jueves, diciembre 11, 2014

¡Feliz día del banquero!

No parece ser ninguna casualidad que el día del banquero y el de la Santísima Vírgen de Guadalupe sean el mismo. Es más, ya podríamos borrar la diferencia entre uno y otro caso y pues llamarlo sin más Bancomer admirabilis o Santa Patrona de todos los Banortes. Y bueno, que es que, yo ya venía un rato barruntando esto de que los Bancos cada vez más parecen iglesias (y las iglesias, bancos), así que ya para que seguir confundiendo a la peña de que son dos cosas distintas. Un solo Dios tripartito.

Rituales, fe, castigos, mandas que aunque pareciera que solo se trata de un negocio de meter y sacar dinero, pero la cosa tiene su escatología. Y un husmo de mareo y de vómito me da siempre que tengo que entrar a uno de esos templos de fe. (Curioso caso que en Grecia misma, sin haberse perdido en tejemanejes de las derivaciones etimológicas, al "crédito bancario" lo llaman con el mismo significante que "fe", esto es pistis). La propia reforma del pagano (otra divertida coincidencia de los caprichos de la lengua, que es el no-cristiano y al final, el que paga), que tiene que aceptar y comprender las jergas molestas y especializadas que si amortización, que si egreso degrabable, que si impuesto inflacionario para PyMES y crédito revolvente quincenal, gravamen sobre el IPC de anualidad cero, etc.; y a través de esa molienda y remolienda le van metiendo al pagano, la misma idea al fin que la Iglesia Santa Romana, que estar bien con ellos es por nuestro propio bien.

Amén de todas esas peligrosas controversias teológicas de antaño, como al de la predestinación en el s. IX (de Godescalco de Orbais) o la del intelecto separado en el s. XIII (de Sigerio de Barbante), que lo que se encontraba en juego era, ni más ni menos, que el peso e importancia del Sujeto (del creyente, del cuentahabiente, por decirlo en términos contemporáneos) y el empeño de la ortodoxia de Rábano Mauro o Santo Tomás de Aquino era precisamente salvaguardar las almas y su libertad. Libertad únicamente para hacer lo mandado, lo hecho. 

Con el banco, lo mismo. La cosa fundamental es hacer creer al personal que cuando hablan del dinero, están hablando de usted. Esto es el sujeto mismo es ya puro dinero. Precisamente la desaparición del comercio se puede ver en que ya uno mismo es la única mercancía que se puede comprar y vender. (Pues uno mismo es ya su dinero puro). Y al final, cualquiera de nosotros, a regañadientes como uno, o lleno de fe y creencia en la salvación de su alma, hace la cola en banco, como antiguamente las hileras de pecadores ante los confesionarios. Y el trámite, nada gratuito del movimiento dierario, se hace precisamente para el bien individual (y sumando esos bienes individuales, la banca deduce los parabienes nacionales, mundiales y universales). 

O también podemos rastrear esta cambio (para ser lo mismo), del paso de la celebración del santoral católico a la celebración del onomástico personal. Pues el cumpleaños feliz es la fiesta máxima y perfecta del sistema capitalista: la celebración del individuo y el recordatorio perpetuo de su muerte. Una memorabilia vacía que colma de sentido solo en nivel personal.

Y sin embargo, ¡nada más imposible que tener dinero! Si es precisamente para el Estado (y la Banca, que con las reformas hacendarias cada vez se vuelve menos distinguible el uno del otro) que se mantienen las cuentas. Es precisamente para el estado que contamos el dinero que entra y sale y se produce. Pues el dinero (no solo su residuo material de cuproníquel y papelitos morados, sino el número mismo que representa la enormidad del PIB) es del Estado y siempre del Estado (o de la Banca, o de la Iglesia, que para el caso es lo mismo) y su ser y moverse es sólo para él. 

Porque, aunque ese ya sea otro tema y se nos descubra un venéreo de reflexiones todavía por hacer y precisar, el dinero (y usted y yo mismo, claro esta, que ya dedujimos que solo somos puro dinero) convive con una dialéctica contradictoria entre su moverse (moverse para multiplicarse) y su ser contado. Porque para contarlo hay que detenerlo. Para que se multiplique, tiene que moverse. Y así, se podría enunciar un principio de indeterminación del Dinero, tal y como Werner Heisenberg enunció la indeterminación de las subpartículas atómicas, es decir: que mientras el dinero se está multiplicando, no se puede contar; y a la inversa, mientras se cuenta, no se puede estar multiplicando. 

Esta dialéctica (tan parecida a tantos milagros teológicos, como la de la de la hermosa figura de la esfera sin centro, primera definición de Dios del libro de los veinticuatro filósofos) produce la indeterminación suma del Sumo Bien. 

Feliz día del banquero. 

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