Ya vuelven otra vez esas fiestucas fúnebres para ir matando el aburrimiento del año… ¡Qué importante es matar al aburrimiento! No se vaya a dar uno cuenta, en esa flor viva de razón que suele revivir cuando esa vorágine de los trabajos se detiene un poquito, de que es uno el que ya está bien muertito y embalsamado.
Ay, y es que yo ya no sé que me da más tristeza. No lo sé… si acaso la rabiosa alegría con que se lanzan a la calle los mozos a tirar sus artificios de pólvora y repartir alcoholes, justo y sólo en el momento, en el que Dios se lo manda, o si acaso la ansiedad enloquecedora de ver las lucecitas de los centros comerciales rebosantes de familias dispuestas a entregarse a las delirantes orgías del Amor que el Señor nos da en forma de Santa Closes y ofertuchas en regalazos a tuti plé, o será la cogorza atragantada de la Santa Familia de Misterios siemprenvuelta que se abrazan en la más extraña de las cenas del año…
Pero no… ¿saben qué es lo que más me entristece? Pues que con el haber yéndome creciendo… y que yo creía que esto era pura hipocresía. Que no podía ser así, que no había manera de que esta mentira se sostuviese por tanto tiempo, de pronto me encontré en mí mismo ese terror malsano. Esa angustia por el festejo, esa gana de morirme en la borrachera más grande del año, de ver en mí y en mis alrededores próximos la fe de las Navidades… ¡eso fue lo que acabó por matarme!
¡Qué esto era de verdad! Que no había mentira por debajo…
Que se siente un no sé qué de angustia que acaba a uno por volverlo loco si no festeja, si no tira los cuetes, si no se abre unas cervecitas, sino corta el pavo… y sólo con una fuerza de voluntad, más poderosa que yo mismo, a veces sumido en el más totalitario de los olvidos, he conseguido sobrevivir a estas Fiestas en años pasados… increpando a unos, gritándole a otros, llorando a solas, cagandomeenlaputamarserena de la Realidad entera, y…
¡Y esa fe que le tenía yo, sin saberlo ni quererlo, a la Fiesta, sólo se la podía quitar, quitándome yo de en medio! Sólo la podía romper a condición de romperme yo.
Y quizá pasó, no sé.
Y ahora, vuelven. Y quería decir lo triste que son: Que cuando el cariño se hace carne en un puto brindis de mierda, está ahí todo el amor de la Santa Familia que se entrega a sí misma todo el alcance de su Vida. Que no… que no hay más.
Bueno… no hay más en la Realidad. Y quizá ese es el error (mío y de todos los Santos Suicidas que este año nos abandonarán) que aún seguimos esperando algo que nos llueva desde arriba: de la Familia, del Niñito Jesús o de Santo Nicolás de Bari el alcahuete turco.
No lo sé.
Sólo se que hubo un Verbo… y que se le quiere callar desesperadamente a base de cogorzas de güisqui y coca-cola… que la Realidad necesita que guarde silencio… y poco más.
Oy comamos y bebamos
y cantemos y holguemos
que mañana ayunaramos.
Por onrra de san Antruejo
paremonos oy bien anchos,
enbutamos estos panchos,
rrecalquemos el pellejo,
que costumbres de concejo
que todos oy nos hartemos,
que mañana ayunaremos.
Honremos a tan buen santo,
porque en hambre nos acorra,
comamos a calcaporra,
que mañana hay gran quebranto.
Comamos, bebamos tanto,
hasta que nos reventemos,
que mañana ayunaremos.
Bebe Bras, más tú, Beneyto,
beba Pidruelo y Llorente,
bebe tú primeramente,
quitarnos has deste preito.
En beber bien me deleyto,
daca, daca, beberemos,
que mañana ayunaremos.
Tomemos oy gasajado,
que manana viene la muerte,
bebamos, comamos huerte,
vamonos para el ganado,
no perderemos bocado,
que comiendo nos iremos,
que mañana ayunaremos.
(Cancionero de Juan de la Encina, 1492)
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