lunes, diciembre 12, 2011

Contra la democracia

Quieren que nos contemos. Quieren timarnos una vez más. Quieren que nos miremos a la cara y lancemos una moneda al aire, y lo peor: quieren que creamos que es nuestra decisión.

Decida usted: Vote.

¿Y qué podemos hacer? Decir aquél refrán viejo español de «A falta de hombres buenos, hicieron á mi padre Alcalde».

Y aunque aquí no encontrarán adhesiones ni partidistas ni de candidato ninguno, lo cierto es que no podemos dejar que gane la tele. Así sin más. No puede ganar la tele. Es imperativo que, cueste lo que cueste, no gane la tele. Porque entonces sí, ya valió madre, lo que costaría meterle del diente a pareja tan perfecta hecha a base de Estado-Capital-Tele, todo mezclado y sin diferencias para crear una especie de organismo totalitario que en triada nos meta sus discursos sin doblez ni reparo ninguno.

¿Usted se deja contar, pregunto yo? ¿Seremos tan imbéciles como para dejar que nos conviertan en un numerito y nos hagan decidir? ¡Escoge tu yugo! ¡Escoge tu yogur!

Porque parece que ya entendieron los de arriba que en la democracia, la política y los políticos son lo mismo que cualquier producto barato del capital. Que da exactamente lo mismo que tan bueno o que tan malo sea, sino que lo que importa, es que lo aparente. ¡Nunca el maquiavelismo había sido tan poco maquiavélico! O lo que es lo mismo, nunca lo vacío del príncipe había estado tan expuesto, tan expuesto que no hay absolutamente nada detrás de los políticos sino el discruso constante de los medios de formación de masas!

Dicen que no hay esperanza. Que los dados ya están lanzados y no podemos más que asistir a la realización de lo que pactan las encuestas pagadas de la tele.

¡Y sin embargo la solución estan seniclla! ¡Y está tan al alcance de la mano! Tan al alcance de nuestro control remoto!

Supongo que recuerdan aquel cuento en que un Rey de oriente quería lucir, en un desfile, el mejor traje que jamás pudieron haber confeccionado. Y ningun hilo ni seda le acababan de gustar. Hasta que un astuto comerciante le aseguró que el tenía la tela más bella de todas... Una tela invisible que, sin embargo, supo vender tan bien con tantos halagos y bellas palabras, que no pudo menos que encantar al Rey y a la corte entera. Y ahí tenemos al Rey encuerado, caminando al frente del desfile, mientras toda su corte y plebe aplaudian tan bello traje.

Y no podía ser mas que un niño el que descubirera lo que ya todo el mundo sabía: Y es que el Rey está desnudo, mucho copete, pero completamente desnudo. Eso ya todos lo saben: y hasta de exponen en revistuchas de intelectualoides mercenarios para ver de qué manera se puede disimular esa desnudez del candidato. ¿Cómo disimular mejor? ¿Cómo mentir mejor? Esa es la cuestión a debatir en el régimen partidisto-democrática que padecemos.

¿Qué hacer contra este régimen democrático tan poderoso y a la vez tan endeble e inmaterial como un espectro de banda televisiva? ¡Es tan sencillo! Apague la tele. Dejemos de ver al Rey desnudo. Si el momento llega de votar contra la tele, se hace sin mayor espaviento. Pero eso que se presenta tan brutal en forma de encuestas pagadas, lo único que necesita es que se les ignore. Que se diga: "El precandidato está desnudo". Y se apague la tele, se cierre el periódico, se quite de en medio a tanta corte pagada y a dedicarse a otras cosas que hacen menos daño y sin duda son mas importantes que recordar lo obvio.

A la otra nos ocupamos de cuestiones más metafísicas, que no dejan de ser importantes, de cómo no se pueden contar a la gente, ni al pueblo y que todo régimen democrático se asienta sobre bases aritméticas equivocadas. Por ahora es suficiente.

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