miércoles, junio 17, 2009

Lo ideal y lo Real, I: De por qué la idea y la materia son lo mismo, el Dinero.


Siguiendo de nuevo con las máquinas que nos tienen que ayudar a ir desmontando la Realidad, cacho a cacho, vamos a tocar un tema que, de alguna u otra manera, siempre nos está rondando por lo bajo cuando se hablan de estas cosas:

Una de las divisiones –ya que, como dijimos hace ya tiempo, la Realidad se va construyendo a partir de la separación de eso ‘sin fin’ que es el mundo, en cosas particulares y distintas para así dominarlo y someterlo- más importantes y que ayudan a domesticar las ansias y furores de los que apenas les va despertando esa ira y esa ansia de rebeldía contra lo Real.

Me refiero a esa división de lo ideal y lo real, a eso que nos asalta –a mí también, ¿cómo no?- entre los razonamientos: ¿de verdad sirve esto para algo? ¿De verdad la palabra, -esta triste palabra que no encuentra mas que este medio para salir y ver si tiene la gracia de divulgarse e irse pasando de uno a otro ido como un incendio o como una peste-, de verdad esta palabra puede transformar lo que está del otro lado?

Y esto que huele tanto a eso que decía el viejo Marx de los filósofos… (que los filósofos interpretaban el mundo, cuando de lo que se trataba era de transformarlo), y que nos huele tanto a debate político moderno, en realidad nace con la propia historia –esto es, la historia escrita y la filosofía misma (sin detenernos demasiado en las fechas ni separación de géneros textuales que nos distraen demasiado para nuestro propósito):

Y ya nos cuenta Diógenes Laercio en una escueta noticia de Tales de Mileto:

Cuenta también Jerónimo de Rodas en el libro segundo de sus Recuerdos anecdóticos que, queriendo demostrar que es fácil hacerse rico, al llegar la época de recolección de la aceituna, alquiló con previsión los talleres de aceite y reunió muchísimo dinero. (D. L. I, 26. Ed. Alianza, trad. García Gual, C., p. 46)

La misma anécdota, aunque con un toque mucho más literario, nos las relata Aristóteles en los Políticos, I, 11, 1259a (colocado como el fragmento 11 A 10 en D-K, la trad. es de Eggers Lan y Juliá, de los Filósofos Presocráticos, Ed. Gredos):

En efecto, como lo injuriaban por su pobreza y por la inutilidad de la filosofía, se dice que, gracias a sus conocimientos astronómicos, pudo saber cómo sería la cosecha de aceitunas. Así, cuando era aún invierno y tenía poco dinero, tomó mediante fianza todas las prensas de aceite de Mileto y de Quíos, arrendándolas por muy poco, pues no había competencia. Cuando llegó la oportunidad y todos a la vez buscaban prensas, las alquiló como quería, juntando mucho dinero, para demostrar qué fácil resulta a los filósofos enriquecerse cuando quieren hacerlo.


Esta anécdota la traigo a colación, tanto para ver que esto de la inutilidad de la filosofía ya estaba en boca de todos desde su propio surgimiento, como para ver de qué manera cualquier prueba contra esa inutilidad es del todo falsa y que acaba demostrando justamente lo contrario: es decir, que la filosofía –o el quehacer teorético o el razonamiento puro y duro- no sirve para nada.

No hay tiempo para establecer los matices de las cosas, ya habrá tiempo para detenernos en otra ocasión en ese problemático nombre de ‘filosofía’. Pasemos al ejemplo:

Por un lado se propugna la inutilidad de filosofía y por otro la maniobra financiera de Tales parece –al menos a ojos de Aristóteles y de Diógenes- estar demostrando lo contrario: que la filosofía, ciertamente, es útil a pesar de todo.

El problema aquí es el concepto de utilidad. La utilidad –que tiene que ser uno de los debates cruciales por aquí, que al fin y al cabo, esta es una pequeña fábrica de máquinas que pretenden ser útiles- es vista aquí como la generación de Dinero. Cuando lo significativo del Dinero está justamente en que no sirve para nada sino para ser dinero… El Dinero, dicho clara y simplemente, no cambia nada.

El Dinero es el lugar de la Realidad en donde vienen a sumarse y a encontrarse todas las contradicciones de la Gran Máquina ya que, en una moderna teología, no cabe duda que es el Dinero y sólo el Dinero el que podría ocupar el lugar de Dios. Y por cierto, el Dios más perfecto que jamás religión alguna haya podido aspirar y que a su lado Jehová, Alá y el resto de deidades más o menos moribundas no son más que minúsculas máculas de fe: ya que es justamente el Dinero el que da la fe (el crédito) a cualquier cosa en cualquier circunstancia y ante quien el resto de dioses tienen que inclinarse y a quien deben su poder.

Por eso la prueba de traducir el conocimiento en Dinero no es más que una falacia de la Realidad, que hace pensar que algo cambia cuando lo único que está sucediendo es hacer lo que ya estaba hecho desde siempre.


Es en el Dinero en donde mejor podemos ver que esta separación entre lo que es Ideal y lo que es Real es tan falsa como reaccionaria con la amenaza de libertad que surge en cualquier razonamiento que esté descubriendo la mentira de la Realidad.

Por un lado se dice, con más o menos empacho, que lo más concreto, lo más tangible, el non plus ultra de la Realidad se haya enterrado en el Dinero. Así cualquiera al que se enfrenta a cualquier razonamiento, por más o menos demoledor que resulte, lo que quiere ver por encima suya, es eso que llaman la ‘aplicación práctica’ y que por lo general siempre se mide en Dinero. Sea la eliminación de los pobres, el aumento de salario de los trabajadores, la bajada de los impuestos, la inyección económica, etc., ningún razonamiento sirve, sino es en la medida en que esté produciendo Dinero –esto es lo que ya está hecho y no puede hacer nada sino reproducirse a si mismo.



(Y esto no querrá decir que subir los salarios de aquí o de allá esté mal, o
acaso borrar pobreza, pero siempre téngase en la cabeza que hacer eso no es
hacer nada, sino lo que estaba destinado a suceder desde que Dinero y Estado se
fundaron en uno. En resumen, no existe nada bueno que pueda salir del Dinero)


De esta manera la Realidad gana siempre. Si el razonamiento es improductivo se detiene por su propia ‘inutilidad’, si el razonamiento produce, lo único que hace es producir más Realidad –Dinero, naturalmente.

Y por más señas de esta extraña confusión, traigamos a colación, en relación a esto del Dinero… eso que en los decires comunes –que no populares, que es distinto- se tiende a llamar ‘materialista’ a aquél que se fija sólo en el Dinero. Porque de verdad cree que el Dinero sirve para algo y es igual a cualquier cosa material, porque se puede intercambiar muy fácilmente por ella.

E incluso, no conformes con ese malentendido, a quienes pretenden más o menos, mejor o peor, rebelarse contra el poder del Dinero –o acaso simplemente no les interese demasiado y otras cosas les muevan en el corazón más que andarse dejando la vida trabajando para este Dios-, se les llama (¿lo contrario?): ‘idealistas’. Y así tenemos de un lado la Idea y del otro la Materia.


(Dejaremos para la segunda parte de esta entrada cuestiones más metafísicas como
el misterio absoluto de la materia y la más absoluta Realidad de la idea, porque
ahora me quiero quedar en esto del Dinero, por la importancia que tiene y ver
cómo en esta cosa tan común se encierra el misterio teológico más grande de
todos: la confusión última de la Realidad en donde Idea y Materia se funden a
condición de ser Reales –o en otras palabras- a condición de tener un precio).

Y porque siempre nos valgan poemas mejor que razonamientos –en el fondo porque vienen a ser casi lo mismo- ponemos aquí dos estrofas que nos servirán para ver al de qué manera se nos juntan irremediablemente los ‘idealistas’ y ‘materialistas’ en uno solo (Agustín García Calvo, Libro de Conjuros, Ed. Lucina, p. 17):

y añadiría en nueva mudanza
«Venga el pastor de empresas y bancos,
el que esquilaba los débitos blancos,
el que de crédito hechía la panza;
venga y suscriba aquí mi libranza,
venga y verá lo que vale dinero:
todas sus cifras verá que eran cero
y qué de vacío mi cuenta se danza.
[…]
Y tú, la clienta de las galerías
del supermercado, que por la escalera
mecánica en pos de la cosa cualquiera
bajabas al cielo, al limbo subías,
entra a mi danza, y tus chucherías
saldrán de la bolsa profunda hechas humo,
consumidora de puro consumo,
tu vientre sin fondo, tus manos vacías. »

Por lo general explicar un poema, cuando está tan bien escrito, sólo se puede hacer con el riesgo de enturbiarlo, de esfumar y borrar lo que ya está perfectamente claro en el inconsciente. Aún así, tenemos que hacerlo… y correr ese riesgo de que al hacer conciente lo que quiere decir, se nos pierda el sentido verdadero.

El par de estrofas tocan dos extremos distintos del dinero. i) Por un lado la cima de la pirámide financiera: esas entelequias abstractas que nadie sabe bien como funcionan ni como se mantienen en pie, esa extraña base de la economía que se mueve a través de rumores, gestos, señales, ilusiones: los ires y venires de las acciones que no tienen nada que ver con el hombre de a pie. ii) Por otro, el consumo puro y duro de cualquier hijo de vecino que a salto de mata acude a los centros comerciales a ver si es verdad que puede llamar vida a lo que hace el resto de la semana: esto es, trabajar.

Sin embargo estos extremos no se hayan separados… todo lo contrario son dos aspectos de lo mismo… a pesar de que nos pueda parecer que allá en las alturas económicas en donde –según los economistas- se teje el mundo del dinero con alguna teleología divina ajena a nuestro entendimiento…

Porque bien claro es verlo que no se sabe muy bien ni cómo ni cuándo ni por qué
se desploman de vez en cuando las bolsas y quiebran los bancos, como si los
números tiranos de las lucecitas de Nueva York, brincasen cual Oráculo de Delfos
y enardecidos no se sepa ya a qué pitia acudir… ¿Quién hay que diga ‘Yo sé
porque hay recesión y crisis y la madre que la parió, hacedme caso a mí…’?
Naturalmente nadie puede decir que no lo sabe… todo el mundo dice algo, que si
la inflación inmobiliaria, que si el repartir y regalar créditos hipotecarios,
que si la rapiña de la banca privada... Pero nadie sabe por qué ni lo han de
saber porque los motivos de Dios son insondables…)


Y así desde esa cumbre abstracta el Dinero baja como una procesión plotiniana, otorgando realidad a todo aquello que produce: dando fe de verdad (crédito) a todo lo que, al bajar, va tocando. Y cuando llega, ya como un vago reflejo de Dios, en esa calderilla que tintinea en los bolsillos, no debemos olvidar lo que significa: es el símbolo, la cosa de todas las cosas… La cosa por la cuál todas las demás obtienen su Realidad, su valor, su lugar en el Mundo. No es mas que la forma imperfecta de aquello que tiene que ser puro número, pura cifra… Si es moneda es porque, desafortunadamente, tiene que serlo… y mejor le conviene al dinero ser más bien electrones fluyendo en las redes bancarias y dejándose ver en pantallitas de cajeros automáticos como ventanitas a la verdadera Realidad.

Pero la segunda estrofa, esa que habla de algo que, naturalmente, parece más Real, más ‘material’ y palpable, cuando señora y señor, niño y niña, se pasean entre los bazares y galerías, cartera en mano… esa estrofa es todavía más interesante. Porque aunque se diga que el Dinero es un símbolo y lo que importa es lo que representa: esto es Capital, ‘materia’ en existencias –como dicen-, y que en el momento en que sea se pueda lo uno trocar por lo otro y así comprar comidas y blusas y faldas y coches y casas y juegos y teles y todo lo que se ofrezca entre los escaparates… De pronto, si uno se deja raptar por sentido común se dará cuenta que no… que eso que compra no puede ser material, que lo que está comprando y consumiendo no puede ser cosa como una piedra o un árbol cualquiera. No puede serlo de la misma manera… cuanto más que cada uno de esos objetos están siempre fabricando otra cosa: la Realidad misma que constituyen.

Porque son sólo Dinero. Y el Dinero se mueve sólo para sí mismo…

Y en última instancia, la más macabra noticia, es que siempre está el resto absoluto de esas materias –que no es materia, porque la materia (ya lo veremos la próxima vez) es un misterio insondable que nadie jamás ha conocido ni conocerá- sino meras formas vagas de Ideas que adquieren en alguna fábrica China la forma de un monitor, de un teclado, de un altavoz y que funcionan quién sabe bajo que mágico mandato divino incomprensible, y todas están para la muerte. Naturalmente, ¿cómo no?, si de lo que siempre se trató es de entreteneros, ya sea comiendo o viendo películas o jugando a los videojuegos, mientras llega la muerte.


No hay nada que sea útil entre esas máquinas. Absolutamente nada. La prueba de Tales –si es que hubo tal que tampoco nos interesa-, de intentar demostrar la utilidad de la filosofía, fracasa en el momento en que entendemos la absoluta inutilidad del propio Dinero.

No. La utilidad de eso que algunos llaman bajo el equívoco rótulo de ‘filosofía’ es útil por otra cosa: porque puede de pronto ayudar a romper la Realidad, a desquebrajarla y triturarla en medio de la razón… Todo lo demás que pueda hacerse, es perfectamente inútil.





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