluir y moverse, tiene que resistirse –como se pueda- ante el sangriento mandato de la Muerte.

(¿Se va viendo que esta guerra contra la Realidad pasa, fundamentalmente, por la
necesidad de negarla y que ya con el simple hecho de negarla algo de vivo, sin
saber de dónde ni cuando parece brotar de los corazones?)

Aunque quede como apunte para otros ulteriores desarrollos y ataques –aunque ya lo empezamos más o menos por acá- el saber que necesariamente tiene que haber un intermedio entre el cielo y el suelo; tiene que haber un espacio en el que la Realidad se fundamente –ya que no puede fundamentarse en el misterio de las cosas-, tiene que encontrar algo que esté otorgando calidad de Verdad a esas cosas que relucen en lo alto… y esto no es otra cosa que lo que, mal que bien, subsiste de alguna extraña manera entre la vida y la muerte; entre el misterio y la tautología: la técnica.

Ya dijimos cuando hablamos contra la máquinas, el hecho de que es justamente la Máquina la que viene a sostener la Ley de la Física (o cualquier otra forma de conocimiento) –y no al revés, como se pretende hacernos creer-: la máquina al subsistir pretende estar estableciendo un contacto entre las cosas y los éteres de la Realidad: la técnica y su funcionamiento es lo que permite enlazarlo todo… la utilidad es la que otorga Verdad a las luminarias inalcanzables del cielo. La geometría de Tales de Mileto no sería la que es si no hubiese servido para enriquecerse con las aceitunas o para atravesar el río con el ejército que comandaba (Cfr. DK 11 A 6).

Por ello son las propias máquinas las únicas que pueden servirnos para destruirlas… para demostrar lo falso del cielo. Según como lo decía Heráclito en el DK 22 B 56, con ese acertijo engañabobos que, según algunas tradiciones, acabó matando al poeta, siempre según la traducción de don García Calvo:

«Engañados están los hombres tocante al conocimiento de las cosas aparentes y reales por manera muy semejante a la de Homero, el que vino a ser más sabio que los helenos todos: pues también a él unos niños que andaban matando piojos le engañaron al decirle “Todos los que vimos y cogimos, ésos los vamos dejando, y todos los que no vimos ni cogimos, esos los traemos.”»