jueves, septiembre 16, 2010

La paz


Ay, que este terruño, tan particular y tan espejo del resto. Y es que uno que vuelve, que ha estado perdido dando tumbos por las ruinas del primer mundo –destino de todos estos paisillos de poca monta, mal montados y mal instalados-, y le vienen con tanto histerismo de contarme que a qué volví que aquí mira, como la canción aquella de …”por los pueblitos del norte, siempre ha corrido la sangre”.

Claro, reconozco que en cosa de tres y cuatro años la cosa sí que ha cambiado bastante. Y ahora, Monterrey, una ciudad horripilante que contaba con el dudoso beneficio de ser segura, ahora también asaltan, matan y roban cochecitos. Y claro: ahí tenemos a un montón de mexicanos bienpensantes y bientrabajantes que reniegan de esta situación, que cómo puede ser, que qué vergüenza, que qué burla al Estado de Derecho y nuestras instituciones de impartición de justicia. Y algunos, acaso sin saber que están pidiendo, piden más policía, más poder para el gobierno, más de esto, más de aquello, con tal de ver cómo se combate a los malitos.

Y, bueno, uno que se ha dedicado a estar fuera y de pronto entra en la gresca, casi como salió: por puro error… se queda preguntando a santo de qué vamos a pedir más ejército, mejores instituciones, más policía. Si es que todos son lo mismo y lo que se está buscando no se consigue con nada de eso.

Uno así de inocentón y con las preguntas importantes que son las que podría formular un niño: me pregunto, ¿y dónde estaban estos malitos hace tres o cuatro años? Allá, cuando supuestamente había PAZ, cuando no había asaltos. La guerra siempre ha estado ahí, queridiños. La separación, más o menos forzada, siempre ha estado aquí, con sus super-barrios con policía escopetado a la entrada, con la división radical entre clases, con el constante ejercicio de ignorancia por parte de la mayoría a todo lo que le rodea. La violencia siempre estuvo ahí: la propia constitución del trabajo, del Estado, de la Paz, sólo se puede lograr a partir de una violencia.

Claro, claro… esa PAZ –supuesta- siempre está necesitando de sus guerritas de las márgenes, como ahora nos toca a nosotros sufrir la nuestra en medio de pacas de cocaína y camionetas de lujo. Pero, antes estaba la de Afganaistán, Irak, Palestina… esas guerras que sólo están ahí para el trampantojo vulgar y simple de recordar a los negritos de Nueva Orleans, a los gitanos expulsados de Francia, o a los campesinos de Atenco, que lo que había en su país, pese a que lo duden, era Paz.

No, caballeros. En un Estado no hay Paz. Como mucho hay una administración de la violencia, pero nunca paz. Por otro lado, no sé a cuento de qué piden unos y otros, el fortalecimiento del Estado para combatir el narco tráfico, si bien se sabe que unos y otros se distinguen apenas en cuestiones puramente accidentales.

Y no me refiero al comprobado hecho de que municipales, federales y ejército tengan nexos con el narcotráfico. Eso es lo de menos. Sino en el hecho de que el Gobierno y el Narco se necesitan desesperadamente el uno al otro como en un matrimonio demencial.

¿O qué? ¿Tendría sentido el valor de cambio que se le da al negocio de las drogas si no tuviera como signo y valor añadido el hecho de que es un negocio por debajo del agua? ¿Y acaso el gobierno tendría excusa alguna para tener su ejército, aceitarlo, empolvarlo y sacarlo a pasear a las calles –donde puedan balear dos o tres coches familiares más-, si no estuviera justificado por la violencia que generan sus peores enemigos?

Cualquier organización de esta calaña lo único que hace es fundar un Estado, un gobierno, por debajo del gobierno: únicamente hace falta ver cómo distribuyen las tareas nuestros emprendedores narcotraficantes y verán que en poco se diferencian de las jerarquías ya de los negocios legales, ya de los mandamases de los gobiernos. Con sus achichincles, con sus jerarquías, sus tareas distribuidas, sus brazos ejecutores y hasta sus paupérrimos órganos de justicia. Los unos son una caricatura de los otros.

Así que… ¿cuál paz? ¿Dónde está esa paz que buscan? ¿Qué es esa Paz que anhelan y contra quién se está levantando esa Paz? Al separar la institución que le toque separar, ¿qué violencia, tan sútil, tan diáfana y cristalina estará ejerciendo?

No hay paz bajo un Estado. Eso hay que tenerlo bien claro: y el primero que ejerce la violencia es el propio Gobierno que, como un pastor chicoteando a sus borregos, se encarga de que ninguno se salga del redil. Que todos tengan su nombre, que todos tengan su identificación, su pasaporte, su servicio militar. Que todo el mundo tenga una manera de ser controlado, identificado… claro, siempre en miras de esa Paz anhelada.


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