lunes, diciembre 06, 1971

Tiempo vivo




El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
Oscuras flores de duelo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Sobre la misma columna
Abrazados sueño y tiempo
Cruza el gemido del niño
La lengua rota del viejo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Y si el sueño finge muros
En la llanura del tiempo
El tiempo le hace creer
Que nace en aquel momento

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño


¿Quién hay que cuente tu tiempo? ¿Quién hay que pueda hacer el milagro de dividir ese constante caerse hacia lo más hondo jondo de un pozo sin fondo? No, no lo hay, milagro eres tú que te escurres entre las manos… tiempo de ahora, fuga perpetúa, de haberlo pero no conocerlo.

Hay una, hay otra, hay dos, hay tres, no hay ninguna. ¡Y tú de dónde saliste, segundo! ¿De dónde salió esa gran división, ese límite sólo, ese poder de decir: ¡esto ha pasado, esto pasa, esto pasará!? Si todo va aquí en mis palabras, haciéndose mientras se dice, diciéndose al deshacerse. ¡No! ¡No! No hay división, todo un mundo hundido en el momento sin fuga, perpetúo, ahí, ahí, ahí estás otra vez: perpetúa pero inasible, no te puedo coger ni hacerte imagen ni incrustarte en una fotografía, en un marco que te separe de la luna a la que le cantabas, al patio de flores de leche y serrín en donde el gallo te seguía con la mirada para aparearse con el mundo-todo que estaba entre tus muslitos. ¡No! ¡No! ¡No! No puedo medir ese tiempo: el tiempo-todo abierto sin más ante mí por tu boca que cuenta y sonríe y se difumina en ese vaso de café que en humo y vapor se vuelve a los cielos… y cuando mi mano se acerca él, el calor le rodea pero se resiste a entrar.

Qué prisión… qué maldita prisión esta piel, esta maldita sensación de saber que este segundo no es aquel, que hoy ni mañana ni ayer son todos los tiempos ninguno: sino que la voz y el recuerdo, el soplo de vida que arrancó de tu ir y venir la tierra de palmeras de gemas y fresca sierra de moreras y gusarapillos de seda: ahí está tu cabello ondeando al sol, en silencio, hundiéndose en lo más hondo jondo de la hondonada del Guadalquivir.

¿Seré yo? ¿Será que me hablan los muertos? Un leve asomo de duda me brota de entre mis adentros… será que acaso sin saberlo por un momento, sin saber ni cómo ni cuando, me fui por un ratito del tiempo… ahí, ahí en lo hondo más jondo de todos tus besos.

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