sábado, enero 08, 2011

Cartita para los Reyes

A destiempo, como todo lo que se va haciendo por estas manecillas. Oigan, seré breve, brevísimo, que es que ya me frena la sola idea de saber que lo que quiero no lo van a poder cumplir. Pero bueno, acaso un rayo de sentido común les ilumine con mis plabras… y quién sabe ya que la frescura de estas fiestas se van emborronando con el redobles tamborileros de esta militar rutina, pues quizá entonces… no sé… con suerte y con eso de que el Mundo, por algunos lares, todavía parece vivo y con ganas de rehacerse, os mando esta carta como un no saber lo que hago, para ver si haciéndolo algo se hace. ¿Me explico?

No. Posiblemente no.

Pero es lo mismo. Estaba yo pensando que… pues un buen regalo de Reyes, no ya para mí, sino para la gente en general (si hubiera la gracia, por ahí de que siguiera habiendo gente en general), pues que no volvieráis.

No hace falta. En serio. No vuelvan. Los próximos Diciembres y Eneros, olvidense. No aparezcan por aquí.

No lo hago con el espaviento de aguarles la fiesta a los amantes de las Navidades, ni con rabia o coraje de ver sus carotas de sonrisas. No. Lo hago desde el temple helado de quien ya capeó el temporal y simplemente, con tranquilidad, dice ‘no’… ‘Ya no vuelvan.’

Con una honda, límpida y sana tristeza os lo pido de favor. No volváis. ¿De verdad créeis que lo que hacéis por acá es realmente importante? Hombre, y puede ser que aguno de entre los de acá piense lo mismo que ustedes. Que sin esas fiestas de súbitos tonos carmines y lucecitas de Navidad, la vida de los mortales sería terriblemente aburrida. Que Diciembre y Enero son los mejores meses del año porque se ve a la familia, se toca el pandero, se canta por las calles, se hacen monicos de nieve, se regalan cachivaches, se come turrón, romeritos, tamales, mariscos, cavas, sidras, whiskey, vino bueno, aves gordas, lechones, corderos, uvas, postres, mazapanaes, polvorones, roscón de vino y de reyes, ponches, cacahuates, mandarinas, dulces, coco, pan de jamón, galletitas, bla bla bla…

Y hombre, vamos, puesto de ese calibre, cualquiera se va con el engaño… cualquiera dice: Diciembre y Enero son los mejores meses del año, y por tanto estos reyezuelos de tres al cuarto, así como ese alcahuete turco de Myra, son absolutamente necesarios para pasarnolo bien y sonreír y hasta abrazar y sentir cosas bonitas y…

No, no, no… ¿Es que no veis el engaño tan simple, reyezuelos? Que todos los largos meses que arrastran los días, los años, las horas vueltas, revueltas y desenvueltas con la lentitud del letargo, rutina y quehacer, son justamente producto de esos meses de jarana y posada perpetua. Que esta bestial orgía de consumo y fiesta sólo se sostiene a su vez por la contra, por la aridez absoluta del resto del año.


Así que no os preocupéis, mis reyes, que ya los Hombres, cuando no tengan que esperar a Diciembre para festejar, ¿quién sabe? Ya se le olvide también esa manía de ir contando los tiempos en periplos orbitales alrededor de la estrella preponderante de este vagabundeo de materia en la nada.

Anden, haganme caso. Regálenos eso… si nos olvidan, si realmente se olvidan de nosotros. Si acaso el calendario se olvida de pasar y ya no hay ni Diciembres ni Eneros, (y sin Diciembres y Eneros, ¿cómo iba a acabar los años y a comenzar los siguientes?), se olviden ya los hombres de los tiempos, el sol se anime a salir por el norte y esconderse entre el levante, los hombres se olviden de trabajar, los telediarios se acaben por fin y los periódicos no tengan más remedio que reeditar las fechas pasadas para rellenar el tiraje de noticias. Ay, reyezuelos míos, se me hace agua la boca.

¡Quizá entonces no tengamos que esperar lo largo de los 365 días para descorchar una de cava, abrazar a alguno sin motivo o simplemente no tener la estúpida prisa militar de los trabajos!


Sinceramente suyo,
A. V. O.

P.D.
Disculpad no haber sido todo lo breve que hubiera deseado.


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