sábado, julio 02, 2011

Ecologías


Hemos dicho y repetimos que eso de fijarnos en cosas particulares muchas veces nos hace perder la noción y el norte de esta guerra. Por eso, aunque el día a día no inunda de nombres, situaciones que más o menos nos incitan al comentario, aún así procuro no soltar demasiado la rienda y acercarnos a la particularidad.

La razón es muy simple. Las particularidades más atroces siempre son descendientes directas de la fe más ramplona y absurda. Luchar contra la particularidad se vuelve farragoso y se presta a vericuetos sin final. La guerra no se libra ahí –aunque alguna que otra escaramuza sea necesaria. Sino que lo que verdaderamente hay que atacar –y la palabra aquí siempre es la mejor arma- es la fe de las personas. La fe en los ideales.

Bueno y con ello quería presentarles el caso ya tan traído y tan manoseado de ese estadiuco barato que se quieren fabricar en uno de los últimos reductos de verde que a duras penas se ha mantenido en las riberas del río La Silla. Las notas de prensa local pueden ponerlos un poco al tanto de las empresas en litigio, de las chupatintas alcahuetas y las burocracias religiosas que solamente están haciéndola de emoción de algo que sabemos que se hará.

Más allá de que el destino de esa tierra viva, sombreada, verde y nutritiva esté tan echado y condenado como están las vidas pensionadas de todos los directivos de la empresucha de malos alcoholes que promueve la edificación, me gustaría hablar de lo que está empapando todos los cruces de argumentos de a favor y en contra.

Y es que la tan traída y llevada ecología que está en boca de todos no deja de andar haciéndome ruido y molestarme. Porque me pregunto cómo es que uno y otro organismo, los que quieren la Gran Cantina para seguir adorando a ese montón de estrellitas paliduchas o las que pretenden hacer la Conservación de los arbolitos como Bienes Públicos –el nombre simplemente me aterroriza-, utilizan los mismos argumentos. Salpicados de algún que otro matiz, pero siempre se utiliza todo para lo mismo.

Porque eso de llamar ‘bien público’ a los arbolitos o pajarillos me suena tan a muerte. Lo mismo que llamarlo pulmón vital o último rincón para que lo animalillos se replieguen. Lo mismo que llamarlos recursos naturales, paisajes bonitos o incluso naturaleza en el sentido científico. Todo ello me da la misma peste que los del otro lado que llegan con sus topógrafos a medir los cerros, riberas y árboles, partiendo, con escuadra en mano los ríos, laderas y calveros, con la excusa de dineros y dineros.

¿No es exactamente lo mismo? Si ya esta infame empresa de Meados Embotellados –porque si por lo menos hicieran buena cerveza-, ha prometido destinar decenas de millones de pesos para replantación de árboles en quién sabe dónde. Y será justamente un organismo ecologico el que acabe firmando la sentencia de muerte de esos árboles. ¿No le parece a usted que hablar de conservación es hacer exactamente lo mismo que meter retroexcavadoras y construir Santos Templos del Mear o Santuarios de Abominable Compra? ¿No le parece usted que suponer que las especies de animalillos y arbolillos que están, por obra y gracia de los hados, encerrados en esa cuadrícula amurallada para que los conservemos y los salvemos, un acto de la más vil y ruin de las presunciones?

Es decir, que los árboles son cosas útiles a la Realidad. Que La Pastora es un pulmón que justamente sostiene el revés de hormigón y humo industrial que es el resto de la ciudad. Terror me da pensar eso. Que lo bueno que tienen los árboles es que se asemejan a los estadios en utilidad y progreso, en beneficio monetario a largo plazo, etc.

Las protestas de nuestros amigos, con las que necesariamente tenemos que simpatizar, aunque no estemos de acuerdo, porque es necesario, sea como sea, decir que NO a ese repugnante monstruo –otro repugnante monstruo, como si no fuera suficiente la Torre aquella que tantos periodicazos produce, o la basura de edificios que llena todo el centro de la ciudad, las moles olvidadas del estadio de béisbol o las plazas de toros que se caen a pedazos-, sea donde sea que lo quieran poner; y sin embargo, sus protestas son tan quedas, tan condescendientes con la basura que por todos lados nos quieren vender.

No sé si lo sienten ustedes, tanto los que viven en esta ciudad particular, como los que viven en cualquier otra (ya que todos siempre son espejos de otra Gran Ciudad). Que hay una especie de mandato de destruirlo todo. Y lo que me preocupa de estas protestas es que sean tan dóciles a lo que se les ofrece. «Sí al Estadio, pero en otro lado.» Dicen.

Y bueno, ¿qué le queda a uno? Son esos movimientos que están tan condescendientes al poder, como una esposa malquerida que haciéndose del rogar y con reproches más o menos condescendientes, le v pidiendo a su Señor que deje de hacer tanto el idiota y que…

Bueno, ¿qué se le va a hacer? Apoyo. Apoyemos al NO al Estadio. Siempre y cuando recordemos con claridad que 1) La Pastora, ni árbol ninguno está ahí para ser pulmón de usted, de mí y mucho menos de esta Gomorra Industrial de sol, cerveza y fútbol, 2) la ecología y todas sus formas son más bien chivos expiatorios para seguir haciendo la misma mierda una y otra vez, de ordenar la explotación.

No al estadio. Ni ahí, ni en ningún otro lado. Y de hecho, también deberían demoler los que ya están. Y la torre aquella también. Y ya que estamos, ¿nunca se les había ocurrido a ustedes tirar uno a uno esos anuncios de publicidad de chorrocientos metros? ¿Y carros? ¿Y banquetas? ¿Y no se les hace agua la boca de imaginar que de pronto la Pastora se desborde? No que la conservemos… sino que los árboles de puro crecer se vayan llevando este oasis de concreto y cristal y lo vayan empujando poquito a poco al olvido y así esta ciudad de Monterrey, Guadalupe, San Pedro, todo se vaya cayendo al olvido y de esta manera no necesitemos estadios de fútbol para matar el aburrimiento y defender colores de algo que no hay y quién sabe… por lo menos no tengamos tanto calor este verano que falta y a la sombra de algún sauce olvidemos por fin esa fe estúpida de que el Hombre tiene ese deber patriótico de someter a la naturaleza –convirtiéndola en Estadios de Fútbol para un equipillo de quinta o para conservarla y clasificarla-.

Una cosa no va sin la otra. Así que, adiós ecologías, adiós estadios.


1 comentario:

awacat.es dijo...

¿De vuelta a la vida contemplativa? Usté me deja loca siempre de asombro, no se vaya a imaginar otra cosa :-).

Me alegro. Bienvenido!

Ya sabes que, además, has ido a poner la música que más me gusta.

Un beso!