Estaba yo con mi hermano, la otra vez, en una cantinucha de mala muerte, cuando él, de pronto, sin venir a cuento, alzando puchero compungido como mal de amores, vino a quejarse, aterradamente, de mi sobrino de escasos tres años. Y me dijo: «Ay, Daniel, ya no sé que hacer, no sé… pero Fernandito no para de hacer las cosas más extrañas que yo haya visto. Nos tiene a mí y a tu cuñada pendiendo de un hilo, entre médicos, consultas, revistas de pediatría… no sé…»
Y en fin, tuve que sonsacarle la información que entra tanto lamento y autocompasión no se dignaba en soltar. Resultó pues que lo que Fernandito, el pedacito de cielo más gracioso que le ha salido nunca a chocho alguno, se ponía a coger el teléfono cuando no había nadie del otro lado de la línea y se ponía a hablar solo. «¡Pero no sólo habla! ¡No! Discute y todo… se inventa cada cosa, como si del otro lado alguien le estuviera respondiendo… ¡ay! ¡ay! ¡qué miedo! A ver si mi niño va estar medio loco…!» (Naturalmente esto no lo decía él, pero sus ojos y su seriedad me lo chillaban a la cara).
Yo, francamente, me puse triste. No por el hecho de que su padre estuviese tachando de loco a Fernandito, ni mucho menos porque creyera yo que Fernandito ya le iba germinando la semilla de la esquizofrenia… no, era porque me daba cuenta de que Fernandito ya estaba creciendo. Ya se estaba volviendo loquito como sus papás.
«Imbécil», le dije bastante molesto de que me tachara a mi sobrino favorito de loco, «¿no te das cuenta de que lo único que hace ese cielo que tienes por hijo es imitarte a ti, pedazo de baboso? Lo que está haciendo es simplemente aplicar el sentido común a ese aparato monstruoso y enloquecedor que es el teléfono… ¡el único loco eres tú por creer que hablar por teléfono es lo más natural del mundo y no cabe duda que estás enseñando a tu hijo, a que eso es lo natural!»
«¿No te acuerdas cuando nos sentábamos a poner el ATARI? ¿No te acuerdas de que esas máquinas de cachiporra estaban locas? ¡No te acuerdas ya! ¡Te parece de lo más normal y corriente que los ATARI funcionaran a hostias consagradas, a soplidos de cartuchos, a lametones de niños impacientes! ¿Te acuerdas que movíamos el cartucho de un lado al otro, buscando quién sabe qué mágica conexión para que se abriera el mundo virtual ante nuestra pantalla? Con nuestro sentido común, sabíamos que las máquinas pueden estar locas, que de repente les da por hacer lo que les sale de los cojones y uno tiene que apelar más a la religiosidad que a las chuminadas de los informáticos o ingenieros. Pero ahora tú vas de racional, de que todo tiene que tener un por qué, que el pobre Fernandito, está loquito, en ves de verte a ti durante un momento ante un teléfono, con la oreja pegada al vacío, ya ni siquiera sin cable, sin nada, como si esa voz estuviera viniendo de un más allá de quién sabe dónde. No, Fernandito lo que le pasa es que está aprendiendo la locura de las máquinas, no te preocupes… al final acabará como tú, tan cuerdo, tan hundido en esa normalidad de vivir rodeado de artificios extravagantes como si fuese la naturaleza misma.»
3 comentarios:
Y volvió....
Ha ocurrido un milagro, jajaja. Lo veo todo mucho más claro que antes.
¿Será por la locura de las máquinas?
Besos
Na! Eso no es por la locura de las Máquinas. Es limpieza de primavera. Se conoce que estaba todo esto gris y lleno de polvo. Le di un soplido y le pase un trapillo y quedó como nuevo.
:D
¡Saludos!
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