lunes, agosto 30, 2010

Del cielo a la tierra y de vuelta otra vez


La tierra siempre es mujer. Una mujer que tiene que ser conquistada, arrasada, convertida en ciudad y colocarle el nombre -ya Propio, ya del dueño, que en poco se diferencian- y así decir: ¡Ea, estás entrando en La Villa de Nuestra Señora de Monterrey o esta finca es de don Alvargonzález!

La tierra, esa tierra sin nombre, anónima, gratuita, destejida y desencajada de la Realidad, pronto acaba convirtiendose en fraccionamientos, propiedades, en poco más que espacios geométricos trazados a escuadra y cartabón entre los catastros y bibliotecas de los ayuntamientos.

Y, bueno, alguno saldrá con la idea de que es de esa manera en que las organizaciones estatales, las instituciones gubernamentales y económicas no tienen otra manera de organizarse, y ante esa triste imposiblidad ya quedan justificadas todas las maquinaciones de los gobiernos por ponerle nombre y geometrizar al mundo. Sin embargo, si esto fuera una de esas cosas puramente modernas, hechas para y por el estado que hoy padecemos... pero lo cierto es que es una constante esto de intentar que el suelo se vaya pareciendo cada vez más al cielo... o por lo menos al cielo que los antiguos creían vislumbrar en lo amplio y vacío de la noche.

De eso ya hablamos una vez. Pero se me regresó a las mientes cuando leía un auto sacramental de Valdivielso, El Peregrino, en donde un Pregrino que se marcha a Tierra Santa se enfrasca con en un diálogo con la Tierra misma:

Peregrino:
Déxame que busque el cielo,
pues que fuy para él criado.

Tierra:
¿De tu madre es bien te austentes
con deliberación tanta?

Peregrino:
Yr quiero a la Tierra Santa,
que es tierra de los vibientes.
Si en ti no ay cosa segura
ni permanente ciudad,
dime, ¿no es temeridad
que no inquiera la futura?

Tierra:
¿Baste?

Peregrino:
Sí, a buscar mi vida.

Tierra:
Hijo, ¿yo no te la doy?

Peregrino:
Madre, tras la eterna voy,
que es vida en Dios escondida.

Tierra:
De mis brazos te destierra
tan peligrosa jornada.

Peregrino:
Suelta que estás muy pesada.

Tierra:
Téngote amor y soy Tierra.

Peregirno:
A aqueste punto me trae
verte vieja, y es locura
no buscar casa segura
quando la propia se cae.


Mansión eterna buscaba el hombre, ya sea en las esfera inmóvil de las estrellas de la cosmología tolemáica, ya en la creencia de que habría algún lugar en donde el mundo fuera permanente -como la fatídica deducción de Platón-, o simple y sencillamente, el Paraíso de las religiones que entregan la dicha eterna espantándose de la terrena.

Tendría sentido también hablar de aquella misión cuasi-divina del Imperio Romano -y en realidad, todos los imperios que le fueron a la zaga- de civilizar el mundo más allá de las murallas de la ciudad -lease el análisis de la Constitución Romana de Polibio o los aformismos de Marco Aurelio-, en donde todo lo desconocido, todo lo que está entre los pueblos, ciudades y ayuntamientos, no era más que un espacio vacío, hueco e inútil en la perpetua espera de convertirse en su verdadero ser: que era ser ciudad, ser útil, productiva, tener nombre, industria, movimientos de capitales -que en última instancia a esa temeridad se reduce- y así venir a ser parte única e indistitnta de lo mismo.

Esa es la necesidad en la matematización del espacio: el crear una unidad geométrica -la carretera, el bloque, la ciudad, los empleados, lo índices de población- que al distribuirse sobre las tierras, acaben convirtiendo a los lugares en simples repeticiones de lo mismo. En índices de riqueza, en PIB, en futuro, en una unidad de cosa que se resista al paso del tiempo.

No resulta nada sorprendente que la labor del Estado nuevo -tan entremezclado y unificado con el Capital- sea exactamente la misma que con el antiguo gobierno de las Iglesias... y nosotros los parroquianos, supliquemos a las alturas por más productividad para México, por más industria, más empleo, más fuerza en el Estado para que someta la tierra: para que le ponga nombres y números, para que la domestique y le robe lo gratuito, lo dulce, lo fértil, lo anónimo, lo secreto.

Golpes de pecho se dan todos: ¡que el mundo se vaya pareciendo cada vez más a ese Paraíso en donde no ocurre nada! Donde únicamente están las carnes y los números que le acompañan para ir sucediéndose y que el mundo de más vueltas siempre en el mismo lugar.

La tierra es mujer. La luna es mujer. El secreto es mujer. Lo dado sin fin es mujer. El cielo es hombre. Dios es hombre. El sol es hombre. El futuro es hombre. El estado es hombre. Lo infinito es hombre. Y ahí están los cuerpecillos, buscando su hogar entre los sitios numerables de su ciudad.

Quedenos el consuelo de que pese a los golpes de pecho de los creyentes, lo que hay por ahí abajo, en la Tierra... en las mujeres, siempre le va a quedar algún rinconcillo intacto, un lugar a donde no lleguen los nombres... ni sus hombres.


lunes, agosto 23, 2010

Tener futuro

No voy a venir a descubrir la rueda. Tener futuro es una frase que se dice así como quien no quiere la cosa como para ir descartando las cosas. Así hay amores, carreras, estudios, trabajos, quehaceres, negocios y hasta infantes y personas que ‘tienen futuro’.

Y a veces, gracias a quien sabe que hado malcriado, me ocurre eso de quedarme anclado en el asombro de la pura frase –y pareciera que los que nos dedicamos a estudiar estas cosas y ha darles vuelta, parece que somos los más torpes, en vez de los más sabihondos-… «Tener futuro».

Y en ese especie de colguije gramático me quedé: ¿Cómo demonios, si alguien es tan amable de explicármelo, puede una cosa, sea la que sea, tener futuro? ¡Como si el futuro fuera una cosa más entre las cosas que pudiéramos tener! ¿Puede usted tener y retener al futuro? Algo que justamente se caracteriza por su nota principal de no haber pasado, es decir, de no estar en ningún lado, de no haber ocurrido… ¿Cómo entonces, alguien o algo, lo iban a tener?

Sin embargo, más allá de la corrección gramatical o no de la cosa –ya que hace del futuro una cosa que se tiene, naturalmente, en presente-, está claro que la idea va por otros derroteros, y habrá quién juzgue que los errorzuelos de este tipo –que a mí se me antojan de sobra reveladores-, les parezcan meras averiguaciones de ociosos. Pero que el ‘tener futuro’ de las cosas sigue tan claro para ellos como siempre…

Claro. Por ir más a lo seguro, hacia ya lo que tiene que ver con las ciencias y las cosas, podemos, por no perder la costumbre, remitir a Aristóteles en el libro IX de la Metafísica, en donde trata de cuestiones sobre la potencia y el acto, es decir, sobre las cosas que pueden estar de alguna manera latentes en las cosas y que a través del cambio vienen a realizarse. En ese sentido se diría que una semilla, p. e., TIENE la potencia de ser un árbol. Es decir, tiene un futuro. Sin embargo, no sé por qué esta noción de FUTURO que se trae esta formulita no acaba de cuadrarme del todo.

Es muy sencillo: el propio estragirita admite que el tema de la Potencia y el Acto no tiene únicamente que ver con el movimiento, es decir, con el tiempo. El paso de la Potencia al Acto tiene una relación directa con lo que el macedonio llamó ousía o entidad o sustancia… es decir, con la cosa en sí misma, con el sujeto de predicación. Por tanto, no tiene tanto que ver con el tiempo futuro más que de manera material, puesto que lo que está ocurriéndole a la semilla al volverse árbol, no es pasar de lo conocido a lo desconocido –nota primera y necesaria del futuro, ya que si no ha pasado, es imposible que lo conozcamos-, sino pasar de lo conocido de la semilla a otra cosa aún más original y natural en la semilla: su devenir en árbol. Al devenir la semilla en árbol, más que ir hacia un futuro, ha volteado sobre sí misma para recabar su originalidad impresa en su ser desde siempre.

Así las cosas que tienen futuro no van hacia adelante… no hacen nada… porque ese TENER FUTURO, no es otra cosa que el volver sobre sí mismo para cumplir el mandato más caduco, añejo y simplón de ser lo que estaba destinado a ser: los novios que tengan futuro, no son más que marido y mujer en potencia; o un trabajador con perspectivas, ha sido un jefe desde siempre y no lo sabe… el tiempo que pase entre que lo descubre y no lo descubre, puede ser llamado ‘pasado, presente y futuro’, pero sólo se trata de un trance desagradable en el ir de vuelta a lo que ya estaba hecho desde siempre, a lo que ya se sabía desde siempre que tenía que pasar.

Luego, no sólo gramaticalmente la frase es un galimatías, sino semánticamente es un trampantojo. Fundamentalmente por el error básico y bastante conveniente a la Realidad que aquí intentamos combatir, de suponer que sabemos los que es el futuro. Cuando el futuro es justamente lo que no podemos saber. Lo que no está ahí para que lo sepamos. Hacer lo que ya está hecho, ir por donde ya estaba mandad ir, decir lo que ya estaba dicho.

Afortunadamente, nos cabe ese ligero consuelo, por lo general, a muchas de esas cosas que ‘tienen futuro’ les suele ocurrir que, por angas o mangas, durante ese espacio vacío en el que convierten el tiempo en la esperada de esa llegada de sentido original y totalmente pretérito –tan pretérito que se me antoja eterno-, se desvían de su futuro. Se desvían, quien sabe ni cómo ni como no, pero les ocurre que se salen del camino predestinado y puede que ahora sí, como un súbito golpe les dé de lleno un sabor inesperado y dulce que de verdad sepa a tiempo, a tiempo que corre junto a uno… absolutamente imposible de TENER ni retener.




¡Ay, luna, ¿tú no ‘tas cansa’a de girar al mesmo mundo?!
Ay, luna, quédate conmigou y nu te vayas.