martes, marzo 23, 2010

¡Qué pereza! / ¿Qué es pereza?

(Gustave Courbet, Las mujeres dormidas o La pereza y la lujuría.
Sobra decir que a ninguna de estas dos guapas señoritas nos referimos en el texto de abajo.)

De repente, cuando estaba a punto de dormirme, pensando en las cosas que van y vienen en los problemas de la gente –de gente particular, pero que no viene al caso nombrar aquí, ya que puede ser yo mismo o cualquiera-, pensé: ¡tanto problema, tanto problema! Si en realidad todo le pasa por pereza.

Y de pronto ese palabro: PEREZA, se me empezó a deshacer en los labios. Pereza, pereza, pereza pereza pereza perezaperezaperezapereza. ¿Qué es pereza?

No, no se preocupen: por desconfiar y sospechar de la pereza, su servidor –ni ninguno de los que estemos por aquí abajo tirándole piedras a la Realidad-, les recomendará jamás el esfuerzo y el trabajo. Jamás. Se aclara por si se malentiende, que me consta que es posible.

Pero volviéndonos a lo que nos ocupa, es que no podía dejar de pensar en eso: ¿Qué es la pereza? Y me decía: Pero la pereza era un pecado… ¡y de los capitales! Así que ¿por qué ahora venía yo a sospechar de una cosa que se supone que tenía que ser un atentado mayor a las gracias divinas de Dios? ¿Por qué ahora esta incomodidad mía frente a la pereza? ¡La mía y la de los otros!

Porque yo también soy perezoso. Perezoso como el que más. Cada vez menos, pero pues, sí lo soy y lo era. Recuerdo más niño cuando estaba con mis padres, veía al viejo que se empantingaba su cachucha violeta, sus calcetines a media pantorrilla, sus pantaloncillos cortos que dejaban a la vista sus dos carrizos blancos y delgaditos y se iba a caminar a la montaña. «Vente, D. me decía.» Y yo, con la pereza acogotada en la garganta, y la tristeza de tener que desairarlo, le decía… «Otro día». La verdad es que el viejo me daba tres vueltas con sus ganas de ir para arriba y para abajo. Recuerdo que una vez en que le acompañé, me dejó atrás apenas comenzar y me dijo: «Nos vemos en la meseta.» No le vi el pelo en las tres o cuatro horas que se tarda uno en llegar a la meseta… Solo pensaba: «Me caguen dios, se supone que este sacrificio lo hice para pasar un tiempo con mi padre…»

Soy y sigo siendo un perezoso. Y me molesta ver la pereza en el resto de la gente (y en mí, y en mí), pero… ¿por qué? ¿Qué es esta pereza? ¡No puede ser la misma del pecado capital! No, no puede ser. ¿Cómo va a serla? Si esta yo la veo tan extendida y tan canónica que más bien parece el Santo Credo en todas las bocas. Si ya sabemos por qué nadie lee este blog, ni el de al lado, ni el de más allá, ni todos los que más o menos intentan –por lo menos lo intentamos, joder- decir algo: por pereza. Nadie escribe en condiciones por pereza, nadie lee con cuidado con pereza, nadie piensa, habla y dice todo lo que tiene que decir muchas veces por pereza. Pereza de meterse en barrizales, pereza de todo y por todo.

Así que esta pereza no puede ser pecado. Si entendiéramos que el pecado es lo que molesta a Dios, lo que atenta contra él; esta pereza que traemos encima parece más bien que le ayuda, le viene bien. Le hace estar más cómodo allá arriba, mientras aquí todos bostezamos.

Y es que esta pereza no es pereza. No puede ser simplemente pereza, gana de no hacer nada y dejar que todo se aburra de su propio ser. Lo que aquí pasa, lo que pasa en los momentos en que las personas se sienten atrapadas por su pereza -¿por qué, dígame usted si a veces no se siente ya asqueado de la pura repetición de lo mismo y lo mismo en la comodidad repantingada de su flojera?-, es otra cosa. ¡Tiene que ser otra cosa! A ver, porque no es una pereza que da gusto… como solo pueden dar gusto los pecados. No, no, al contrario. Es una pereza que da agobio, que incluso no le deja a uno hacer pecados… una pereza que con el solo hecho de serla le viene muy pero que muy bien a todas las Santas Gracias que sostienen la Realidad.

Y es que es, justamente, una pereza de hacer algo en contra de la Realidad. Una pereza de agachar la cabeza y dejar que la vida siga corriendo a sus anchas a su perdición en un futuro ya sabido. Es la gana de olvidarse de hacer algo aquí y empeñarlo todo por un futuro, una comodidad, una vida siempre futura. Me sorprendo mucho cuando traigo a la memoria esos miedos que cuando entraban todos mis amigos en sus respectivas licenciaturas y dimplomaturas de podredumbre –y yo naturalmente, me apuntaba a la mía, claro está-, todo el mundo tenía ese miedo en la flor de los labios: ¡trabajo! ¡futuro! ¡mañana! ¡dinero! Y yo, más o menos contaminado por semejante miedo, me comía un poco la cabeza sí, pero a la misma vez decía: ¡bua! ¡Si al final a todos nos dan por el culo! ¿Encima voy a estudiar lo que me manda el futuro?

Y realmente, realmente la vida no es tan mortal como la pintan, ¿no es así? Ya, ya, aquí exageramos a veces un poco los amargores de la Realidad –y quizá hacemos mal, yo no lo niego-, pero realmente la cosa no es tan grave… no es tan grave, quiero decir, cuando se trata de dinero y de pensar las cosas con tranquilidad –aunque me consta que los niños siguen sufriendo e inculcándoles ese miedo vivo y claro para que no se salgan nunca del redil-. Entonces, ¿por qué hacen eso? ¿Por qué todos seguimos tan tranquilos en el lugar que nos corresponde? ¿Por miedo? ¿Por pereza?

¿Y no será que la pereza es miedo? ¿Qué hay algo aquí adentro que teme, sí, teme, que se desgarre ante cualquier posible hacer? ¡Pero digo un hacer que de veras haga algo! No trabajar, ni construirse un futuro, ni hacer una familia, ni pagar el diezmo en la misa, joder. Digo hacer algo que sea hacer algo de veras y no simplemente hacer lo que ya estaba hecho, lo que ya estaba mandado hacer desde siempre. Esa pereza que mantiene todas las cosas en su sitio como una inercia saludable para el sistema. ¡Y qué bien le viene marcar a fuego en el corazón de los hombres al sistema creer que lo único contrario a la pereza es el trabajo!

¿Y no habrá otra cosa? ¿No habrá algo por ahí que no sea ni una cosa ni la otra? Que sea así pura acción… acción más alegre que la pereza y sin esa mortaja de tedio que lleva encima el trabajo.

¡Seguramente algo de eso tenía la otra pereza! (Me refiero a la pereza del pecado capital). ¡Sí! Esa pereza que no agrada a Dios sólo podía ser algo que no estaba hecho, algo que podía hacer que los horarios se incumplieran –aunque claro, hoy todo Cristo respeta su sacrosanto horario, y seguro que hasta algunos apuntan en la agenda una hora para hacer el perro y tirar la hueva.

Pues habrá otra cosa. Habrá otra cosa.



9 comentarios:

awacat.es dijo...

Veo y leo que lo de la pereza va contigo, bueno, conmigo a veces, pero muy pocas, y dependiendo de y para lo que sea. Como todo el mundo mundial.

Me pregunto cuánto tardas en escribir uno de tus post. Cómo llegas a él, lo digo por otros anteriores muy muy elaborados y documentados.
¿Acaso dudaste alguna vez que yo no conociera la obra de Juan Rulfo?

Hoy te haría muchas preguntas pero me da pereza, jejeje.

(Lástima que no sea bebedora de tequila, pero me encanta México y me unen muchas cosas a ese país, aparte de Guadalajara y otros sitios relacionados).
Un beso

Antropóloga à la dérive dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antropóloga à la dérive dijo...

L'invitation au voyage
La invitación al viaje

..................................

¡Mi niña, mi hermana,
piensa en la dulzura
de ir a vivir juntos, lejos!
¡Amar a placer,
amar y morir
en un país como tú!
Los mojados soles
en cielos nublados
de mi alma son el encanto,
cual tus misteriosos
ojitos traidores,
que a través del llanto brillan.

Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.

Muebles relucientes,
por la edad pulidos,
adornarían el cuarto;
las flores más raras
mezclando su aroma
al vago aroma del ámbar,
los techos preciados,
los hondos espejos,
el esplendor oriental,
todo allí hablaría
en secreto al alma
su dulce lengua natal.

Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.

Mira en los canales
dormir los navíos
cuyo humor es vagabundo;
para que tú colmes
tu menor deseo
desde el fin del mundo vienen.
Los soles ponientes
revisten los campos,
la ciudad y los canales,
de oro y de jacinto;
se adormece el mundo
en una cálida luz.

Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.


Charles BAUDELAIRE
Traducción de Luis Martínez de Merlo

Alejandro Vázquez Ortiz dijo...

Blanquis: Hum... La verdad no sé como llego a los posts. Nunca lo he sabido. Cosillas que le surgen a uno. Poco más. Tardo... según.

Hombre, no sabía si conocías la obra de Rulfo. Es muy conocida su literatura, pero menos se sabe que también hacia foticos.

Jajaja. ¿Qué preguntas harías?

Alejandro Vázquez Ortiz dijo...

A la deriva: Me apunto, me apunto. Maleta en mano. Cualquier cosa para huir de estas proseciones y playas turísticas. Cualquier cosa que sea huir de aquí.

awacat.es dijo...

Lo de Blanquis me ha llegado al artefacto, jajaja.

Primera pregunta: ¿De qué huyes constantemente?

Tranqui. Piénsalo bien antes de contestar porque yo soy muy curiosa y cuando me pongo con los cuestionarios....

Besos

Alejandro Vázquez Ortiz dijo...

Esa pregunta es muy difícil de responder. Y no se preocupe, lo que pregunte será respondido.

Así a bote pronto, últimamente quiero huir de mis prejuicios, de mis educaciones, de mi hombría, de mi nombre, de mí mismo, en resumen.

Eso para empezar. También estaría bien huir de Madrid, de España, de Europa, de cualquier Estado en general, creo yo. Que no me pida ni carnetes ni pasapaportes, ni emperdonamientos, ni nada por el estilo. Así un lugarcito bonito se me antoja. ¿Habrá uno de esos? Y aún más importante... ¿me atrevería de verdad a irme o solo estoy quejándome solo?

Eso no lo sé, nu lo sé.
Besos!

awacat.es dijo...

Pues parece que ya se ha ido al lugarcito y sin despedirse.:(

Besos

Anónimo dijo...

La pereza que debe dar ser usted. ¡Puaf! Qué horror, qué trabajo. Firmar sus textitos y mandarlos, mordiéndose las uñas... Bah... Qué trabajo y qué basura de blog.