viernes, diciembre 21, 2012

Del fin del mundo...


Ay, que se acaba, uy, que se cierra el negocio, que ya nos mandan a freir el churro a los santos infiernos. Nada, nada, que esta aurora, como la de ayer y la de mañana será exactamente igual de aburrida y rutinaria que las demás... acaso el signo más inequívoco de que, sí, era verdad, el mundo, hace mucho tiempo que ya se acabó.

¡El fin del mundo no es algo que ocurra en el tiempo! No, el fin de la cosa misma del mundo no puede ser que se de dentro del tiempo si su clausura, es la propia clausura de este tiempo (al menos del calendario gregoriano, vaya usted a saber si las lluvias de neutrinos y chorros de materia oscura que andan por allá por las galaxias, cuenten y midan los tiempos). El fin no se espera en el tiempo, eso es ya mera lógica.

Ahora bien, eso no significa en modo alguno que el fin no pueda tener su lugar. Tener lugar (que algún listillo quiera entender como tener su suceder en el tiempo, ya que tiempo y espacio, más o menos, vienen a ser lo mismo, pero no, no será así si el espacio sin ser trocado en tiempo es algo que se da antes del tiempo o que subsiste por debajo de él, corriendo a su par, sin una aparente modificación del transcurrir del propio tiempo).

Sí, una vez un loco le dijo a mi maestro, "Eh, tú, Calvo, que hablas del fin del mundo, ¡pero si eso fue hace tanto tiempo!", dijo y se sonreía desdentado. Y es verdad, hace tanto que el mundo ya no es mundo.

Quizá el mundo se empezó ha acabar hace unos tres mil quinentos años cuando unos pastores asiros comenzaron a hacer marquitas con un estilete en un forro de lana tejida para ir haciendo las cuentas de las cabezas de ganado y los censos de las poblaciones. Así se comenzó la lenta caída hacia el fin que nos va dejando varias pistas por ahí. La escritura alfabética fenicia, la ida de Colón a América, la invención de la imprenta y finalmente la creación del progreso progresado a partir de la creación del automóvil, el satélite y la producción estúpida del capital.

Ay, amigos, ¿realmente esperan el fin en el tiempo? ¿No se dan cuenta que es justamente el hecho de que el mundo esté conocido y redondo por sus cuatro costados? Si ya lo dice la palabra: "Definir" es dar fin, es delimitar y poner al mundo en la áridez de lo ya conocido de su geografía y de su rutina. ¡Ya se sabe lo que es! Y ya lo que pueda pasar en él, tiene el mismo razgo de aburrimiento, bostezo y desesperación que lo que pueda ocurrir en el Reino de Dios. 

Poco nos deben escandalizar los agoreros del fin de la historia y o del mundo. Desde San Juan a Boris Cristoff, pasando por Hegel o Harold Camping, es lo mismo... Predicen a toro pasado, ya el mundo se acabó, al momento de saberse, ya no hay nada que pueda pasar en él sino lo que estaba mandado que ocurriera.

¿No se dan cuenta la terrible situación? ¿No está el mundo ya tan muerto que a uno solo le puede pasar lo que ya estaba destinado a ocurrirle? El mundo ya se acabó, si no en el tiempo, porque eso es imposible, sí en su tener lugar. Ya no hay lugar para que ocurran cosas inesperadas y ello ya es suficiente evidencia de que el apocalipsis ya se consumó. 

Mefistofélico contrato que el hombre ha firmado con los poderes celestiales: ha cambiado la vida por la seguridad. Y así nos va, trocando significados, los unos por sus contrarios: ¿nunca se han parado a pensar que es posiblemente el hecho de estar tan obsesionados por nuestro fin, nuestra desaparición y abogando por nuestra supervivencia, el signo claro y distinto de que ya lo que hay aquí no puede llamársele vida? Pura espera de la muerte, aquí sentados, viendo al sol levantarse con su redondez sobre todo el orbe conocido. 

Acaso, haya, quién sabe, entre esas hendiduras de saber, algo que se pueda de veras vivir, que se pueda de veras palapar, que ya no sea ese devenir de lo ya hecho y lo ya dicho. Pero eso, queridos, tampoco ocurre en el tiempo... y caso tampoco le quede el lugar.