sábado, junio 27, 2009

Notas al márgen: El mar y los faros

Preocupado por el tema de la periodicidad, el autor de esta página, me ha pedido que le entregue algún artículo. Me remitió sus trabajos y me dio carta blanca. Sinceramente tanta fría cháchara no me gusta… Tanta metafísica…

El hombre teme al mar. Le teme, porque como todo lo temible, es mujer. A nadie le puede caber la duda de cuando se toca el mar, se toca el seno de una madre. Por todo ello, siempre ha sido necesario ponerle límites domarlo, someterlo, hacer la división –falsa como todas las demás- entre la tierra y el agua.

No es extraño que el faro más antiguo en funcionamiento sea la Torre de Hércules en A Coruña que data del s. II d. C… y aunque, hay otro más hacia el oeste, en Cabo Finisterre…, la importancia del puerto marítimo del Magnum Portum Artabrorum se imponía. La Torre de Hércules está señalando, más que una costa, el límite del mundo conocido.

De lo que se trata es de poner los límites bien claros.

Afortunadamente le hombre fracasa y fracasará siempre. Los diminutos faros (nótese la traslación fonética bastante evidente entre ‘faro’ y ‘falo’) como penes con toda su verticalidad y potencia, con ese fuego que brilla en la punta como un glande aceitoso, nunca pueden dominarlo.

El sometimiento del misterio de natura –ese secreto que bulle como misterio indescifrable dentro de todo lo que vive- a esta Realidad productora de objetos, conocimiento, basura y cosas muertas nunca puede ser total. Los barcos flotan no porque venzan ciertas leyes que Naturaleza les pone y que con maquinitas, faros, ingeniería náutica y artes de navegación, sino porque más bien acaso haya una diminuta pausa, un soplo de fresca brisa en la que la Mujer toma un respiro y permite a los barcos navegar, a los puertos florecer, a los faros iluminar, antes de que con una leve agitación, un espaviento involuntario, sin invocar ninguna fuerza ni ningún cometido, arrase con ese triste y patético límite marítimo.

El mundo no está pensado ni redondo ni se puede saber dónde empieza el mar. Y quien diga lo contrario miente.

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