martes, septiembre 22, 2009

Anexo al uno y su repetición: yo mismo, una ciudad


Hay que volver sobre un tema que ya hemos tocado, pero que puede provocar los suficiente equívocos como para que tengamos que volver a él constantemente –de hecho, en el fondo nunca lo abandonamos-, me refiero al tema de ‘yo mismo’ o ‘el yo’ que es uno.

(Es importante volver a él ahora que hablamos del Uno –la unidad,
Dios, el poder-, para ver de qué manera el Uno y ‘el yo’ son prácticamente lo
mismo. Esto es, como ya hemos dicho, que el individuo es parte de la Realidad y
que si hemos decidido combatirla a ella, necesariamente, el individuo es nuestro
enemigo.)

La parte constituyente de un individuo es que sea uno, si no, no es individuo (y aunque ya vimos antes lo imposible de esto)… Supongamos que es verdad que puede haber individuos: ¿no será la suma de estos –esto es, su repetición y posterior trato en cuentas y estadísticas- lo que en sí constituirá algo así como la ciudad? Así tenemos a uno que es uno, a otro que es uno, a aquel que también es uno, a ti que eres uno y etc. etc. etc. que todos son más o menos uno. Por tanto: masa

(el ‘pueblo’ de la ‘demo’cracia –aunque aquí no nos paremos a ver el sinsentido
de cómo el pueblo vaya a poder tomar los poderes-, que por no equivocarnos
llamaremos aquí ‘masa’ –aunque el nombre esté muy manoseado- para diferenciarlo
del de pueblo. En efecto, el pueblo no se sabe bien que sea, ni podemos saber
cuándo de verdad hay pueblos, ni se puede decir cuándo un conjunto de personas
se convierten en pueblo, etc. En cambio ‘masa’ es menos equívoco en tanto que ya
se sabe que la masa –como la masa material- está compuesta de partes más
pequeñas, de átomos, de individuos que en su agrupación forman poco más que un
conjunto de cosas. Así que no diremos ‘pueblo’ a pesar de que haya gente que
pueda confundir estos dos términos: el pueblo es cualquiera, la masa está hecha
de inviduos.),

y es esta masa la que nos quieren hacer pasar por multiplicidad o libertad. Esto es que la proliferación de Unos tiene que constituir la base misma de la pluralidad, la tolerancia, el respeto y todas esas virtudes de la democracia –manufacturadas precisamente para que no le pase nada a los Unos-, que permita que los Unos convivan entre sí en plena pluralidad –eso sí llegan a conseguirla- sin que nunca los límites de uno entren en conflicto con los límites de otro.

Esto que se quiere disfrazar como al forma más progresada de respeto civilizado y fecundo foco para diversidad cultural, es en realidad la forma más reaccionaria del Uno. Es el Uno imperando bajo las formas más sutiles de la individualidad, en la forma de la persona, condenada a la más helada de las soledades… hablando en el fondo de sí misma, abandonada a los muros de su propia piel.

Tal y como nos sugiere el estoico Epicteto en sus Pláticas:

«Como, en efecto, Sócrates decían no vivir una vida sin examen, así no debe admitire una representación sin examen, sino decirse: ‘Aguarda, deja que vea quién eres, y de dónde vienes’ (como los centinelas nocturnos: “Muéstrame la contraseña”). ‘¿Tienes esa marca de naturaleza que debe tener la representación de recibo?’» (Pláticas o Diatribas, III 12, 15-16. trad. de Urríez y Azara, P. J.)

Esto es, de someter todo posible desgarro del Uno a una constante vigilancia de tal manera que el cuerpo mismo se transforma en un estado policial, en un lugar geográfico sitiado: en una ciudad que se tiene que comportar ante el asedio.

(No es aquí el momento de divagar sobre todos los conceptos que
desde Sócrates hasta el final de la época helenística estuvieron impregnando
todo el pensamiento griego: individuo, ataraxia, adiaforía, dihaíresis, etc.
pero quede dicho que todo este bagaje conceptual estaba encaminado para reforzar
la misma mentira)

Este estado policial del Uno es absolutamente necesario y no se puede concebir ningún individuo sin que dentro de sí tenga esa noción de protección.

Por otra parte, si queremos adentrarnos más, podemos rastrear un componente esencialmente colonizador en todo esto: Ya decía Marco Aurelio en sus Meditaciones: «Mi ciudad y mi patria, como Antonino que soy, es Roma. Como hombre es el universo.» (VI, 44). Durante el imperio romano está la cláusula absoluta de que todo el espacio hueco que hay entre las ciudades –recordemos que antiguamente las ciudades tenían la sana costumbre de estar amuralladas-, era un espacio dispuesto para la colonización: esto es, el campo también era la ciudad futura, lo que todavía no le había llegado el tiempo de convertirse en ciudad e integrarse al Imperio.

Esto, aplicado a lo que nos ocupa, quiere decir que el Uno siempre tiende a reproducirse sobre la pluralidad difusa –esto es, una multiplicidad que no esté constituida de unidades, ni redes ni nada-, para colonizarla y reordenarla: este procedimiento sucede a cada paso y en todas partes, desde la apropiación de las formas artísticas por parte del poder hasta la colonización de la conciencia sobre los sin-saberes del psicoanálisis. Todo se trata de hacerlo Uno y con ese quehacer ya todo lo demás está dado: no existe nada más que hacer sino esperar a que no suceda nada… a que la Realidad se constituya por sí misma y que en tanto que sea nada más que una acumulación de unidades, se mantenga en sí misma por todo el tiempo posible.

Por ello cuando se ataque la Realidad no se debe hacer nunca desde el invididuo, que cómo ya hemos visto, únicamente es una caricatura en donde todos los mecanismos del poder –tal y como se presentan en las ciudades- se repiten y tienen a proliferar. Y, naturalmente, es contra este orden que esta guerra tiene que rebelarse… una guerra civil dentro de uno mismo, como quien dice. Que el agua que brota de ese desconocimiento ya se encargará de ungir cualquier herida de la batalla...


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