¿Te acuerdas del aburrimiento? ¿Te acuerdas de lanzarte sobre el equipo de música como quien busca encontrar un secreto entre los ritmos? La enredadera pudriéndose frente a la ventana, la pared desconchada, salida de sus bordes, los dibujos en la pared, los tlacuaches recorriendo las cornisas del muro cubiertos de vidrios, el sonido de las hojas del sáuce al acariciarse por la tarde… recorriendo el vivo aburrimiento de la tarde.
El mundo todo palpitaba de calor tras las frescas y gruesas cortinas, pero aquí adentro… aquí en donde mis manos jugueteaban a encontrar el tiempo e irlo matando poco a poco en un eterno vaivén de deshojar los minutos y los libros que iban cayendo sobre mí para esperar el amanecer.
¿Te acuerdas, tú, perro sin nombre? Perro al que llamábamos bestia pero eso no llegaba a nombre. Eras un fantasma, viviste como un fantasma, aún te recuerdo caminando conmigo en la madrugada, sin que se escuchara nada, sin que ningún espectro personal entrubiara los silencios, ahí estabas tú: caminando, con la lengua afuera, cabalgando como una aparición resplandeciente en la noche. Y yo sólo silbaba y sonreía.
¿Te acuerdas de ese aburrimiento? Era tan lindo… ¡ojalá pudiera aburrirme yo ahora! Cuánto lo anhelo… y no es sólo que este ya mandado y remandado el tener que entretenerme… no, no es eso, querido. Es… es que el tiempo no está sólo vacío. Hay algo al final del tiempo que nos apremia: eso es lo que no me deja aburrirme.
Hay algo al final del tiempo que me mata el aburrimiento. Es la muerte… creo.
Pero aún estas en el patio, ¿verdad? Aunque sea como sombra que me recorre la cabeza, ante mis ojos, sonriendo ante la ventana del comedor, sonriendo siempre que te miraban, con la lengua de fuera… con el ánimo galopante, mientras el sol estático quemaba la sierra y toda la ciudad brillaba como un lago desecado.
Aburrámonos juntos otra vez. Una última vez… entra en el cuarto. Siéntate conmigo en la moqueta y escucha: mira como el tiempo se va… y no mira hacia delante.
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