Un día el Gobierno Griego le pidió al Gobierno Británico:
«-Oye, toú, inglesito de ligeros dedos, endevuélveme joi frisous del Partenón.»
A lo que el Gobierno Británico hizo como que no escuchaba. Tosió y siguió embebiéndo su té. A lo cuál, un montón de muchachines (de toda Europa) e historiadores que se adueñaron de la indignación del Gobierno Griego y sacaron a pasear protestas por el exfolio realizado a la cultura madre de Europa cuando un montón de turcos nacionalistas ocupaba la bella perla del mediterráneo.
«-Les han robado su identidad cultural –dijo uno.
-Qué vergüenza que el gran patrimonio del Arte se halla preso y conseguido en el exfolio de una guerra –dijo otro.
-¡Qué inmoralidad! ¿Sostener el lujo de los museos a costa del saqueo y la rapiña? ¡Oh, qué venga Al Gore y que haga una película sobre esto!»
A lo que el Gobierno Británico volvió a carraspear y abrillantó sus uñas en la solapa de su chaqueta.
Ahora bien, lo que ni el Gobierno Británico ni el Gobierno Griego quería que nadie se enterase –y ahí entremetidos en la balumba, los niñatos también- es que no importa quién tenga el arte, la identidad o la cultura: ¡ésta sólo puede servir para someter al pueblo!
Porque ahí estaba el pueblo –que sí unos eran griegos y los otros ingleses, eso naiden lo puede ensaber-: que se alzaba de hombros y sonreía.
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