Aclaremos, porque releyendo y repensando muchas de los artefactos que, en teoría, deberían ayudar a deshacer la Realidad, la vida y la muerte, ciertamente tienden a convertirse en algo que no son y siempre me queda la duda que intentando desbancar a la Realidad acabe subiendo al podio del éxito otra cosa que no... que no es.
Es siempre mi culpa, naturalmente. Parte de ello lo es, además de que estos discursos escritos sólo sirven para que la Realidad se los vaya a apropiando en la medida en que se fosilizan en lo hueco y lo falso, entre la negra tipografía que fija para siempre los errores de apreciación que en una oración escrita resultan tan poco útiles.
Hay que expresarse correctamente, y en ello no siempre se consigue decir lo que se quiere.
La vida y la muerte están ahí apareciendo muchas veces… y sin embargo no sé hasta que punto queda claro lo que son (o puedan ser para la Realidad y para lo que está fuera de ella) respectivamente.
Además de que, por otro lado, el hecho de decirlo –y en decirlo ya estamos obligados a redondear sus significados, cuando en realidad lo propio de cada uno de estas cosas es que esté abierta para que el viento de las bocas y la salvia de las lenguas los use a su antojo y acierte a deshacerla cuando quiera-, ya lo esté falseando de sí, ya está errando porque la referencia nunca está del todo clara.
Digamos que la primera regla metodológica en esto de ir contra la Realidad es decir que toda palabra es provisoria, que toda máquina es poco más que una herramienta que se usa en el momento pero que está a la espera de que, con más o menos ayuda de los que por aquí pasen, se mejorará y se pulirá hasta dar con algo más cercano a lo que necesitamos para seguir con esta guerra, más o menos alegremente.
VIDA FUERA DE LA REALIDAD (que dentro de ella, muchas veces, la llaman muerte)
Vida no es una meta. No es un estado, no es un lugar, no es un objetivo de la guerra. Esta guerra carece de objetivos. La guerra esta no es para ninguna paz futura ni para ninguna promesa que al final del esfuerzo se vea recompensada por alguna flor inesperada de alegría. Así no funciona esta guerra. Si fuera así, no se diferenciaría en nada de las otras paces y Realidad que nos rodea: como si la vida siempre fuera un lugar al que llegar, en el permanente anhelo futuro de la paz y la felicidad.
No. Vida será otra cosa. No sé bien qué es. Pero está ahí y eso nadie, que acuda con sentido común a las cosas, lo puede negar. Vida será lo que de pronto se abre, indeterminado e indeterminable, y se conecta –sin saber ni como ni por qué- con una herida profunda, fraguada acaso con el nacimiento de la propia persona. Vida será la repentina e inesperada sanación de esa herida por el extraño contacto con otra (otra herida) de cualquier cosa. Cualquier cosa, una canción, un amor, una flor, una poesía, una nube, ¡qué se yo! vida, por supuesto, no es una propiedad de lo que los biologos se empeñan en separar en ‘seres vivientes’ y no vivientes. Vida es otra cosa.
VIDA DENTRO DE LA REALIDAD (que fuera de ella, es la Muerte misma)
Naturalmente, dentro de la Realidad, Vida tiene otro significado. Vida se usa como sinónimo de dinero, de éxito, del cumplimento de ideal. Y así se dice: «Qué buena vida se tiran los ricos», o «en este pueblo miserable no hay vida», ya en sus connotaciones más ridículas: «Vive la vida loca» como sinónimo de fiesta, pachanga y sarao.
Vida entonces sí se sabe qué es: es lo que se vende desde arriba, lo que existe como el ideal perpetúo y que nosotros, mortales, apenas nacemos para alcanzarla. En ese sentido, como se puede ver, quien no conozca estos ideales, quien no esté rellenando con cada uno de los actos de su tiempo mortal esos ideales, ya compras de los mercados, ya concepciones de belleza y juventud, ya matrimonio y engendramiento de familia, ya sexo pleno y satisfactorio, etc. simple y sencillamente está muerto.
Es la persecución de esta Vida la que mantiene sometidos a ese ideal de futuro, e impone su ley de miedo y sometimiento, de compra-venta de tiempo y de prebendas, de seguridades y domas. Llamar a eso que no está aquí, que no se puede alcanzar –porque, digámoslo claro, el fundamento mismo de los Ideales es que no se alcancen, porque si cualquiera los pudiera lograr, entonces no tendrían el menor sentido ni podrían llamarse Ideales- Vida es la mejor forma de nunca conseguirla, de mantener a todos sobreviviendo en ese especie de limbo neoplatónico que se aleja de Dios y nos mantiene en el permanente anhelo de Él mismo.
MUERTE FUERA DE LA REALIDAD
La muerte, cuando está fuera de los conteos de vidas y tiempos, no puede significar nada. No está ahí. No es algo que se de en el tiempo. Sino acaso es el final –si se quiere ver así, pero aún esa conciencia de final, necesita la perspectiva del que vive, cosa que no se da, naturalmente, cuando uno es el muere.
La muerte fuera de la realidad no significa absolutamente nada, porque no es nada, ni merece ningún temor ni ninguna planificación ni ninguna angustia. No se sabe qué es, ese desconocimiento, pura duda, pura sombra, no tiene porque significar nada en el mundo sin que venga a hacerse UNA en el tiempo y la Realidad. Pero eso ya sería meterla en el tiempo, ya sería contarla desde la Realidad.
MUERTE DENTRO DE LA REALIDAD
Muerte dentro de la Realidad es una cosa en el tiempo, es el futuro. Es el destino al que se nace y del que todos intentamos huir corriendo directamente hacia él –justo como aquel romance del enamorado y la muerte, que ya en su tiempo comentamos o como Edipo-.
La Muerte dentro de la Realidad es, pese a los disimulos muy disimulados, la máxima realización de la Vida –dentro de la Realidad, claro está-. Es lo que los filosofantes desde los estoicos hasta los existencialistas –y más acá (Derrida, p. e.)- han estado llamando esperarse a sí mismo en los límites de la Muerte. Es en la Muerte en donde el ‘ser’ de cada uno llega a su máximo esplendor: es la entrada al Paraíso de las cosas terrenales.
La memoria, el nombre en la lápida, el epígrafe, la firma sobre el mármol –cuando no el mausoleo y el monumento- que certifique para siempre la entidad absoluta, redonda y bien establecida del muerto. Que diga: «Este cuerpo fue Sutanito Perengano, hijo de Su Mentada Madre y el Padre Altísimo. Sus familiares le lloran en el recuerdo y su memoria inmortal vivirá por siempre».
Esa Muerte es la misma aquella por la que Aquiles se deja los huesitos en el sitio troyano, esa Muerte que se da un cambiazo –por medio de un trampantojo bastante burdo y que se cae a las primeras- tan sabido de la Vida en la Inmortalidad –como si pudiera haber Vida en un lugar sin tiempo, en un paraíso que quiere semejarse a estar fuera de la Realidad –pero en la Muerte.
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Nada de esto es así. La vida –fuera de la Realidad- que no se sabe qué es ni como llega, ni cuando ni por qué –y como tal se va-, va y viene, viene y va como cotorra entre los abedules de un instituto que yo me sé. ¡Va y viene! Ni está ni deja de estar. No es ningún fin, ni ningún ideal, ninguna meta.
Obviamente si tenemos esta guerra contra la Realidad –que se compone principalmente de guerra contra los Ideales- es para intentar ver de que manera podemos conjurar a la Muerte: a esa Muerte y esa Vida dentro de la Realidad que son una y la misma, compuestas de contrarios para hacerse una con la otra, redonda idea. La guerra es contra esa Vida y también contra esa Muerte.
¡Quien sabe! ¡Algo vivo pueda yo tocarme desde acá! ¡Alguna herida que hurguemos juntos todos y que brote el clavel caliente del amor y de la vida, mezclándose todo sin término, límite y fin! Aunque sea un poco… un poquito, una endeble amenaza de rotura de la Realidad.
1 comentario:
Uf, todo tan medidito, todo tan cuidado en su expresión. ¿No le da la sensación a nadie de qué el que firma estos textos, sólo escribe para engañarse a sí mismo? ¿A ver? ¿Quién dice 'yo'?
Muerto eres tú, queridiño. A ver si te enteras y le das un poco de vidilla a estas letras... que por muy inteligentes que parezcan les falta corazón.
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