martes, febrero 23, 2010

Vida y muerte


Aclaremos, porque releyendo y repensando muchas de los artefactos que, en teoría, deberían ayudar a deshacer la Realidad, la vida y la muerte, ciertamente tienden a convertirse en algo que no son y siempre me queda la duda que intentando desbancar a la Realidad acabe subiendo al podio del éxito otra cosa que no... que no es.

Es siempre mi culpa, naturalmente. Parte de ello lo es, además de que estos discursos escritos sólo sirven para que la Realidad se los vaya a apropiando en la medida en que se fosilizan en lo hueco y lo falso, entre la negra tipografía que fija para siempre los errores de apreciación que en una oración escrita resultan tan poco útiles.

Hay que expresarse correctamente, y en ello no siempre se consigue decir lo que se quiere.

La vida y la muerte están ahí apareciendo muchas veces… y sin embargo no sé hasta que punto queda claro lo que son (o puedan ser para la Realidad y para lo que está fuera de ella) respectivamente.

Además de que, por otro lado, el hecho de decirlo –y en decirlo ya estamos obligados a redondear sus significados, cuando en realidad lo propio de cada uno de estas cosas es que esté abierta para que el viento de las bocas y la salvia de las lenguas los use a su antojo y acierte a deshacerla cuando quiera-, ya lo esté falseando de sí, ya está errando porque la referencia nunca está del todo clara.

Digamos que la primera regla metodológica en esto de ir contra la Realidad es decir que toda palabra es provisoria, que toda máquina es poco más que una herramienta que se usa en el momento pero que está a la espera de que, con más o menos ayuda de los que por aquí pasen, se mejorará y se pulirá hasta dar con algo más cercano a lo que necesitamos para seguir con esta guerra, más o menos alegremente.


VIDA FUERA DE LA REALIDAD (que dentro de ella, muchas veces, la llaman muerte)

Vida no es una meta. No es un estado, no es un lugar, no es un objetivo de la guerra. Esta guerra carece de objetivos. La guerra esta no es para ninguna paz futura ni para ninguna promesa que al final del esfuerzo se vea recompensada por alguna flor inesperada de alegría. Así no funciona esta guerra. Si fuera así, no se diferenciaría en nada de las otras paces y Realidad que nos rodea: como si la vida siempre fuera un lugar al que llegar, en el permanente anhelo futuro de la paz y la felicidad.

No. Vida será otra cosa. No sé bien qué es. Pero está ahí y eso nadie, que acuda con sentido común a las cosas, lo puede negar. Vida será lo que de pronto se abre, indeterminado e indeterminable, y se conecta –sin saber ni como ni por qué- con una herida profunda, fraguada acaso con el nacimiento de la propia persona. Vida será la repentina e inesperada sanación de esa herida por el extraño contacto con otra (otra herida) de cualquier cosa. Cualquier cosa, una canción, un amor, una flor, una poesía, una nube, ¡qué se yo! vida, por supuesto, no es una propiedad de lo que los biologos se empeñan en separar en ‘seres vivientes’ y no vivientes. Vida es otra cosa.


VIDA DENTRO DE LA REALIDAD (que fuera de ella, es la Muerte misma)

Naturalmente, dentro de la Realidad, Vida tiene otro significado. Vida se usa como sinónimo de dinero, de éxito, del cumplimento de ideal. Y así se dice: «Qué buena vida se tiran los ricos», o «en este pueblo miserable no hay vida», ya en sus connotaciones más ridículas: «Vive la vida loca» como sinónimo de fiesta, pachanga y sarao.

Vida entonces sí se sabe qué es: es lo que se vende desde arriba, lo que existe como el ideal perpetúo y que nosotros, mortales, apenas nacemos para alcanzarla. En ese sentido, como se puede ver, quien no conozca estos ideales, quien no esté rellenando con cada uno de los actos de su tiempo mortal esos ideales, ya compras de los mercados, ya concepciones de belleza y juventud, ya matrimonio y engendramiento de familia, ya sexo pleno y satisfactorio, etc. simple y sencillamente está muerto.

Es la persecución de esta Vida la que mantiene sometidos a ese ideal de futuro, e impone su ley de miedo y sometimiento, de compra-venta de tiempo y de prebendas, de seguridades y domas. Llamar a eso que no está aquí, que no se puede alcanzar –porque, digámoslo claro, el fundamento mismo de los Ideales es que no se alcancen, porque si cualquiera los pudiera lograr, entonces no tendrían el menor sentido ni podrían llamarse Ideales- Vida es la mejor forma de nunca conseguirla, de mantener a todos sobreviviendo en ese especie de limbo neoplatónico que se aleja de Dios y nos mantiene en el permanente anhelo de Él mismo.


MUERTE FUERA DE LA REALIDAD

La muerte, cuando está fuera de los conteos de vidas y tiempos, no puede significar nada. No está ahí. No es algo que se de en el tiempo. Sino acaso es el final –si se quiere ver así, pero aún esa conciencia de final, necesita la perspectiva del que vive, cosa que no se da, naturalmente, cuando uno es el muere.

La muerte fuera de la realidad no significa absolutamente nada, porque no es nada, ni merece ningún temor ni ninguna planificación ni ninguna angustia. No se sabe qué es, ese desconocimiento, pura duda, pura sombra, no tiene porque significar nada en el mundo sin que venga a hacerse UNA en el tiempo y la Realidad. Pero eso ya sería meterla en el tiempo, ya sería contarla desde la Realidad.


MUERTE DENTRO DE LA REALIDAD

Muerte dentro de la Realidad es una cosa en el tiempo, es el futuro. Es el destino al que se nace y del que todos intentamos huir corriendo directamente hacia él –justo como aquel romance del enamorado y la muerte, que ya en su tiempo comentamos o como Edipo-.

La Muerte dentro de la Realidad es, pese a los disimulos muy disimulados, la máxima realización de la Vida –dentro de la Realidad, claro está-. Es lo que los filosofantes desde los estoicos hasta los existencialistas –y más acá (Derrida, p. e.)- han estado llamando esperarse a sí mismo en los límites de la Muerte. Es en la Muerte en donde el ‘ser’ de cada uno llega a su máximo esplendor: es la entrada al Paraíso de las cosas terrenales.

La memoria, el nombre en la lápida, el epígrafe, la firma sobre el mármol –cuando no el mausoleo y el monumento- que certifique para siempre la entidad absoluta, redonda y bien establecida del muerto. Que diga: «Este cuerpo fue Sutanito Perengano, hijo de Su Mentada Madre y el Padre Altísimo. Sus familiares le lloran en el recuerdo y su memoria inmortal vivirá por siempre».

Esa Muerte es la misma aquella por la que Aquiles se deja los huesitos en el sitio troyano, esa Muerte que se da un cambiazo –por medio de un trampantojo bastante burdo y que se cae a las primeras- tan sabido de la Vida en la Inmortalidad –como si pudiera haber Vida en un lugar sin tiempo, en un paraíso que quiere semejarse a estar fuera de la Realidad –pero en la Muerte.


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Nada de esto es así. La vida –fuera de la Realidad- que no se sabe qué es ni como llega, ni cuando ni por qué –y como tal se va-, va y viene, viene y va como cotorra entre los abedules de un instituto que yo me sé. ¡Va y viene! Ni está ni deja de estar. No es ningún fin, ni ningún ideal, ninguna meta.

Obviamente si tenemos esta guerra contra la Realidad –que se compone principalmente de guerra contra los Ideales- es para intentar ver de que manera podemos conjurar a la Muerte: a esa Muerte y esa Vida dentro de la Realidad que son una y la misma, compuestas de contrarios para hacerse una con la otra, redonda idea. La guerra es contra esa Vida y también contra esa Muerte.

¡Quien sabe! ¡Algo vivo pueda yo tocarme desde acá! ¡Alguna herida que hurguemos juntos todos y que brote el clavel caliente del amor y de la vida, mezclándose todo sin término, límite y fin! Aunque sea un poco… un poquito, una endeble amenaza de rotura de la Realidad.


jueves, febrero 18, 2010

¿Vida privada?

No es coincidencia que aquí me resista con fiereza a hablar de la vida privada esta que me toca. No es coincidencia pero tampoco es honesto del todo. Por lo menos no queda más remedio en hablar sobre el silencio de mi vida privada y del por qué tampoco eso sirve para nada.

La vida privada de uno no es más que el residuo más pequeño de la Realidad. Realidad es el nombre equívoco y a veces odioso de una serie de ideales ya preestablecidos a los que uno despierta un buen día, sin saber muy bien ni cómo ni cuando. No es del todo honesto simplemente apartar la vida privada, porque, naturalmente, esa vida (que a ver quien me dice cómo puede ser vida y a la vez ser privada, que es lo mismo que decir que es la vida de uno, la vida que es propiedad de uno, la vida que controla uno, y cómo en algo que está controlado –aunque sea uno mismo el que lo lleve- puede haber algo de vida que de verás sea vida). Algunos se llevan bien con esa guerra que les propone día con día, otros despertamos un poco asqueados cada mañana para mirar por la ventana y ver cómo la Realidad se extiende ante nosotros en forma de grandes edificios.

Vida privada. Privado. Es acaso en ese diminuto reino de la alcoba en donde se atrincheran a placer los ideales más molestos, los más redondos, los más aceptados.

A nadie, creo yo, ojeando las palabras que dejo en este maldito blog (grandilocuente y pretencioso donde los haya), con un mínimo de atención, se le escapa de que hay ciertos temas que me dan más que pensar que otros. El amor, la muerte y yo mismo. Si acaso me dan guerra estos temas, no es porque yo la esté buscando… no me tengo por pendenciero. Es simplemente que me los encontré, ni se muy bien el cómo y el por qué, se han levantado ellos contra la poca alegría que invade a veces mis días. Se levantaron ellos, se han levantado siempre una y otra vez, Amor, Muerte y Yo (La santísima trinidad de la Realidad), a mi no me queda mas que entrarle al quite, inventarme una estrategia sobre la marcha e intentar que haya las menos bajas posibles.

La Realidad no es mala. Simplemente triste. Lo que le pasa a la Realidad para que sea triste es que es la que es. Es lo que le pasa a mis amores, lo que le pasa a mi muerte futura –y a la vida privada a la que tengo que sobrevivir que es simplemente su revés- y por supuesto a mi mismo es que todos ellos, a veces, cuando no tengo más remedio, son los que son. Y cuando las cosas son las que son… son tristes. Tristes y solitarias: privadas.

Claro que hay gente que se lleva bien con la Realidad, que se lleva bien con la guerra declarada del mundo y hace suyo el mandato de resonancia militar que vomitan a cada paso los televisores y las publicidades de la Realidad: ¡sé tú mismo! Invitación, amenaza y salvación para algunos… todo al mismo tiempo.

Yo también escucho eso… lo escucho constantemente y a veces la confundiré hasta con mi propia voz –como si la voz pudiera pertenecer a alguien-, y es que hay momentos, momentos en donde no puedo más. Simplemente eso… no puedo más con esta guerra y a veces quiero, sí, quiero que venga la Realidad y me lleve así entre su corriente de cosas que van cayendo: a veces al suicidio, a veces al triunfo y al éxito, al esplendor de los Ideales. ¿Habrá acaso alguna gran diferencia entre ellos?

Tampoco me gusta mucho este símil de la guerra, porque es equívoco. Pero el desgarro es básicamente el de una guerra… la tristeza es la de una guerra, el sentimiento es el de una guerra y a veces la única manera de no dejarte caer en ese cause de la Realidad es pensar que hay un enemigo… que verdaderamente hay algo contra qué luchar. Sin embargo siempre estoy hablando de mí… es contra mí contra el primero que estoy luchando, yo soy el primer baluarte de la Realidad.

Yo. Alejandro Vázquez Ortiz. Ese nombre que me hace uno ante ustedes y ante el reflejo en el espejo. Ese es mi más grande enemigo, el más despreciable y horrendo. El más crédulo y tonto, mi más cruel verdugo.

¿Qué ocurre pues ahí cuando surge de pronto el Yo –si ese Yo determinado con su artículo y todo-, en medio de la más absoluta alegría de no saber lo que se es?

¿Qué pasa cuando viene a apropiarse de los insultos o de las caricias? A establecer la economía del dar-te doy, de la apropiación de la identidad de ese que se ve en el espejo o incluso a hacerse propietario de las palabras que va dejando tras de sí, que dice: ¡este soy yo! ¡Aquí podéis verme! ¡Aquí estoy yo!

Mentira… nada de eso es verdad.

Y sin embargo, ocurre. Sin embargo, se da. No sé por qué, es uno de los misterios que más nos vienen preocupando a los que estamos aquí abajo, perplejos de ver como el mundo parece querer ser el que es, a pesar de que en ello y por ello se abre la herida fundamental, la más grande de todas y la constitutiva del Sistema este que padecemos de las democracias, los dineros, las políticas baratas y ridículas: la herida de ser el que es, como una permanente raja abierta y sangrante entre la piel de uno y el resto del vivo de las cosas que están ahí sin fin y ante el que nuestra pequeñez sólo puede aspirar a deshacerse en el olorcillo de una flor gratuita.

Sí.

La Realidad, mal que bien, nos obliga a adscribirnos a nuestros pasaportes, a nuestros currículos, a nuestras identidades particulares. Incluso este espacio ridículo abierto no esta abierto para ser un digno combate contra la Realidad, sino apenas para construir el futuro currículo de un futuro industrioso productor de cultura… que eso es a lo único que puede aspirar uno que está aquí… y aunque esté obligado a ello, no por ello vamos a cantar la contradicción, a ponerla en negro sobre blanco y acaso haya cometido el error, más de una vez, de creer que de verdad esto servía para algo.

No. No sirve. Y aún así aquí seguimos.

No sé bien para qué. No sé bien por qué. No va a haber honestidad aquí, no la encuentro por ningún lado. Habrá como mucho algún breve testimonio de la herida que nace ante ser quien soy y el daño que explota ante la contradicción del miedo que se nos impone a la hora de aceptar o no el Nombre que nos da la Realidad y que nos constituye y nos permite los éxitos y fracasos, las culpas y las recompensas, los amores y los odios.

¿Qué se le va a hacer? Uno tiene que estar ahí, como un acróbata –quizá ese sea un mejor símil que el de la guerra-, jugando a estar siempre una cuerda floja y el equilibrio es propiamente la lucha. No habrá paz, no aspiro a ella. Simplemente a detener los claveles de las heridas… como sea, como se pueda.

¡Valga ello para lo que valga!