lunes, octubre 04, 2010

Señorita de mis amores



¿Te acuerdas, corazón? ¿Te acuerdas?

De esa luz sin luz. De ese mareo al navegar en la noche en aquel laberinto de frío y de concreto: bajo ese perpetúo amarillo como de sol tornaenlutado, cayendo a borbotones por las farolas espaciadas en escasos cuatro metros. Una tras otra, otra tras una, y tú, corazón asombrado de ver los autitos apiñados sofocando toda visión, todo portal, todo arbusto, toda flor.

¿Te acuerdas, verdad? De ver su sonrisa por el retrovisor e ir imaginando en aquél frío las tristes almas de las que tú formabas parte, de la que tú, algún día, te contarían igual que yo, desde un auto en movimiento. ¿Te acuerdas, corazón, que te viste en una de aquellas ventanas y se te heló de terror el espinazo? ¡Y acaso ahí mismo habrías caído muerto si no fuera por esa blanca mano! Esa blanca mano salpicadita de pecas, que no soltaba yo nunca…

Pero ahí que tú y yo íbamos, un poco perdidos como lo estuvimos siempre allá, un poco como ensueños –a veces, porque no decirlos, con tufillos a pesadilla, como un sueño que de pronto se vuelve tan real que me lo creo- y ella se bajó a recogerla. Y nos pidió que nos quedáramos en el coche. Que ya se encargaba ella. Y tú y yo, asustados, entre comedido y aturdido, y… muertos de frío. Desconocedores, como éramos, de ese frío tan horrible que solo curaba el sol de la tarde que flambeaba nuestros cuerpos… pero…
Pero los cuerpos eran lo de menos.

Lo importante es que ella ya volvía.

Y cuando a mí, incauto me sorprendió la mano blanca en el cristal y me dijo: Baja, vamos, que tienes alguien a quién conocer.

Y sin saber muy bien que hacer, salí titubeando ante el helado frío de aquel enero y caminando, guiado por la sonrisa conspiradora de ya sabes quién, riéndose por dentro de tamaña villanía contra este torpe profano que iba ser maravillado por un acto de magia blanca y linda.

Vi, allá a lo lejos, una figurilla, casi un muñeco, detenido de espadas hacia a mí: abrigo azul celeste, la cabeza gacha, escondida entre los hombros, el gorro echado en los cabellos, en silencio cubierto de esplendor amarillo y helado frío…

Ya sabes quién me mira y me dice: Ve, ve… y yo, pensando que tenías vergüenza o qué se yo. ¡Vergüenza! Y apenas voy acercándome, lentamente, con no poco de miedo por verte así vuelta de espaldas… y antes de que pudiera y acercarme del todo, te giraste como el fin de un eclipse con una sonrisa chimuela, una cara toda mofletes, y antes de que yo pudiera decir nada, dijiste:

Mira mi nuevo patinete… y te lanzaste calle abajo con él, y yo me quedé entre encandilado y entorpecido. Y tú calle abajo, manoteando como un muñeco con las pilas mal colocadas, volviendo y girando alrededor que no pude menos que reír.

Ay, mi niña blanca, mi niña rubia. Tan blanca la niña que se me perdía entre los soles de junio. Tan bonita la niña florecida de perlas de lechecilla en la boca que iba dejando por ahí olvidada con el paso de los tiempos.

Con ese especie de empeño proletario por la alegría, era como si todo tu amor lo convirtieras en sonrisa, en juego, en pregunta. Correteo, risotada y ya las últimas con esas manzanotas blancas aporreando lo blanco y lo negro para arrancar al silencio, despertar al vecino de la siesta y de paso sacar ese canturreo que yo te notaba cuando solita te tumbabas de rodillas a pasear a tus monigotillos, un perenne canturreo que iba arrullando toda la habitación.

Abejilla de amor con los soles entretejidos en tus cabellos. Señorita de mi amor, ¿te acuerdas cuando paseábamos, corazón, de su mano y le iba sonsacando sus preguntas? Y le buscabas la duda, se la remirabas en sus ojillos morenos de sonrisa.

Sí, me acuerdo… de algo, no de todo.

¿Y ella?

Quizá, no sé… ¿qué importa? Lo que importa es que se acuerde de ella misma volando en su patinete, calle abajo… con los pelos desvolándose poco a poco, lo importante es que se acuerde de su cuarto, de su ya sabes quién recogiéndola en los brazos, de sus amorcillos desperdigados por los barrios, de las escapadas del cole al campo con un fuet y una barra de pan, de los paseos nocturnos entre higueras y sáuces y olivos, de esos paseos entre las avenidas de Getafe con la tarde persiguiéndonos los talones, el juego de aviones…

Lo importante es que esa abejilla de la alegría siempre se acuerde de que tendrá un huequito reservado allá donde vaya, no importa nada ¿no es así corazón?

¿No es así, corazón?


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