viernes, febrero 24, 2012

El triunfo de la muerte


Cuando estos huesos tuvieron, casi por casualidad, que pasearse entre las galerías del Museo Nacional del Prado, ya sabían la existencia de este cuadro por demás medio morboso de Brueghel. Así que cuando llegué a la galería de la pintura flamenca me quedé un rato viendo este cuadro e imaginando toda esa estética medievalista apocalíptica: los cartujos que entran danzando a rostizarse en las llamas mientras cantan loas al señor, las procesiones de penitentes que caminaban de un lado al otro de Alemania azotándose las espaldas gritando que el fin de este mundo pecador estaba cerca, los cadáveres olorosos de las brujas en los Países Bajos, la hediondez de las piras de muertos ardiendo consumidos por la lepra y la peste... y en fin, todas esas lindezas que parece que la modernidad se empeña en hacernos pensar del medievo, un poco por no tener nada que decir y otro tanto para hacernos creer que todo eso no eran más que supercherías de ignorantes y fanáticos.

Y claro, frente a ese cuadro y esta representación de las épocas, un no puede evitar la suspicacia. ¿No eran aquellas alegres canciones del Carmina Burana unas tonadas llegas de alegría y desenfado? ¡Mucho más que las taciturnas e idiotizadoras canciones de amor por el ideal o jolgorio para el beber que hoy padecemos en esta época moderna! Los goliardos no lo pasaron tan mal: In taberna quando sumus. Y aunque es verdad que los Carmina Burana ya se acercan al Renacimiento Carolingio, no es menos impensable que antes al pueblo -ese pueblo que no es nadie y que, por consiguiente, no entra en la Historia- no le debería de ir tan mal.
Y sin embargo, lo que nos queda es el miedo. ¡El miedo a la muerte! Ya no entraremos aquí en las consideraciones acerca de la propia muerte, sino sólo en su miedo... Aunque, nada más para dejarlo ahí, sacamos aquella frase de Epicuro que ahora mismo no recuerdo en qué fragmento está, de que a la muerte no se le tiene que tener miedo porque no es una cosa que le ocurra a uno. Creo que de estas lindezas ya hablamos en otra ocasión y no quiero dentenerme más en ello. Lo básico de la muerte es que sea siempre futura y que nunca llegue a su término. Basta con que tengamos esa idea fija de lo malo de la muerte para que la sarta de cartujos se lance al fuego o los penitentes ronden plañendo en las calles.

El trampantojo está montado independentemente de las épocas. Lo vivimos hoy mismos, que si crisis, que si narco, que si SIDA, que si banco. Y ustedes me disculparán que ultimamente esté hablando de casos concretos en este intento de desmontar la Realidad, cosa que ya me he pronunciado en contra. Porque cuando uno habla de casos concretos, tiende mucho a perder la perspectiva de lo general y la verdad uno patina mucho en cosas contingentes... valga la aclaración para decir que si nos valemos de verbigracias son únicamente en loor de su utilzación para mostrar lo que está pasando en todas las sociedades en mayor o menor medida, apuntalando estas u otras instituciones de la Realidad.

¡Y es que la muerte es la mayor institución de la Realidad! ¡La primera, si tomamos en cuenta que el tiempo cronológico prácticamente nace junto con la muerte misma!

Pero a lo que voy. Ha vuelto sobre la mesa este debate sobre la pena de muerte en los territorios de México, debido a los sucesos que acontecieron hace unos cuantos días en el penal estatal de Apodaca en Nuevo León. Informarse de las noticias es algo muy penoso, así que digamos que durante una jornada cualquiera, celadores y prisioneros decidieron exterminar a 44 reos de la banda contraria y después darse a la fuga. Los nombres, por ahora, son lo de menos. Que si gobernadores, que si directores penitenciarios, que si esto que si lo otro. La cuestión sorprendente es que ante estos sucesos la gente está a nada de celebrar la muerte de 44 personas simple y sencillamente por su noción de culpabilidad criminal.


Aunque ello tuviera su sentido, no vamos a meternos -aquí y ahora- a debatir qué sea eso de la culpabilidad criminal o cómo el Estado y Capital fundidos en una sola y única Realidad vienen a producir sistemáticamente criminales a través de sus leyes y sus administraciones. No. Vamos a saltarnos eso, porque aún nos distraería de a donde quiero ir.

Y sobre este clima de crispación, vuelve la burra al maíz, vuelve a estar sobre la palestra (no tanto en los medios, sino en el cruce de pláticas con el común) el tema de la pena de muerte. Y si tanto eco se oye entre la gente, ¿será porque realmente lo quieren? ¿Realmente quieren entregar al Estado (y un Estado completamente disfuncional) el poder para disponer de la vida de cualquiera según las legalidades burocráticas pertinentes? ¿Por qué íbamos a desear que el Estado tomara semejante decisión?

Independientemente de cuestiones morales, de quitar una vida, de matar, en suma. La pregunta es: ¿hasta es punto ha triunfado el miedo? Miedo que no es otra cosa que temor a la muerte. ¿Hasta ese punto ha llegado la propaganda y la exposición en los medios de las imágenes de terror? El telediario acaba cumpliendo las funciones de la fachada de una catedral o de este arte apocalíptico de Breugel: el de procurar el triunfo del miedo, que la gente tema de todo. Hasta de los prisioneros que están tras las rejas.

Y ahora planteamos la pregunta: ¿a qué le tememos? ¿A qué le tenemos miedo? ¿A la delincuencia? Pues parece que sí y parece que no. O mejor dicho, parece que el miedo a la delincuencia es sólo una caricatura monstruosa de un miedo del que los propios narcotraficantes, asaltantes y secuestradores son parte. ¿A qué le puede tener miedo un secuestrador? ¿Qué es lo que hace que funcione tan bien este sistema en dónde llega un punto en donde policías y criminales son absolutamente indistinguibles? ¿Qué es lo que nos hace tener miedo?

Al final, reponiendo a esas preguntas volvemos a esa cuestión que no debemos olvidar: la Realidad, por más que se presente en forma de asesinatos y secuestros y robos, no sigue siendo mas que una pura ilusión. Una ilusión sangrienta y violenta, pero una ilusión al fin.

¿No será una cosa accesoria pedirle al Capital y al Estado que nos den pena de muerte? Si al final todos estamos medio muertos y medio condenados. Entregados al trabajo o a cualquier otra actividad, el sustituto de vida acaba llevándoselo todo: las muertes violentas son algo que solo están ahí para distraer y horrorizar, haciendo creer que por no tener una muerte violenta o pobreza o drogadicción, tenemos una vida.

Si todo se trata de una ilusión, y como decía mi maestro: "El fin del mundo ya ha tenido lugar...", hay que decirlo claramente, la Realidad se construye gracias al miedo y luchando contra el miedo, es como se lucha contra ella.



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