domingo, septiembre 27, 2009

Notas al margen: Salvemos a los OVNIS

En la asquerosa vida que llevo he tenido que contemplar sacrilegios horripilantes: las ciudades vestidas de galas para los turistos, el continuo abandono de los medios de transporte útiles y eficaces como los ferrocarriles para gastarse los presupuestos en esas interminables carreteras de Dios en donde cientos de familias dejan la vida como un tributo de sangre al Divino Señor del Dinero, horrendos saqueos de tierras desconocidas, tristes sometimientos de fuerzas de ríos y de mares y cascadas para iluminar las tristes pantallas a las que nos sometemos, a la Huasteca me la hicieron parque ecológico, pero… ¡pero por lo menos que me dejen a los OVNIS! ¡Que los dejen en paz!

Ay, ay, ay, que cuando niño aún tenía la fortuna de pensar… de soñar… de dejar las noches enteras se fueran, se escaparan, delirando yo entre la vista de las incontables estrellas y soñar que ese resplandor podía haber sido, ¡algo! ¡Algo desconocido flotando en la bruma de mis locuras!

Ay, pero parece que ese divino consuelo de no-saber, se va haciendo cada vez más ‘real’ y por tanto una cosa más entre las cosas… Desclasificaciones militares, periodistas, y ese repugnante asedio de la Ciencia que no quiere dejar cosa sin someter a su régimen mortuorio de ser ‘cosa’ –y por tanto ser parte de Realidad-, van convirtiendo a ese delirio de mis noches sinsoñas en un evento más de la Historia, en un tránsito más en el quehacer de esta cordura enloquecida de las informaciones.

Yo, que había soñado con que por lo menos el mundo, la Luna –después de ese cuentito prehistórico (que ya adquiere tintas de relato bíblico) del alunizaje que Amstrong y cía. que ya se me había escurrido de la memoria-, y lo vacío del las estrellas se mantuvieran solas, desconocidas, como una puerta siempre abierta para el vuelo limpio de las imaginaciones… ¡ah, no! ¡Pero tenían que llegar los imbéciles de turno para seguir colonizando y agrandando estos falsos límites del Mundo! (Si ya hasta el vacío entre las estrellas lo tienen que hacer cosa –materia oscura- para seguir conociendo y abarcando la Totalidad): ¡Malditos! ¡Cerdos!

¡Salvad a los OVNIS! ¡Salvadlos! No creáis en las tonterías que os digan de ellos: están ahí, sí, ¿y qué pasa? No los hagáis parte de la Realidad, salvadlos por lo menos a ellos si no podemos salvar ni árboles ni mares ni a los vivos cuerpos de nuestros niños, por lo menos que ellos sigan vivos sin saberse…

martes, septiembre 22, 2009

Anexo al uno y su repetición: yo mismo, una ciudad


Hay que volver sobre un tema que ya hemos tocado, pero que puede provocar los suficiente equívocos como para que tengamos que volver a él constantemente –de hecho, en el fondo nunca lo abandonamos-, me refiero al tema de ‘yo mismo’ o ‘el yo’ que es uno.

(Es importante volver a él ahora que hablamos del Uno –la unidad,
Dios, el poder-, para ver de qué manera el Uno y ‘el yo’ son prácticamente lo
mismo. Esto es, como ya hemos dicho, que el individuo es parte de la Realidad y
que si hemos decidido combatirla a ella, necesariamente, el individuo es nuestro
enemigo.)

La parte constituyente de un individuo es que sea uno, si no, no es individuo (y aunque ya vimos antes lo imposible de esto)… Supongamos que es verdad que puede haber individuos: ¿no será la suma de estos –esto es, su repetición y posterior trato en cuentas y estadísticas- lo que en sí constituirá algo así como la ciudad? Así tenemos a uno que es uno, a otro que es uno, a aquel que también es uno, a ti que eres uno y etc. etc. etc. que todos son más o menos uno. Por tanto: masa

(el ‘pueblo’ de la ‘demo’cracia –aunque aquí no nos paremos a ver el sinsentido
de cómo el pueblo vaya a poder tomar los poderes-, que por no equivocarnos
llamaremos aquí ‘masa’ –aunque el nombre esté muy manoseado- para diferenciarlo
del de pueblo. En efecto, el pueblo no se sabe bien que sea, ni podemos saber
cuándo de verdad hay pueblos, ni se puede decir cuándo un conjunto de personas
se convierten en pueblo, etc. En cambio ‘masa’ es menos equívoco en tanto que ya
se sabe que la masa –como la masa material- está compuesta de partes más
pequeñas, de átomos, de individuos que en su agrupación forman poco más que un
conjunto de cosas. Así que no diremos ‘pueblo’ a pesar de que haya gente que
pueda confundir estos dos términos: el pueblo es cualquiera, la masa está hecha
de inviduos.),

y es esta masa la que nos quieren hacer pasar por multiplicidad o libertad. Esto es que la proliferación de Unos tiene que constituir la base misma de la pluralidad, la tolerancia, el respeto y todas esas virtudes de la democracia –manufacturadas precisamente para que no le pase nada a los Unos-, que permita que los Unos convivan entre sí en plena pluralidad –eso sí llegan a conseguirla- sin que nunca los límites de uno entren en conflicto con los límites de otro.

Esto que se quiere disfrazar como al forma más progresada de respeto civilizado y fecundo foco para diversidad cultural, es en realidad la forma más reaccionaria del Uno. Es el Uno imperando bajo las formas más sutiles de la individualidad, en la forma de la persona, condenada a la más helada de las soledades… hablando en el fondo de sí misma, abandonada a los muros de su propia piel.

Tal y como nos sugiere el estoico Epicteto en sus Pláticas:

«Como, en efecto, Sócrates decían no vivir una vida sin examen, así no debe admitire una representación sin examen, sino decirse: ‘Aguarda, deja que vea quién eres, y de dónde vienes’ (como los centinelas nocturnos: “Muéstrame la contraseña”). ‘¿Tienes esa marca de naturaleza que debe tener la representación de recibo?’» (Pláticas o Diatribas, III 12, 15-16. trad. de Urríez y Azara, P. J.)

Esto es, de someter todo posible desgarro del Uno a una constante vigilancia de tal manera que el cuerpo mismo se transforma en un estado policial, en un lugar geográfico sitiado: en una ciudad que se tiene que comportar ante el asedio.

(No es aquí el momento de divagar sobre todos los conceptos que
desde Sócrates hasta el final de la época helenística estuvieron impregnando
todo el pensamiento griego: individuo, ataraxia, adiaforía, dihaíresis, etc.
pero quede dicho que todo este bagaje conceptual estaba encaminado para reforzar
la misma mentira)

Este estado policial del Uno es absolutamente necesario y no se puede concebir ningún individuo sin que dentro de sí tenga esa noción de protección.

Por otra parte, si queremos adentrarnos más, podemos rastrear un componente esencialmente colonizador en todo esto: Ya decía Marco Aurelio en sus Meditaciones: «Mi ciudad y mi patria, como Antonino que soy, es Roma. Como hombre es el universo.» (VI, 44). Durante el imperio romano está la cláusula absoluta de que todo el espacio hueco que hay entre las ciudades –recordemos que antiguamente las ciudades tenían la sana costumbre de estar amuralladas-, era un espacio dispuesto para la colonización: esto es, el campo también era la ciudad futura, lo que todavía no le había llegado el tiempo de convertirse en ciudad e integrarse al Imperio.

Esto, aplicado a lo que nos ocupa, quiere decir que el Uno siempre tiende a reproducirse sobre la pluralidad difusa –esto es, una multiplicidad que no esté constituida de unidades, ni redes ni nada-, para colonizarla y reordenarla: este procedimiento sucede a cada paso y en todas partes, desde la apropiación de las formas artísticas por parte del poder hasta la colonización de la conciencia sobre los sin-saberes del psicoanálisis. Todo se trata de hacerlo Uno y con ese quehacer ya todo lo demás está dado: no existe nada más que hacer sino esperar a que no suceda nada… a que la Realidad se constituya por sí misma y que en tanto que sea nada más que una acumulación de unidades, se mantenga en sí misma por todo el tiempo posible.

Por ello cuando se ataque la Realidad no se debe hacer nunca desde el invididuo, que cómo ya hemos visto, únicamente es una caricatura en donde todos los mecanismos del poder –tal y como se presentan en las ciudades- se repiten y tienen a proliferar. Y, naturalmente, es contra este orden que esta guerra tiene que rebelarse… una guerra civil dentro de uno mismo, como quien dice. Que el agua que brota de ese desconocimiento ya se encargará de ungir cualquier herida de la batalla...


domingo, septiembre 20, 2009

Actualidades: Tiroteo 'contra el gobierno'

Aquí, por regla general, solemos dar la esplada bastante a los sucesos noticiosos y de acutalidad. Pero ahora ha venido a tocarnos las fibras esto que ha ocurrido en el metro de la Ciudad de México. No nos ocupemos de nombres ni de datos ni de reivindicaciones, que para esas estupideces sobran informaciones, mejor hablemos de lo que nadie habla... de lo que entre tanta balumba y balazos se quiere taponar.

La verdad, si nos ha tocado las fibras es porque según relatos de los periodistos, el sicario estaba escribiendo consignas contra el gobierno, cuando se le acercó un policía bancario para detenerlo y es entonces cuando desenfunda y comienza a disparar. Otras informaciones dicen que sus reivindicaciones tenían contienido religioso.

Naturalmente esto nos tiene que caer aquí al lado no tanto por el acto, por esto que aquí llamamos 'guerra' contra la Realidad. Naturalmente, decir contra la Realidad es decir contra el Gobierno que es únicamente un estamento más de esa Realidad.

De lo que hay que hablar y nadie habla es de los motivos. Lo que ha pasado en México no tiene nada que ver -y confundirlo es más que un error- con los asesinatos en masa.

Es algo que los que estamos aquí en esta guerrita tiene que preocuparnos mucho... Podemos comprender la desesperación de cualquiera -y de hecho para mí siempre ha sido algo sorprendente que esta clase de cosas no sucedan más a menudo-, pero esa no puede ser, ni por error, la forma de llevar la guerra contra la realidad ni contra el gobierno. Por lo general, tal y como podemos ver en las informaciones, lo único que sucede es justo lo contrario: la justificación del uso de la fuerza, la proliferación de la sensación de inseguridad -y suplicar por más y más Gobierno- y la ayuda para el establecimiento de la mentira que dice que sin gobierno sólo el caos se impondría, etc.

No hace falta -ya que tampoco lo harán- que los telediarios pongan atención a los motivos del pistolero, saltan a la vista en cualquier titular: es esa violencia de la Paz, es la pobreza, la miseria y la obligación de la resignación, del sometimiento, de la masacre de tiempos y amores. Los motivos están ahí, aquí, frente a nosotros y palpitan.

Hay que desconfiar de todas las informaciones, de la repulsiva manera en que los periodistos -esa es su labor- se dedican a vender la sangre y lágrimas a quien quiera comprarlas y sentirlas. Esta alharaca repugnante da más asco en la medida en que únicamente toma 15 minutos lipiar la estación de ese mismo metro cuando alguien se ha suicidado. La cuenta es esa, pero los muertos son los mismos... la máquina sigue funcionando y parece que funicona más y mejor en la medida que venga la sangre de estos desesperados -ya de sicarios ya de héroes- a aceitarla.

La leyenda de los sacamantecas que se hizo popular durante el s. XIX cuando se decía que las máquinas industriales sólo podían funcionar bien a costa de una buena grasa densa y tierna (esto es la grasa de niño), únicamente es la exageración de una cosa que sucede a diario. La máquina estatal, la Realidad misma, sólo puede mantenerse a costa de estas noticias, a costa de la desesperación viva de la gente que cuando, sin saber que hacer, se traduce en esta estúpida violencia sólo alimenta el fuego siemprevivo de la Realidad. La soporta, la ayuda queriendo combatirla. No sé bien cómo se combate la Realidad... eso no se sabe y si andamos en estos tejemanejes es justamente para ver si algo de nuestra inteligencia al hablar nos lo va revelando..., sólo sé como no se hace: y es así, pegando plomazos.

Las armas llevan grabadas en sí mismas la consigna de la Paz de los muertos, de matar al que habla, de liquidar la razón... y ya dijimos que esta guerra no es para la Paz. Esos son justamente los métodos del Estado, los métodos de la Realidad y es justamente lo que aquí combatimos.



sábado, septiembre 19, 2009

«Holgar gallinas, que el gallo está en vendimias»

Otro: «A la muger y a la gallina, tuércele el cuello, y te dará la vida.»

De nuevo las confusiones entre vida y muerte. El refranero, no hay que dudarlo, es mitad reaccionario, mitad popular. Y aquí entre estos dos refranes ya podemos ver uno y otro espectro de lo dicho.

Por un lado las gallinas –mujeres, pero también todas las cosas que pueden pertenecer a un señor-, se alborozan cuando se llevan al gallo (a matar, claro está). Por otro, el refrán que necesita ayudar a confundir el sometimiento y la tranquilidad con la vida –esto es a la muerte con la vida, y así recomendar, el acabar con las cosas para que las cosas den ‘la vida’.

miércoles, septiembre 09, 2009

Sin tregua...


Este fragmento de Heráclito (que en la edición de Diels Kranz está en el 53), podría traducirse (siguiendo siempre la versión del maestro García CalvoRazón Común, edición crítica, ordenación, traducción y comentario de los restos del libro de Heráclito, (Lecturas presocráticas II), Ed. Lucina, Zamora, 1984):

«Guerra de todos es padre, de todos rey.»

Válganos de epígrafe para hablar, un poco más detenidamente, de esta guerra contra la Realidad. Y lo hago principalmente para que quede bien sentados los motivos, para que no se crea que esto es una propuesta más del arte y sus formas más o menos literarias; y de paso detenernos el tiempo que resulte necesario en el tema de guerra y paz y sus aledaños, tan confusos y tan idealizados, de los que hay que decir alguna que otra cosa.


Primero, si decimos que esta Guerra no tiene fin –ni tiene paz posible- es porque cualquier paz es la reestructuración de la Realidad misma, esto es, del Poder. Si decimos Guerra –un nombre un poco rimbombante y problemático, aunque no inadecuado- es porque estamos obligados a ello: si se pudiera, tranquilamente, yo llamaría a esto simplemente ‘razonar’ la Realidad, ‘desmontar’ la Realidad o –según ese verbo prostituido de Derrida- ‘deconstruir’ la Realidad…

Si no podemos llamarlo así es que en ciertos temas si no dices las cosas con un puntito de exageración parece que no dices nada, a pesar de que, en el fondo, sea lo mismo. ‘Guerra’ es un nombre problemático… pero ajustado a lo que aquí hacemos. Y lo llamamos ‘guerra’ porque el Poder –de la misma manera que hace con todas las obras de las artes y las filosofías- se apropia con fiereza de las cosas y, convirtiéndolas en blanca Idea, no las suelta a menos de que se ejerza una cierta violencia sobre Él.

Esa violencia no es nuestra… de hecho se puede atacar la Realidad con suma tranquilidad. Pero es el Poder quién hace de esa duda, de ese razonamiento –puesto que al final todas nuestras máquinas se reducen a eso: a la duda y al razonamiento- una violencia intratable. Cualquier duda o razonamiento es imposible desde el Poder…

(Jamás veremos a un presentador de televisión,
un periodista de renombre,
un político en campaña o un empresario exitoso,
jamás, digo, lo veremos dudando. La duda y el razonamiento es la verdadera
amenaza de la Realidad –más que los terrorismos y crímenes que la justifican-,
lo auténticamente desgarrador sería ver a un político llorando por no saber que
hacer o acaso un profesor de matemáticas que ya no está seguro de la
consistencia de
los axiomas de los números naturales de Peano… pero bueno, vamos
más despacio:)


Si queremos hablar de motivos… (aunque la palabra a mí mismo me chirría bastante), no sabría muy bien qué decir. No sé… A cualquiera que preguntara: «¿Y por qué la Guerra?», quizá habría que devolverle la pregunta: «¿Y qué es la Paz?»

Ya no nos vamos a meter, aunque en un momento dado podríamos, del sinsentido absoluto de llamar a esto que se vive en las urbes de occidente –por no irnos a las Áfricas y Orientes, que sirven siempre de justificación-: llamar, digo, a lo que hay aquí ‘Paz’.

Como dice el maestro, sólo es posible llamar a lo que tenemos en las ciudades del progreso progresado ‘paz’ si se contempla esas guerritas de los márgenes: Ruanda, Congo, Afganistán, Pakistán y la India, Israel y Palestina, etc. Y sin embargo, lo que aquí tenemos, el régimen que aquí padecemos, sea más o menos enriquecido –como en Europa o menos, como en América Latina), lo que hay es la misma mortecina sensación. La Guerra, aunque este más disimulada, está ahí, viva y coleando… y la primera medida del enemigo es llamar a esto que vivimos ‘Paz’.

No hay paz. Tampoco estoy seguro de que me interese probar la paz… creo que sólo los muertos pueden tenerla –o por lo menos eso se dice-, pero lo sangriento de la Realidad está ahí para que cualquiera lo vea: futbolistas muriendo en plenos partidos, guerritas de bandas, las economías de guerras ante las hipotecas, la sangre empapando las carreteras, la mortecina y horripilante soledad de las urbes construidas para el Dinero, la miseria –más o menos disimulada- con la que se convive a diario entre los callejones y debajo de los puentes, la desolación, en fin, de la Realidad que, condenándonos a este eterno sufrir, se atreve, encima de todo, a llamar a esto ‘paz’.

Por otro lado, aquí no nos planteamos armas… de esas ‘verdaderas’, de esas de fusil y bala y metralla ni apoyamos ninguna guerrita o guerrilla que a balazos lo único que acaba haciendo es justificar ejércitos, policías, poderes y el miedo y el terror a la guerra. Ello es, más allá de que por lo general apenas están imitando las formas de la Realidad –creando organismos ejecutivos, militares y de gobierno-, ese tipo de Guerras siempre están buscando la ‘paz’. No se puede combatir a la Realidad con armas porque la Realidad justamente se constituye y es la que es gracias a las armas y sus máquinas.

La guerra cuando se hace por la guerra misma –porque el Poder, ¿quién lo duda?, está aquí metido entre mis carnes, entre mis propias palabras, ‘Yo soy el Estado’, dice el guerrillero- empieza librándose contra uno mismo. El primer y más grande enemigo es este Nombre Propio con el que publico y del que reniego. ¡Ese no soy yo! –de ahí la gran sabiduría de los niños y los loros que no saben reconocerse en los espejos. Cuando uno siempre está guerreando contra estas formas no puede aspirar a instaurar forma alguna de tranquilidad –la tranquilidad mortecina de la paz-, sino que sus únicas treguas de alegría se basan en ir recuperando y disfrutando, poco a poco, en ir desmantelando, según se vaya pudiendo, cada uno de los campamentos del enemigo. Devolver a la forma que pide: a la tierra de nadie, a ese espacio hueco y vacío en dónde sólo lo inesperado puede surgir…

Y para ello, lo único que hace falta es dejar rodar el razonamiento… no es ni mucho menos sorprendente que al leer este otro fragmento de Heráclito (DK 22 B 80, trad. de Calvo):

«Pero se debe ver la guerra cómo es común, y justicia contienda, y cómo según contienda se producen todas las cosas y se valen unas de otras.»

ver que se sirve, para describir a la Razón –razón común, xynón esti pâsi tò phronéein (DK 22 B 113)-, el mismo epíteto que usa para la guerra: a saber, xynón, esto es: común. Común que quiere decir que es de todos, en la medida en que cada uno sea cualquiera y no el que es (común en el sentido en el que está separado de las cosas todas) –ya que ‘el que es’ sólo puede estar dormido en la ilusión de creer que su pensamiento es individual y propio de su sujeto (Cfr. DK 22 B 1)-; y por tanto recogemos del efesio esta brillante y límpida razón para decir razón es guerra y guerra es razón –siempre y cuando no se haga para la ‘paz’, ya que entonces Guerra sería Fe, Idea, Muerte-, y sólo en el permanente rodar de la razón –ya que la razón, tal y como venimos diciendo, no llega nunca a conclusión alguna, no cierra nunca su enunciados y siempre está negando, diciendo NO- se puede llegar a concebir esta guerra sin final, sin paz posible… y sin embargo, con ese no sé qué de alegría, con esa sensación de ir recuperando el misterio, metro a metro, trinchera a trinchera, los lugares, las plantas, los animales, los libros, los amores, las canciones y los momentos, libres ya de toda ‘paz’ perpetúa que parecía estar matándolos por dentro.




viernes, septiembre 04, 2009

«Bien está San Pedro en Roma»

La geografía suele hacer maravillas. La omnipresencia de Dios la ponen siempre en tela de juicio la propia distancia, la sierra, el aire… Es mentira que Dios esté en todas partes, que lo vea todo. Eso lo sabían los gallegos que al salir por el bosque, en a la sombra fresca cuajada de rocío, en los encinares junto al Fin del Mundo, sabían que ahí no podía estar Dios.

Naturalmente, algunos se asustaban… y otros incluso podrían usar de manera irónica este mismo refrán: como un anhelo de la presencia de Dios. Lo que es en esta guerra, que se trata de subvertir la Realidad… este refrán no es sino la constatación de un consuelo: ¡Bien está San Pedro en Roma! Que allá se quede… y que Roma se quede en sí misma, por cierto. Y los brezos gloriosos de frutos y arbustos frondosos que recojen el cuajo de rocío en sus hojas… ¡libres quedan para seguir siendo misterio en su fresca sombra libre de este Sol de Justicia!

martes, septiembre 01, 2009

El uno y su repetición: la construcción de los sistemas a partir de la unidad. Arquitectura, ley y metafísica.



Arquitectura es, sí, el arte de la construcción. Pero no el mero arte de la fabricación de casas, tal y como podría resultar serlo la albañilería, sino el arte de la construcción a partir de un principio (entendido como origen rector), a partir de un arché que rige el desarrollo –de ahí archétectura, de la misma manera que archétipo- y Verdad de lo construido.

Si no hay ese origen rector no hay arquitectura… hay otra cosa. No es que nos preocupe la arquitectura aquí, ni que vayamos a dar pistas para que los nuevos arquitectos de hoy hagan otra arquitectura…, no; la cuestión nos vale como ejemplo… ya que en una de mis lecturas me encontré con un fragmento inestimable de filosofía que se me quedó muy grabado…

He aquí el fragmento, aunque sea, no lo dudo, un poco largo y aburrido de leer, no es menos significativo en todo lo que dice: de Descartes en el Discurso del método, segunda parte. Utilizo la traducción de Risieri Frondozi, Ed. Alianza, 2006, p. 89-93.

«Encontrábame por entonces en Alemania, […], con toda la tranquilidad necesaria para entregarme por entero a mis pensamientos. Entre los cuales fue uno de los primeros el ocurrírseme considerar que muchas veces sucede que no hay tanta perfección en las obras compuestas de varios trozos y hechas por diferentes maestros como en aquellas en que uno solo ha trabajado. Se ve, en efecto, que los edificios que ha emprendido y acabado un solo arquitecto suelen ser más bellos y mejor ordenados que aquellos otros que varios han tratado de restaurar, sirviéndose de antiguos muros construidos para otros fines. Esas viejas ciudades que no fueron al principio sino aldeas y que con el transcurso del tiempo se convirtieron en grandes ciudades, están ordinariamente muy mal trazadas si las comparamos con esas plazas regulares que un ingeniero diseña a su gusto en una llanura; y, aunque considerando sus edificios uno por uno, encontrásemos a menudo en ellos tanto o más arte que en los de las ciudades nuevas, sin embargo, viendo cómo están dispuestos -aquí uno grande, allá uno pequeño- y cuán tortuosas y desiguales son por esta causa las calles, diríase que es más bien el azar, y no la voluntad de unos hombres provistos de razón, el que los ha dispuesto así. Y si se considera que en todo tiempo ha habido, sin embargo, funcionarios encargados de cuidar que los edificios particulares sirvan de ornato público, bien se comprenderá lo difícil que es hacer cabalmente las cosas cuando se trabaja sobre lo hecho por otros. Del mismo modo, imaginaba yo que esos pueblos que fueron en otro tiempo semisalvajes y se han ido civilizando poco a poco, estableciendo leyes a medida que a ellos les obligaba el malestar causado por los delitos y las querellas, no pueden estar tan bien constituidos como los que han observado las constituciones de un legislador prudente desde el momento en que se reunieron por primera vez. Por esto es muy cierto que el gobierno de la verdadera religión, cuyas ordenanzas fueron hechas por Dios, debe estar incomparablemente mejor arreglado que los de los demás. […] Y pensé asimismo que por haber sido todos nosotros niños antes de ser hombres y haber necesitado por largo tiempo que nos gobernasen nuestros apetitos y nuestros preceptores, con frecuencia contrarios unos a otros, y acaso no aconsejándonos, ni unos ni otros, siempre lo mejor, es casi imposible que nuestros juicios sean tan puros y sólidos como lo serían si desde el momento de nacer hubiéramos dispuesto por completo de nuestra razón y ella únicamente nos hubiera dirigido.

Es cierto que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad con el único propósito de reconstruirlas de otra manera y hacer más hermosas las calles; pero no menos cierto es que muchos particulares mandan echar abajo sus viviendas para reedificarlas, y aun vemos que a veces lo hacen obligados cuando hay el peligro de que la casa se caiga o cuando sus cimientos no son muy firmes.»

No hablemos del mal gusto de Descartes. Concentrémonos en otra cosa… en esa extraña relación entre lo Uno y los muchos, o lo que es lo mismo, entre la unidad y la multiplicidad:


(Esta vez nos concentraremos en tanto que consideremos al uno como un mero
aparato político y de conocimiento –en metafísica y política-, que el otro
campo, quiero decir, el uno y los números tendrá que ser tocado con más
detenimiento en otra ocasión distinta, ya que hay que estudiar con detenimiento
otros procesos del universo matemático de los que no me atrevería a abordar
ahora… más adelante)

Lo que dice Descartes está, aparentemente, lleno de sentido… Vemos esas cosas funcionar a diario, ¿no es cierto? Haciéndonos suponer que una cosa funciona mejor en tanto que tenga una cabeza visible, un líder, un Estado que someta el desorden de las multiplicidades a una armonía preestablecida.


(Un apéndice meramente significativo: obsérvense las ciudades de Brasilia, Barcelona, San
Petersburgo
, Puebla de
los Ángeles
, etc. cuya construcción tan artificial como geométrica es
francamente desasosegante y no veo por dónde ver en ellas más vida o más belleza
o más utilidad que entre las favelas, suburbios o chabolas que se instalan
siempre a las márgenes)

Incontables ocasiones se escucha, por anhelos ya prácticos ya armónicos, que una cosa cualquiera no puede llegar a buen puerto si no está comandada y regida por alguien: caudillos, líderes, arquitectos, da igual, la cosa está siempre enfocada desde lo múltiple de la cosa –lo que no se resiste a someterse al régimen del Uno y que en un estado (no natural, que me resisto a utilizar esa palabra por lo equívoca que resulta), pero sí descuidado, sin que hubiese nadie que se ocupara ni mandara sobre la cosa, parece tender a deshacerse en lo múltiple- para someterlo a lo Uno.

La arquitectura es un mero ejemplo… todas las ciencias y las artes parecen estar enfocadas a eso de Uno que hay detrás de su apariencia múltiple… Política, ciencia, matemáticas, metafísica… todo parece querer señalar y apuntar al Uno; válganos como guinda de lo dicho algunos textos aristotélicos sobre la ciencia primera


(Digo ‘ciencia primera’ y no metafísica por no asentar equívocos que se han
traído a través de la Historia de la Filosofía. Recordemos simplemente que
cuando
Andrónico
de Rodas
–editor del corups aristotélico- se topó con los apuntes del
estagirita allá por el s. II d. C. y se propuso la tarea de ordenarlos y
editarlos, al toparse con los libros que hoy se publican bajo el lema
‘Metafísica’ no tenía muy claro el tema del que trataban y mucho menos cómo
titular la materia que abordaban, y no tuvo más remedio que llamarlos: metá tá
phýsica
, o lo que es lo mismo ‘[los libros, lecciones o ciencia] que van después
de la Física’, ya que se encontraban en un volumen posterior a la edición de los
libros que trataban sobre la Naturaleza –o phýsis-… descripción bastante mala si
entendemos que Aristóteles siempre dijo que la filosofía primera tenía una
cierta prioridad y preeminencia de estudio sobre los estudios naturales; y que
en el fondo –como veremos en los textos-, muy probablemente cuando hablaba de
filosofía primera se refería específicamente a la Teología):

Recogemos tres pasajes significativos de los libros IV y VI que citamos en cada caso siguiendo la traducción de Tomás Calvo Martínez en la Ed. Gredos, Madrid, 1994:

i) «La expresión ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en relación con una sola cosa y una sola naturaleza y no por mera homonimia, […] así también ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en todos los casos en relación con un único principio: de unas cosas se dice que son por ser entidades, de otras por ser afecciones de la entidad, de otras por ser un proceso hacia la entidad […]. Y de ahí que, incluso de lo que no es, digamos que es "algo que no es"». (IV 2, 1003a 34ss)

ii) «Cabe plantearse la aporía de si la filosofía primera es acaso universal, o bien se ocupa de un género determinado y de una sola naturaleza […]. Así pues, si no existe ninguna otra entidad fuera de las físicamente constituidas, la física sería ciencia primera. Si, por el contrario, existe alguna entidad inmóvil, ésta será anterior, y filosofía primera, y será universal de este modo: por ser primera. Y le corresponderá estudiar lo que es, en tanto que algo es, y qué-es, y los atributos que le pertenecen en tanto que algo es.» (VI 1, 1026a 22ss)

iii) «…hay que decir, en primer lugar, sobre ‘lo que es’ accidentalmente que no es posible estudio alguno acerca de ello. He aquí una prueba: ninguna ciencia –ni práctica, ni productiva, ni teórica- lo tiene en cuenta. En efecto, el que hace una casa no hace todas aquellas cosas que accidentalmente suceden con la casa ya terminada (estas cosas son, desde luego, infinitas: y es que nada impide que, terminada ya, a unos les resulte agradable y a otros peligrosa y a otros provechosa, y que resulte, por así decirlo, distinta de cuanto existe; nada de lo cual es producido por el arte de construir)…» (VI 2, 1026b 2ss)


(Antes que nada, como mero glosario, porque aquí partimos de la base de que los
estudios de filosofía son inútiles en la medida en que sólo se tomen como meros
catálogos históricos y sólo tienen un poquitín de utilidad en la medida en que
sean entendidos y utilizados para deshacer la Realidad; entidad la traduce Calvo
Martínez del término griego ousía que tradicionalmente solía traducirse por
sustancia en el vocabulario escolástico y que es definido según el propio
Aristóteles (Met. V 8): «el sujeto último que ya no se predica de otra cosa». Y
aunque no sé si esto valga para aclarar el término, se puede acudir al capítulo
citado (V 8) para comprobar la polisemia del término y acotarlo según se pueda.)

Sin embargo, y aunque aquí nos podríamos entretener muy mucho hablando de las tonterías de conceptos y definiciones de los términos peripatéticos, lo importante es ver cómo en estos tres textos todo apunta hacia el Uno. Primero en i habla sobre cómo toda la polisemia de ‘lo que es’ que se puede hasta predicar de ‘lo que no es’, está siempre apuntando hacia un Uno: esto quiere decir, que todo aquello que sea en realidad es por virtud de un único significado –no me atrevo a decir sustancia o entidad (que eso sería ya mandarlo del todo al plano de la teología), pero veremos como ello parece indicarlo-. Y ese significado tiene que ser Uno en la medida que está acotado (encontrar ese significado será, muy claramente, la tarea de la filosofía primera): esto es, en resumidas cuentas, que lo que hay de múltiple en lo que es está dado por una sola cosa.

En ii el problema ya sale del mero ámbito del hablar y llega a suponer la existencia, sí, de una entidad –una sustancia- que sea propiamente inmóvil y anterior a las cosas múltiples –esto es Dios, claro está-, lo que ha llevado a este pasaje a ser uno de los más problemáticos de todo el corpus aristotélico: ya que parece decir, sin mayor empacho, que la filosofía primera lo que tiene que hacer es buscar a Dios –como bien ya lo decía la canción- y que no hay una metafísica que no sea propiamente una teología.


(Sobre estos problemitas –no poco desdeñables- se puede consultar los trabajos
de Owen, Merlan o Jeager, para ver de qué manera los especialistas se han pegado
de tortas, los unos para intentar salvaguardar al Aristóteles científico y
positivo, enemigo de los presupuestos platónicos; y los otros por señalar en el
estagirita la gran reforma del pensamiento platónico que culminó en el
neoplatonismo plotiniano)

Y finalmente en iii encontramos el colofón, lo que cierra el razonamiento: sobre lo demás –es decir, sobre lo que no apunta hacia el Uno- no cabe forma alguna de ciencia. Ya que la ciencia siempre trata de lo que es Uno –de la misma manera que el zapatero, necesariamente tiene que contemplar al ‘zapato’ (a la Idea del zapato o ‘zapatidad’, si se me permite el palabro) para realizar su arte-… y aquello que no esté ordenado hacia ese Uno, será necesariamente misterioso e impredecible… y si se dice que es, es por mero reflejo, como el espejo último de la materia… allá donde Plotino decía que el reflejo de la Luz de el Uno-Divino que colinda con el no-ser y sólo puede alcanzar su redención en la medida en que contemple la irradiación profunda del Uno incognoscible.

Esto es: que lo que hay y lo que pasa –lo accidental, lo azaroso de la construcción de las calles, lo impredecible del apetito, lo misterioso del amor- es imposible de someter a ciencia, imposible de someterlo si no lo hacemos parte de ese Uno rector (de Dios, Estado, Necesidad, principio de No-contradicción, Dinero, Individuo, Voluntad, Alma, etc. da igual el nombre y sus características), y si no sometemos la multiplicidad a la Unidad.

Sin embargo queda un problema… queda algo que bien nos hace mirar Aristóteles de la siguiente manera, cuando en la Política, criticando las medidas platónicas respecto de las ciudades (ante todo y sobre todo la comunidad de hijos y mujeres Rep. V, 464d, como medida de someter la multiplicidad de la ciudad a una forma de unidad,) dice en el libro II, 1261a 15ss: (uso la trad. Manuela García Valdés, Ed. Gredos, Madrid, 1994)

«Sin embargo, es evidente que al avanzar en este sentido y hacerse más unitaria, ya no será ciudad. Pues la ciudad es por su naturaleza una cierta pluralidad, y al hacerse más una, de ciudad se convertirá en casa, y de casa en hombre, ya que podríamos afirmar que la casa es más unitaria que la ciudad y el individuo más que la casa. De modo que aunque alguien fuera capaz de hacer esto, no debería hacerlo, porque destruiría la ciudad.

Y no sólo la ciudad está compuesta de una pluralidad de hombres, sino que también difieren de modo específico. […] Unos gobiernan y otros son gobernados alternativamente, como si se transformaran en otros. Y del mismo modo entre los que mandan; unos ejercen unos cargos y otros, otros. Por lo tanto, de todo esto es claro que la ciudad no es tan unitaria por naturaleza, como algunos dicen, y que lo que llaman el mayor bien en las ciudades, las destruye. Sin embargo, el bien de cada cosa la salva.»

Con esto es suficiente. Naturalmente ocurre de nuevo con Aristóteles lo que ya hemos señalado con otros filosofantes… que después de parir un razonamiento maravilloso, acaba echándolo por tierra al convertirlo en Idea… esto es, que primero crítica y dice NO al modelo platónico –ya que la comunidad de hijos y mujeres lo único que pretendía era dar más unidad a la ciudad (esto es, encaminarla desde su multiplicidad hacia lo uno)-, aunque luego acaba hablando de eso que llama pluralidad y lo manda todo al traste.

Y esto era con lo que quería acabar… con lo que nos lleva el paso de nuestro razonamiento de la negación del Uno: a saber, que si no hay Uno tampoco puede haber Multiplicidad (por lo menos entendida como una serie de unidades que convivan de tal o cual modo). Si negamos al Uno, en realidad estamos negando el substrato sobre la que se asienta la Pluralidad –en otras palabras, si en aritmética decimos que no hay unidad, no podrá haber acaso ni dos ni tres ni cuatro ni toda la serie de los números naturales que sólo se pueden construir a partir de la unidad.

Cuando llegamos a este punto la cosa puede parecerle a alguno trágica: está bien que neguemos al Padre-Uno-Tirano… pero ¿negar la díada múltiple y plural?

Cuando negamos la Unidad –sea de la ciudad, de las leyes, de los estados, de la arquitectura o de lo que sea-, pero pretendemos mantener esa pluralidad que sigue regida por la unidad, esto es que se enaltece la diferencia específica entre los individuos, familias, religiones, partidos políticos, naciones o folclores de tradiciones, entonces la negación del Uno no sirve para nada. Es en este ensueño de la negación del Padre en el que vivimos –los que tengamos la desdicha de padecer estos regímenes democráticos-; que negando el totalitarismo se piensa que la pluralidad ingente –producciones industriales de pluralidades: géneros sexuales, modas, consumo, partidos políticos, quehaceres, modas, pasatiempos, corrientes artísticas alternativas, etc.- en algo se está combatiendo al Padre-Uno




(y aunque con justa razón podamos dudar de que algo de eso se esté haciendo en
tanto que lo que siempre opera por debajo de todos es el poderoso caballero Don
Dinero
y que no hay corriente artística que valga, ni realidad política que
salte a la palestra, ni moda alguna que se pueda decir que exista en la
pluralidad de las formas si no está por Él Todopoderoso apadrinada),

pero aunque fuese cierto, no tendríamos menos que decir que estas formas unitarias de lo múltiple es exactamente lo mismo: una cierta multiplicidad que está siempre contemplando a Dios… a su propia verdad.

Por ello lo verdaderamente opuesto al Uno no es la pluralidad ni la multiplicidad, ni siquiera el azar o la construcción deliberadamente horrible de nuestras ciudades –por llevarle la contra al buen Descartes. No. Lo único que puede hacer frente a esa mentira del Uno es la negación de que las cosas sean las que son –ya que si fueran tendrían que ser en virtud de algo que es Uno-, y de ahí partir a quién sabe dónde.

Desde hace ya tiempo que no veo en esto ninguna forma de angustia –tal y como alguno pudiera pensar… habrá que profundizar más en desarraigar el principio de no-contradicción-; ni mucho menos creo yo que si se niega tanto al Uno como a la díada (o multiplicidad) nos quedemos con la Nada. Ni mucho menos –digamos, aunque será un tema que tendremos que abordar en otra ocasión, que ‘la nada’ no puede surgir ante la negación auténtica de lo Uno, ya que ‘la Nada’ es una parte fundamental para la existencia misma del ‘ser’ (ya abordaremos estos temas cuando nos acerquemos a Meliso de Samos, un presocrático apasionante)-… sino que lo que nos queda es otra cosa, es la negación misma del ser de la cosa: lo que le permite, naturalmente, que florezca desde su misterio sin tener que mirar a ningún Dios para poder generarse y haberla.

Porque, como dicen los galleguiños: las cosas sin el ser –lo mismo que las brujas y las santas compañas- haberlas hailas. Flores y perros por igual, creciendo a ritmo de quién sabe que misterio –que ni es uno ni es muchos, porque siendo muchos serían unos y siendo uno serían el principio de los muchos-, sino que es algo… algo que bulle ahí y que se alza de hombros y parpadea...