No es coincidencia que aquí me resista con fiereza a hablar de la vida privada esta que me toca. No es coincidencia pero tampoco es honesto del todo. Por lo menos no queda más remedio en hablar sobre el silencio de mi vida privada y del por qué tampoco eso sirve para nada.
La vida privada de uno no es más que el residuo más pequeño de la Realidad. Realidad es el nombre equívoco y a veces odioso de una serie de ideales ya preestablecidos a los que uno despierta un buen día, sin saber muy bien ni cómo ni cuando. No es del todo honesto simplemente apartar la vida privada, porque, naturalmente, esa vida (que a ver quien me dice cómo puede ser vida y a la vez ser privada, que es lo mismo que decir que es la vida de uno, la vida que es propiedad de uno, la vida que controla uno, y cómo en algo que está controlado –aunque sea uno mismo el que lo lleve- puede haber algo de vida que de verás sea vida). Algunos se llevan bien con esa guerra que les propone día con día, otros despertamos un poco asqueados cada mañana para mirar por la ventana y ver cómo la Realidad se extiende ante nosotros en forma de grandes edificios.
Vida privada. Privado. Es acaso en ese diminuto reino de la alcoba en donde se atrincheran a placer los ideales más molestos, los más redondos, los más aceptados.
A nadie, creo yo, ojeando las palabras que dejo en este maldito blog (grandilocuente y pretencioso donde los haya), con un mínimo de atención, se le escapa de que hay ciertos temas que me dan más que pensar que otros. El amor, la muerte y yo mismo. Si acaso me dan guerra estos temas, no es porque yo la esté buscando… no me tengo por pendenciero. Es simplemente que me los encontré, ni se muy bien el cómo y el por qué, se han levantado ellos contra la poca alegría que invade a veces mis días. Se levantaron ellos, se han levantado siempre una y otra vez, Amor, Muerte y Yo (La santísima trinidad de la Realidad), a mi no me queda mas que entrarle al quite, inventarme una estrategia sobre la marcha e intentar que haya las menos bajas posibles.
La Realidad no es mala. Simplemente triste. Lo que le pasa a la Realidad para que sea triste es que es la que es. Es lo que le pasa a mis amores, lo que le pasa a mi muerte futura –y a la vida privada a la que tengo que sobrevivir que es simplemente su revés- y por supuesto a mi mismo es que todos ellos, a veces, cuando no tengo más remedio, son los que son. Y cuando las cosas son las que son… son tristes. Tristes y solitarias: privadas.
Claro que hay gente que se lleva bien con la Realidad, que se lleva bien con la guerra declarada del mundo y hace suyo el mandato de resonancia militar que vomitan a cada paso los televisores y las publicidades de la Realidad: ¡sé tú mismo! Invitación, amenaza y salvación para algunos… todo al mismo tiempo.
Yo también escucho eso… lo escucho constantemente y a veces la confundiré hasta con mi propia voz –como si la voz pudiera pertenecer a alguien-, y es que hay momentos, momentos en donde no puedo más. Simplemente eso… no puedo más con esta guerra y a veces quiero, sí, quiero que venga la Realidad y me lleve así entre su corriente de cosas que van cayendo: a veces al suicidio, a veces al triunfo y al éxito, al esplendor de los Ideales. ¿Habrá acaso alguna gran diferencia entre ellos?
Tampoco me gusta mucho este símil de la guerra, porque es equívoco. Pero el desgarro es básicamente el de una guerra… la tristeza es la de una guerra, el sentimiento es el de una guerra y a veces la única manera de no dejarte caer en ese cause de la Realidad es pensar que hay un enemigo… que verdaderamente hay algo contra qué luchar. Sin embargo siempre estoy hablando de mí… es contra mí contra el primero que estoy luchando, yo soy el primer baluarte de la Realidad.
Yo. Alejandro Vázquez Ortiz. Ese nombre que me hace uno ante ustedes y ante el reflejo en el espejo. Ese es mi más grande enemigo, el más despreciable y horrendo. El más crédulo y tonto, mi más cruel verdugo.
¿Qué ocurre pues ahí cuando surge de pronto el Yo –si ese Yo determinado con su artículo y todo-, en medio de la más absoluta alegría de no saber lo que se es?
¿Qué pasa cuando viene a apropiarse de los insultos o de las caricias? A establecer la economía del dar-te doy, de la apropiación de la identidad de ese que se ve en el espejo o incluso a hacerse propietario de las palabras que va dejando tras de sí, que dice: ¡este soy yo! ¡Aquí podéis verme! ¡Aquí estoy yo!
Mentira… nada de eso es verdad.
Y sin embargo, ocurre. Sin embargo, se da. No sé por qué, es uno de los misterios que más nos vienen preocupando a los que estamos aquí abajo, perplejos de ver como el mundo parece querer ser el que es, a pesar de que en ello y por ello se abre la herida fundamental, la más grande de todas y la constitutiva del Sistema este que padecemos de las democracias, los dineros, las políticas baratas y ridículas: la herida de ser el que es, como una permanente raja abierta y sangrante entre la piel de uno y el resto del vivo de las cosas que están ahí sin fin y ante el que nuestra pequeñez sólo puede aspirar a deshacerse en el olorcillo de una flor gratuita.
Sí.
La Realidad, mal que bien, nos obliga a adscribirnos a nuestros pasaportes, a nuestros currículos, a nuestras identidades particulares. Incluso este espacio ridículo abierto no esta abierto para ser un digno combate contra la Realidad, sino apenas para construir el futuro currículo de un futuro industrioso productor de cultura… que eso es a lo único que puede aspirar uno que está aquí… y aunque esté obligado a ello, no por ello vamos a cantar la contradicción, a ponerla en negro sobre blanco y acaso haya cometido el error, más de una vez, de creer que de verdad esto servía para algo.
No. No sirve. Y aún así aquí seguimos.
No sé bien para qué. No sé bien por qué. No va a haber honestidad aquí, no la encuentro por ningún lado. Habrá como mucho algún breve testimonio de la herida que nace ante ser quien soy y el daño que explota ante la contradicción del miedo que se nos impone a la hora de aceptar o no el Nombre que nos da la Realidad y que nos constituye y nos permite los éxitos y fracasos, las culpas y las recompensas, los amores y los odios.
¿Qué se le va a hacer? Uno tiene que estar ahí, como un acróbata –quizá ese sea un mejor símil que el de la guerra-, jugando a estar siempre una cuerda floja y el equilibrio es propiamente la lucha. No habrá paz, no aspiro a ella. Simplemente a detener los claveles de las heridas… como sea, como se pueda.
¡Valga ello para lo que valga!
4 comentarios:
¡Nos vamos! ¿Ha vuelto uno sólo o acompañado?
¡Bienvenidos!
En realidad siempre he estado ahí en ninguna parte. Lo que pasa es que una buena amiga con dulces palabras me dijo que este blog era muy feo, y lo que más me molestaba de esa afirmación es que estaba de acuerdo.
¡Un saludo, hermana Blanca! Un saludo muy grande.
Vaya, y yo estoy pensando si lo de hermana va por el burro, o la burra, que hasta ahí no llego,jejeje..
Las buenas amigas también se meten dónde nadíe les llama y opinan, algunas veces, sin razón.
Un beso.
Ay, Blanca, usted siempre de cachondeo... (lo digo por lo de 'hermana').
En este caso, todo lo que hay escrito en este lugar es un llamado a todos lo inoportunos y que cualquiera pueda decir lo que quiera. En el caso, repito, de esa sugerencia, la encontré más que justa y aunque severa, no sin tino.
¡Un beso!
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