martes, octubre 13, 2009

El canto de las cabras

William Holman Hunt - The Scapegoat (1854)


Culpa es causa y cosa. Cosa es culpa y causa. Causa es culpa y cosa.

Son las cosas constitutivas de la Realidad. Realidad es sólo un vocablo culto que nació para nombrar la suma de las cosas. No hay Realidad sin cosas y eso es lo importante. Negar la cosa no será negar que haya cosas, ni, mucho menos, odiar con moralismos a las mesas o a los perros simplemente porque están ahí. Sino negar que las cosas son ellas mismas del todo y siempre hasta su límite.

Esto es, negar que las cosas son las que son. Negar que un perro es un perro y que la mesa es una mesa. Si se comprende esa negación -y la libertad que de pronto sienten las mesas y los perros al dejar de ser ellos mismos-, se comprenderá de súbito y sin mayor esfuerzo esta rebelión que nos traiemos ancá con la Realidad.

Digámoslo claro a riesgo de perdernos en lo difuso y confuso de las opiniones: lo que viene a quitar esta guerra es la culpa. Es descubrir como al causa y la culpa son lo mismo...

Algunos antropólogos se quedan en la mera sopresa de darse cuenta de cómo todos los pueblos agencian la culpa de las cosas en diferentes supersticiones. Los corderos han tenido mala suerte en este respecto. Pero obvian la parte más importante: que el hecho de que se culpe a los chivos es lo de menos... lo más importante es que la culpa y la ejecución del castigo no es sino el fruto de la causa. Que lo mismo en las superticiones que en la física mecánica lo que hace es dar a la cosa su por qué, y dándolo se pretende entregar a la cosa a su ser más íntimo: a su Verdad.

¿No estaba Edipo y Ayante (y de otra manera Clitenmestra y Creonte) presos de una fiera ceguera que iba cociendo espaldas a sus ojos, la Verdad de su final? Y en el momento en que descorre el velo para mostrar las causas, para exponer ante el teatro el secreto: el héroe queda desnudo ante el público... como si durante un momento, suspendido en la trama la Verdad de una cosa se nos revelara justo antes de que los hados y parcas lo hagan pedazos.

Pero es mentira... no hay cosa que se revele en ningún teatro ni en ninguna tragedia. Su aniquilación es la prueba misma de que cuando una cosa se hace cosa verdadera, lo único que le puede pasar es morir. Nada se revela... las cosas -con sus culpas y sus causas- se elevan al cielo silencioso en su trance y nunca más se vuelve a saber de ellas sino por el recuerdo y la veneración.

Las cosas nunca las tocamos verdaderamente. No las podemos saber. Pero, contrario a toda esta noción estúpida de que el conocer a la cosa es toda la esperanza de gozarla, ello no entraña ninguna tragedia, sino al contrario... al contrario...


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